18 de febrero de 2011

Cómo "aprender a ser mamá" tras las rejas

Por Noelia Leiva

Son sujetas procesadas o condenadas por delitos federales que se encuentran recluidas en la Unidad 31. Muchas tienen hijos afuera, pero aseguran que comenzaron a valorar el vínculo con sus descendientes cuando perdieron la libertad. No pocas recalcan que sus prácticas ilícitas eran la única forma de sostener la familia, lo que hacen incluso desde adentro a partir de empleos en el penal. Otras conviven con sus niños de hasta 4 años adentro y descubren las sensaciones de ese rol.


En las familias tradicionales, inmaculadas por la aureola patriarcal, los varones son consagrados como los conductores del grupo, como un pastor que acarrea al ganado. Las historias que se cuentan en las cárceles con población femenina suelen ser distintas: núcleos monoparentales o ensamblados, en general convivientes con la pobreza, tienen a las mujeres como las que se calzaron la responsabilidad de seguir adelante y, para ello, tomaron el camino que pudieron. En el Centro Federal de Detención de Mujeres Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás, instalado en Ezeiza, muchas aseguran haber “aprendido a ser mamás” en ese ámbito, donde pueden convivir con sus hijos hasta que cumplen 4 años y retomar la conciencia sobre la importancia de cuidarse y cuidar.
María (los nombres de las detenidas son fantasía para preservar su identidad) conoce el encierro desde los 24 años, poco menos de la mitad de su vida. Fue un derrotero de ingresos y egresos el que la llevó a prisiones provinciales y nacionales donde no siempre adoptaron los preceptos de la dignidad o la no violencia. “Cuando te pasa esto, tu casa se te cae. Volvés con ganas de cambiar y a tus chicos les duele la panza (porque tienen hambre), entonces hacés lo que sabés hacer”, le explicó al equipo del LA TERCERA que recorrió las casas de Pre-Egreso Juana Azurduy donde se encuentra porque pronto finalizará su condena.
Testimonios como ése se esconden en los pasillos del penal que asila a 271 internas, con el 40 por ciento de extranjeras. Para la mitad, la Justicia todavía no definió su culpabilidad. Conocen el inacceso a oportunidades laborales, relaciones personales marcadas por la violencia, etiquetas sociales sobre su ‘irrecuperabilidad’ y el consumo excesivo de sustancias ilícitas, entre otras heridas no sanadas. Así como aprendieron a delinquir, las que tienen hijos afuera también relatan sobre la transmisión de esa forma de subsistencia a sus descendientes, no necesariamente de forma voluntaria.
“Antes decían ‘(con) mamá, no’”, relató la individua. Uno de sus hijos había comenzado a robar pero “dejó cuando vio el cambio” en su progenitora. “Ahora me espera con el mate y el domingo hay asado como en cualquier casa”, celebró. Merced a su ‘buena conducta’ puede permanecer junto a su familia de sábado a lunes. “Guardé mis viseras de recuerdo”, recalcó, como promesa de no repetir su huella.

Madre y sostén


“En las cárceles de hombres, se ven largas filas de mujeres para las visitas”, describió Juan Carlos Beltramo, director del espacio de detención también conocido como Unidad 31. A partir de su experiencia como coordinador de presidios masculinos, relató que cuando ellos caen tras las rejas esperan que sean sus compañeras las que les faciliten las provisiones permitidas para la convivencia cotidiana. Al salir, “suelen abandonarlas”.
En cambio, las adultas “son el sostén” de su entorno a través de los empleos que pueden desarrollar en el penal, como tareas de limpieza o participación en talleres de costura o fabricación de carpetas, entre otras. Reciben un salario promedio de 1.700 pesos, del cual envían un alto porcentaje a sus casas.
Para muchas es la primera vez que cuentan con un jornal mensual y fijo. Empiezan a optar por el ahorro para comprar algún bien para el hogar donde vive su gente o aportan las cuotas para adquirirlo a través de créditos que una persona de su confianza puso a su nombre.
Además, los conocimientos que obtienen en los cursos de serigrafía, programación o filosofía les genera ideas para agasajar a sus amigos y familiares cuando las visitan. “Mis hijos y nietos vienen para el Día de la Madre y mi cumpleaños. Los malacostumbré a que siempre les hacía un regalito”, relató Elsa, que ahora es abuela de más de una decena de pequeños y para todos les cose peluches en la habitación de la casa que comparte con María y dos internas más, donde buscan regenerar vínculos de cara a su próxima salida definitiva.


Luz en la oscuridad

En el Centro hay 7 embarazadas y 34 chicos y chicas menores de 4 años, muchos nacidos en prisión. Un estudio que el médico Clemente Berardi, trabajador del penal, realizó con especialistas del Hospital de Pediatría Juan Garrahán determinó que el 39 por ciento de la población infantil en situación de encierro sufre trastornos emocionales y de integración social, pero apartarlos de sus mamás en la etapa fundamental de formación sería un acto aún más perjudicial.
Las habitaciones remodeladas del pabellón de madres están preparadas para que las mujeres convivan con los pibes. Los pequeños pueden concurrir desde los 45 días al Jardín Maternal que lleva el nombre del penal y, luego, articular con el 919 del distrito sureño a contraturno.
“El desarrollo psicoemocional es normal, igual que en otro ámbito”, aclaró Roxana Grossano, directora del establecimiento de educación inicial intramuros. Como ocurre en cualquier establecimiento pueden observarse comportamientos conflictivos porque “la madre, en la vida de cualquier niño, es su modelo. Si le pega a su hijo, el chico le pega a los demás”, explicó.
Incluso en el marco de la carencia del libre albedrío “muchas aprendieron a ser mamás”, consideró la docente, porque la permanencia cotidiana junto a sus hijos las lleva a conocerlo, fomentar el vínculo y registrar las propias sensaciones de esa cercanía. El desafío es que ellas y sus descendientes accedan a los mismos derechos que el resto de los ciudadanos cuando puedan cruzar las puertas de Ezeiza.

Publicada en La Tercera del 18 de enero de 2011
Fotos: Leandro Mac Garva
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