15 de enero de 2013

Felices años nuevos


Por Noelia Leiva

Puede ser el 1 de enero, el 5 de septiembre o el 10 de febrero. Depende de la cultura a la que se pertenezca, cada nuevo ciclo comienza en un día particular. Y si hay que festejar o repasar las acciones personales. Abundancia, salud y paz parecen ser, no obstante, deseos comunes.

Si una persona nació hace al menos cuatro siglos en occidente, es probable que haya festejado el 1 de enero el comienzo del 2013. Pero si pertenece a la cultura china, tendrá que esperar hasta el 10 de febrero el cambio de ciclo, casi tanto como si es parte de la comunidad guaraní, del ahora norte argentino. Si es judía, todavía más: recién el 5 de septiembre recibirá al 5774 de su calendario. Entonces, ¿el año empezó realmente? Como toda práctica humana, esa acepción es producto de la cultura y de las creencias, sostenida en sus orígenes por las necesidades humanas más básicas.
En un principio fue el comportamiento del sol o de la luna lo que llevó a los pueblos a organizar el tiempo, que inexorablemente pasaba y producía cambios. Pero observaban que había períodos naturales que se repetían, como la época en la que podían obtener frutos de las plantas o debían protegerse del frío o el calor. Hace 4000 años, los babilonios establecieron un sentido a esa ‘repetición’ y decidieron festejar durante once días cada vez que la primavera regresaba a sus jardines colgantes. Ese es, se estima, el primer indicio de celebración de un comienzo del año.
Con el romano Julio César, el ajuste temporal se vinculó con el quehacer político del imperio y ubicó en enero el primer día de cada secuencia anual porque en ese mes asumían los cónsules. En ello se apoyó el calendario juliano y más tarde el gregoriano, impulsado por el Papa Gregorio XIII en 1582 y vigente hasta la actualidad, con su determinación de 365 días por año, excepto los bisiestos, con 366. Si bien en la América Latina de los pueblos originarios ni la religión católica ni los funcionarios europeos tenían que ver con su bagaje cultural, la invasión de los colonos instaló como lo ‘natural’ los valores del supuesto “viejo continente”. Y también el fraccionamiento del tiempo.
Pero antes de que los festejos comenzaran cada 31 de diciembre por la noche, las comunidades indígenas basaban su cronograma en el comportamiento de la tierra que trabajaban. Mientras los pueblos andinos como el aymara lo ubican alrededor del 21 de junio, los guaraníes de Chaco, Salta, Entre Ríos y alrededores esperaban en febrero la fiesta de la “Gran Cosecha” o “Arete Guazú”, en su lengua. En coincidencia con el carnaval, nutrido del sincretismo, esa celebración se basa en el fin del período de recolección de los frutos de la tierra y, por lo tanto, el agradecimiento y el pedido para que la nueva etapa sea productiva.
Para otra cultura antigua como la judía, el arribo del año 5774 ocurrirá el próximo 5 de septiembre. El Rosh Hashaná o “cabeza de año” corresponde al primer y el segundo día de “tishrei” -séptimo mes del calendario hebreo- en coincidencia con el nacimiento del primer hombre, Adán; y cambia ciclo a ciclo de acuerdo al comportamiento solar pero nunca va más allá de octubre. El día comienza con el sonido tradicional del “shofár”, un instrumento hecho con un cuerno de carnero, y depara diez días de reflexión y arrepentimiento hasta el Día del Perdón o “Yom Kipur”.
Lejos de esa cuna, para el pueblo chino la fiesta llegará el 10 de febrero, con el 4711 de su calendario. El día exacto de la celebración varía porque se calcula de acuerdo a la luna nueva más próxima al día equidistante entre el solsticio de invierno (21 de diciembre) y el equinoccio de primavera (21 de marzo) del hemisferio norte. Esa organización temporal rige en varios países asiáticos, excepto en Japón que, aunque antes la aceptaba, decidió incorporar la tradición gregoriana, la más difundida en el mundo.

Más allá de la sidra y el pan dulce

Cuándo comienza un año nuevo en la vida de una persona cambia según la cultura a la que pertenece, pero también cómo festejarlo. Si es que se festeja. Mientras para las familias judías comienza el tiempo para arrepentirse de las malas acciones, para la cultura católica (más con lo atravesada por el mercado que la encuentra el siglo XXI) es época de jolgorio. Para los pueblos originarios, es tiempo de agradecimiento a la Pachamama por los bienes recibidos y de pedido de un nuevo período de abundancia.
Por ejemplo, durante los seis días del Arete Guazú, la tradición mezcla alegría e introspección. “Se hace un homenaje a la madre naturaleza guiado por los ancianos, donde ofrecemos la bebida y la comida. También se hacen representaciones particulares, como la lucha entre el toro, que simboliza el colonialismo; y el tigre, que es la resistencia de nuestro pueblo”, le explicó a LA TERCERA Mario Valdez, integrante de la comunidad tupi-guaraní de Glew, Almirante Brown. El rito también incluye encuentros de nuevas parejas, porque las mujeres informan su estado civil a través de la inclinación de sus vinchas, ya que deberá variar si son solteras, casadas o viudas.
La música tradicional (Pim) no puede cesar, por eso se turna los intérpretes de distintas comunidades. Se bebe chica y se elaboran platos a base de choclo, mandioca y poroto. Cuando se llega al fin, el volumen de los instrumentos descienden y se ofrece al río un muñeco que simboliza lo malo del año que se fue, que debe ser alejado para que arribe lo bueno.
Una tradición similar que incluye quemar una maqueta con forma humana también se realiza en Occidente cada 31 de diciembre, con el mismo fin. Algunas familias le suman a la costumbre de brindar y cortar el pan dulce (traída del invierno europeo) doce uvas o pasas que deberán comer como símbolo de buenos augurios para cada mes del nuevo ciclo. En China, los deseos se suelen escribir con buena caligrafía para que acompañen las casas en nombre de la felicidad y la abundancia, lo que es conocido como “coplas de primavera”.
Paz, amor, unión, dinero, salud: las formas y los tiempos para evocarlos son diferentes en cada rincón del mundo, pero la necesidad humana de alcanzarlos parece vencer cualquier barrera cultural.

Publicado en Diario La Tercera