23 de octubre de 2012

Parir no es doler


Por Noelia Leiva

Los colectivos que reclaman “humanizar” el parto cuestionan las prácticas médicas invasivas. Una discusión sobre la noción del cuerpo y contra el “sufrimiento” de dar a luz. La experiencia de partos respetados en barrios populares.



Un embarazo no es una enfermedad. La afirmación parece obvia, pero debió ratificarla la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que se deje de entender que ‘dar a luz’ es sinónimo de ‘riesgo’. Desde el movimiento de mujeres denuncian que incluso así sus derechos no son tenidos en cuenta durante el parto, que no es “respetado”. Buscan desnaturalizar el dolor, para que la sala donde parir no sea otro lugar de conquista del patriarcado.

De cúbito dorsal y obligada a pujar contra la gravedad: así se encuentran las mujeres instantes antes de expulsar al mundo al fruto de su vientre. Peridural, oxitocina sintética, anestesias varias y la inmovilización sobre la camilla convierten un acto que se repitió desde el principio de la humanidad en un episodio que hasta puede ser traumático para ellas, tratadas como“pacientes”. Hasta en esa clasificación hay una mirada atravesada por el poder de quienes “tienen la ciencia” -en general varones- porque las protagonistas de ese encuentro se convierten en “pasivas”, que según las convenciones deben esperar y sufrir, respirar y calmarse, no quejarse del dolor y volver a esperar.

“La falta de consideración y respeto por la fisiología del nacimiento, la naturalización de las intervenciones innecesarias y la despersonalización de la atención hacia la mujer hicieron necesaria la formulación de la Ley nacional 25.929 de Derechos de Padres e Hijos durante el Proceso del Nacimiento, que fue sancionada en 2004 y todavía no se reglamentó”, le explicó a Marcha Mirta Merino, partera asesora de la asociación "Dando a Luz", pionera en la modificación de la normativa.

En la provincia de Buenos Aires reclaman -por ejemplo, a través de un proyecto legislativo del Frente Amplio Progresista- que la Gobernación adhiera a ese texto para que en sus centros sanitarios los profesionales cuenten con el instructivo que ordene las prácticas y conductas profesionales de acuerdo a la ley tanto en instituciones privadas como hospitales públicos. Y, lo más importante, que el nuevo paradigma no sólo se aplique en los lugares privados sino también en los hospitales, a los que a veces las vecinas llegan por primera vez con los nueve meses cumplidos porque no pudieron acceder a controles previos. La ley sostiene que al parir la madre tiene derecho a “ser considerada, en su situación respecto del proceso de nacimiento, como persona sana, de modo que se facilite su participación como protagonista de su propio parto”.

El arribo de los bebés no tiene complicaciones en “un 90%” de los casos, aseguró "Dando a Luz", que desde 2000 se ocupa de bregar por la humanización del nacimiento. Aunque no haya riesgos comprobados, la rutina de la sala de nacimientos ya incorpora medicación y prácticas para acelerar los tiempos orgánicos, como el ‘goteo’. Y ellas, cuando fueron criadas para obedecer al poder, asumen que deben esperar y sentir dolor. “Hay trabajos científicos que demuestran que el parto normal planificado en domicilio o casas de partos es tan seguro como en una institución médica”, aseguró Merino. Por eso algunas prefieren contar con la asistencia de un equipo obstétrico pero adoptar una posición más cómoda que la tradicional, como de cuclillas o sentadas; y otras eligen traer a su descendencia en el agua o en su propia cama, en compañía de su familia. “Es importante que la mujer pueda empoderarse, es decir, hacerse dueña de lo propio”, remarcó la referente. Y hasta encontrar placer en ese tránsito del útero al universo, si se da un “entorno amoroso, con buenos tratos, masajes, ingesta de bebidas y alimentos”.

Poder ancestral

Para las agrupaciones que bregan por la equidad de los géneros, ser mujer no es sinónimo de ser madre, sino que esa función social es una elección y una capacidad que puede desarrollar un humano o humana. Rescatan de las prácticas originarias la contención colectiva.

De esa concepción surgen las “doulas”, un grupo de mujeres que dieron a luz y que se dedican a acompañar y sostener afectivamente a sus pares cuando les toca llegar a esa situación. “Las doulas siempre existimos pero nos institucionalizamos cuando las mujeres comenzaron a internarse para parir, se quedaron solas y sin asistencia femenina”, describió Melina Bronfman, una de las referentes en este tipo de labor en Argentina y madre “desde 1990”. Cuando le tocó a ella estar ahí, contó con una “excelente partera” que la “sostuvo emocionalmente y dio recursos para estar bien”. Su mejor amiga fue su aval durante el post parto, como si fuera una miembra de la escuela pero formada con el conocimiento de lo que había sentido.

Es importante para ejercer ese rol conocer a la futura mamá y su entorno, saber qué desea y qué le preocupa. “Antes había mucho miedo al dolor, pero hoy le temen a la institución, a sus ‘normas y protocolos’, al maltrato y a la separación de su bebé apenas nacido. Y tienen razón”, planteó la también musicoterapeuta, que también coincidió con la importancia de que esa mirada se instale en los servicios públicos. Se logra “humanizar” la asistencia cuando, incluso en los ámbitos tradicionales, los equipos médicos entienden que “es la mujer quien protagoniza el parto, ellos cuidan y vigilan discretamente que se mantengan los más altos estándares de salud para madre y bebé”.

Parir en el barrio

En las barriadas más pobres, pensar en garantizar partos respetados parece un objetivo difícil de alcanzar. “Conversamos de eso con las vecinas como un tema conexo a lo que empezamos a trabajar, que es que los maridos puedan acompañar a las mujeres en ese momento, si ellas lo desean”, señaló Myriam Machaca, trabajadora social y coordinadora de Las Mariposas de Villa París, un grupo territorial que busca empoderar a las mujeres en una toma de Glew, distrito bonaerense de Almirante Brown. “La mayoría está en situación de exclusión y hay otros temas urgentes”, reconoció.

En esa instancia, la prioridad es incentivar a que se realicen los controles periódicos durante el embarazo. Sin embargo, también pueden apelar a los conocimientos de sus madres, tías, hermanas o amigas porque “siempre hay mujeres experimentadas alrededor. Lo que importa es que esa experiencia sea validadora del potencial de la mujer para parir, criar y amamantar”, enfatizó, en tanto, Bronfman.

Algunas recomendaciones para humanizar ese momento pueden volcarse como factores comunes: preguntar, elegir, decidir, respetar los propios tiempos, reencontrarse con el cuerpo y reconocerlo en su nueva faceta. Pero cada una llevará adelante su parto en función de lo que es y de lo que desea, con la contención de quienes ya pasaron por ese lugar. Sólo así la bienvenida al mundo de sus nuevos integrantes será “humanizada".

 Publicada en Marcha: http://www.marcha.org.ar/1/index.php/nacionales/92-generos/2314-parir-no-es-doler

Las formas de venir


Por Noelia Leiva
 
¿Cómo y dónde parir? La cultura intervino en la definición de ese momento central en la vida de los pueblos. En esa red, algunas mujeres arman sus propias definiciones.
 




   Izquierda: Maternidad Digna de Cecilia Monroy, México. 
Derecha: Pobreza económica, riqueza de amor maternal, de Gustavo Raúl Amador, Honduras.

“Que cada una elija el momento y la comodidad al conocer sus tiempos y su cuerpo, para que el proceso sea menos traumático”. La propuesta es de una descendiente de la tribu originaria Huarpe que se dedica a la recuperación de los valores de su pueblo y tiene que ver con cómo parir. Es que los registros antropológicos de África y América antes de la llegada europea señalan que las mujeres daban a luz rodeadas por sus pares y en contacto con la naturaleza, distinto del que propone la medicina más difundida. El cosmos y su propio universo físico eran el contexto que recibía a las criaturas, en nacimientos “sin dolor”.

Fue el mismo Bartolomé de Las Casas quien en su libro “Historia de las Indias” aseguró que en el suelo americano que exploraba las mujeres no sufrían al parir. Algunos historiadores aseguran que casi dos siglos más tarde una orden del rey Luis XIV de Francia lo cambió todo: como quería presenciar el nacimiento de sus hijos, dispuso que las madres debían ubicarse acostadas, aunque esa postura las obligaba a hacer más fuerza por perder la ayuda de la gravedad con la que contaban cuando se ubicaban de forma vertical  y sostenían con sus manos al recién nacido, para acurrucarlo inmediatamente sobre su pecho. Ése fue, aseguran, el origen de la horizontalidad del parto, que llevó a la ciencia a desarrollar herramientas para facilitar la llegada del bebé en esa posición.
Es que las formas de venir al mundo no son prácticas solamente orgánicas o, al menos, la valoración del cuerpo en esa situación está atravesada por la cultura. La mirada que cada pueblo tuvo a lo largo de la historia sobre el nacimiento, lo femenino y la vida fueron condicionantes para el ritual de traer al nuevo integrante de la comunidad. Por ejemplo, la flexión de las piernas para colocarse en cuclillas en el alumbramiento era preferida por las kollas y todavía lo es para las más tradicionales que acceden poco a los doctores que no forman parte de su colectivo.
“Cada tribu se ocupa de las mujeres de diferentes maneras, pero en general las parturientas son atendidas por las ancestras, que lo saben todo”, explica Sergina Boa Morte, afrobrasilera que en Argentina fundó la Asociación “A turma da bahiana”. En África, el proceso se daba “en chozas especiales, acostadas; o al borde del río”, detalla a partir del relato que les contaba su abuela. Incluso en la americana San Pablo, donde la mujer creció, la presencia del agua durante el alumbramiento tenía que ver con su vinculación con la deidad u orixá Yemoja, cuyo nombre precisamente significa “madre cuyos hijos son peces” y que representa “al útero que resguarda al nuevo ser y que alimenta a través de sus aguas; aquella que sufre y cuida a sus hijos pero es implacable a la hora de un castigo aunque después llore desconsoladamente”, define Indiana Bauer, perteneciente a la línea Batuque de la religión Umbanda y la nación procedente Jeje, también de raíces africanas.
Entre los pueblos originarios latinoamericanos la orientación es vertical, con variaciones: de rodillas, en cuclillas, de pie, apoyadas sobre un compañero o en un árbol, sentadas en alguna piedra, entre otras elecciones. Las mapuches reciben masajes y tratamientos con hierbas previos a dar a luz para ubicar al niño o niña en la posición adecuada para que se conduzca por el canal vaginal. Al parir, la madre se acomoda en cuclillas, cerca de un árbol y con su rostro orientado al Este. Siempre las allegadas son las encargadas de ayudar a la embarazada.
“En la cultura de la mayoría de los pueblos originarios de nuestra América, el embarazo es asistido y vivenciado por todo el grupo que rodea a la mujer. Las más ancianas, cuidan atentamente de la dieta y las actividades de la grávida. Se recomiendan algunos alimentos especiales, sobre todo relacionados con la carne, y al padre se le pide no cazar animales ya que puede provocar abortos no esperados”, describe Norma Aguirre, cantante popular y descendiente de los Huarpes. Comprometida con la equidad de género, recomienda que las tradiciones no vayan en detrimento de que “cada una elija el momento y la comodidad al conocer sus tiempos y musculatura genital, para que el proceso sea menos traumático”.
En aquellas que no fueron criadas en la ciudad pero viven en ella, las prácticas ancestrales se cruzan con las de la medicina ‘occidental’, que entiende como saludable realizar consultas regulares durante la gestación. El último informe que la consultora Aresco hizo para el Ministerio de Salud de la Nación sobre “Condiciones de Salud Materno Infantil de los Pueblos Originarios” data de 2008 e indica que unas 18.400 integrantes de familias indígenas consultadas, 88 de cada cien embarazadas y puérperas realizaron consultas para controlarse, una minoría de ellas en el sistema privado. Tres de cada cuatro buscaron atención sólo en el primer trimestre de gestación. Las que no fueron a consultorios preguntaron a los chamanes, aunque a veces no iban porque los profesionales no comprendían su lengua. “Algunas que están globalizadas prefieren la cesárea”, reconoce Boa Morte.
Así, desempeñarse en un sistema de valores distinto al que traen de su infancia a muchas les genera controversias porque son acusadas (o se ‘autoacusan’) por alejarse de sus orígenes. Es que “junto con la educación vienen otras aspiraciones, otras visiones. No es solamente lo económico, también comienzan a vivir y se abren de lo que fueron sus abuelas o sus madres”, evalúa Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), que coincide con que “el embarazo y la maternidad son roles definidos culturalmente”. Pero como cada colectivo está compuesto por personas, el desafío es buscar el espacio de pertenencia a la mismo tiempo que se oye a los propios deseos.

 Publicada en la Revista Acción
 


9 de octubre de 2012

El pueblo quiere saber de qué se trata



Por Noelia Leiva
 
Son vecinos y vecinas que se organizaron para defender la riqueza natural de donde viven. Megaminería a cielo abierto y proliferación de proyectos inmobiliarios en espacios verdes son sus peores enemigos.

La megaminería a cielo abierto y la contaminación lo cambiaron todo. Son amenazas latentes y a veces consolidadas pero también cimbronazos que instaron a los pueblos a organizarse. De norte a sur del país, la explotación indebida de espacios verdes con fines económicos llamó a hombres y mujeres a conformar asambleas vecinales, para muchos la primera experiencia vívida de participación ciudadana por fuera del sufragio. Hasta se agruparon con pares de otras provincias y, a fuerza de movilización, lograron presionar para que los grupos financieros cuestionados no violen la riqueza natural.
Hace 9 años, unos 8.000 residentes de Esquel (cerca del 27% de la población) se movilizaron para reclamar que la empresa estadounidense Meridian Gold Incorporated no se instalara en el Cerro 21, cercano al pueblo, para extraer oro y plata utilizando cianuro. La marcha, que fue la más concurrida en la historia de la región, logró que tres días después, el 23 de marzo, se firmara un plebiscito que repudió la utilización de sustancias nocivas para la salud en esa actividad. Aunque no fue vinculante, el Congreso tomó el guante y sancionó la Ley 5.001 que «prohíbe la actividad minera metalífera en el ámbito de la provincia» de Chubut. Ese fue un hito en la coordinación de vecinos en defensa del ambiente, aunque ahora sostienen la lucha contra Yamana Gold, que compró a Meridian, y en desacuerdo con un proyecto legislativo impulsado por la gobernación que busca permitir la actividad con un «marco regulatorio».
El «No a la mina» patagónico fue el primero de Argentina protagonizado por ciudadanos de a pie, que todavía se reúnen el 4 de cada mes en el centro de la ciudad para que la causa no se olvide. Le siguió el «Fuera Botnia» de Entre Ríos, el rechazo a la papelera que tomó como símbolo el corte del puente General San Martín, al borde del río Uruguay. En Catamarca el movimiento ambiental se activó en 2010, aunque sus pioneros habían encendido la llama 13 años antes.
El ofrecimiento de puestos de trabajo y la aceptación que hasta ese momento tenía la minería en Andalgalá fue el escenario propicio para el establecimiento de La Alumbrera a unos 2.600 metros sobre el nivel del mar y a 240 kilómetros de la capital provincial. El cambio en la mirada de los habitantes se dio «con el intento por avanzar con otro megaproyecto, más grande aún, que se llama Agua Rica de Yamana Gold. Encima la gente se enteró de que la ciudad se encontraba concesionada para la exploración y explotación minera», rescata Moro Flores, integrante de Vecinos por la vida, el colectivo que se formó para defender la integridad de su paisaje y la salud de las personas. Flores conversó con este medio antes de sufrir un grave accidente al caer de una antena que intentaba instalar para que en la zona hubiera una emisora radial con voces propias, informan sus compañeros. Ahora lleva en carne propia la lucha por la vida.
El 15 de febrero de 2010, «hubo un intento de pasar unas máquinas a fuerza de represión, se levantó todo el pueblo y provocó lo que hoy se recuerda como el Cheleminazo (en honor al cacique Juan Chelemin, que se enfrentó a los europeos en el siglo XVII) o Andalgalazo», destaca el referente. Casi todos se conocían en el pueblo, pero desde ese día supieron mejor que nunca de qué lado estaba cada uno.
El camino que siguió ese colectivo fue el que se repite a lo largo del mapa: identificar el problema, concretar la organización vecinal, informarse con especialistas en ciencias naturales y derecho, convocar marchas para visibilizar la problemática y decidir sumarse o conformar una red interprovincial de ecologistas. «Tuvimos la necesidad de lograr una ligazón más efectiva en los hechos. Así nació la Coordinación Regional, que incluye Mendoza, San Juan, La Rioja, Tucumán, Salta, Jujuy y Santiago del Estero», además de los anfitriones catamarqueños, describe Flores. En la órbita nacional integran la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC), que a mediados de abril se reunieron para convocar el Parlamento de los Pueblos y realizar un diagnóstico sobre minería, petróleo y agua.
Un requisito central para sostenerse en el tiempo es fijar los objetivos. Para Andalgalá, la presencia de Yamana es sinónimo de «saqueo», por eso montaron «bloqueos selectivos a los insumos de la minera». Periódicamente, las mujeres que integran la Asamblea El Algarrobo realizan la Marcha del silencio al camino Villa Vil, que conduce a parcelas adquiridas por La Alumbrera para repudiar que continúen su actividad y usen esa vía, aunque una medida judicial prohíbe que los camiones de la firma circulen por ella. Sin embargo, «a los trabajos de explotación que se realizan en el nevado hay que sumarle los hechos de violencia y la creciente situación de impunidad a la cual quedamos expuestos los vecinos, con su pico de máxima expresión cuando grupos mineros sitiaron Andalgalá» para avanzar con los trabajos sin que las autoridades locales lo condenen, denuncia una carta pública al intendente Alejandro Páez que elaboraron los ambientalistas y difundió la UAC.
En Mendoza, el tema fue uno de los más discutidos en el poder legislativo durante el año pasado. En agosto de 2011, la presión interprovincial cosechó una victoria: la Cámara de Diputados rechazó por unanimidad el estudio de impacto ambiental del Proyecto Minero San Jorge, lo que impide que la compañía canadiense Coro Mining Corp. obtenga oro en Uspallata. Si bien la iniciativa no se aplicó, la compañía ahora quiere tomar cobre y se volvió el blanco de la disputa política. Unas 36.000 firmas se recolectaron en el primer aniversario de ese triunfo para solicitar que no se modifique ni declare inconstitucional la Ley 7.722, que prohíbe el uso de químicos en la minería a cielo abierto.
«El pueblo entendió que debía defender sus bienes naturales comunes, que son más que el oro y el cobre. Son el aire, el agua, la flora, la fauna; la posibilidad de vivir sin el tremendo daño que hubiesen significado las extracciones», destacaba Marcelo Giraud, integrante del grupo ecologista, en una entrevista con el Foro Argentino de Radios Comunitarias tras la victoria de aquel 25 de agosto emblemático. Según el parte oficial que publicó entonces el legislativo, la presentación se rebatió «por tener más de 140 observaciones, como la necesidad de mantener las reservas de agua de Mendoza para consumo humano y uso agrícola, y el pequeño porcentaje de regalías que obtiene la provincia en materia de explotación minera». Los ingresos siempre cuentan en la balanza de las decisiones.


Matanza-Riachuelo: los últimos oasis

Una tarde, Martín Farina decidió llegar con su bicicleta hasta La Horqueta, en Monte Grande, distrito bonaerense de Esteban Echeverría. Le habían dicho que allí estaba la Laguna de Rocha, que hasta ese momento el joven desconocía. Era cierto: casi 1.000 hectáreas de bosques, pastizales y cuerpos de agua estaban ocultos detrás del centro de distribución de un supermercado y de una sede del Correo Argentino, a 11 kilómetros del Aeropuerto Internacional de Ezeiza.
«Al principio no íbamos por la conservación porque no sabíamos lo que estaba pasando, la idea era que la gente entendiera lo que había cerca de sus casas. Todavía no conocíamos el fallo Mendoza (que impulsa el saneamiento del la Cuenca Matanza-Riachuelo) ni sobre el problema con la desarrolladora Creaurban», describe el estudiante de paleontología. La constructora Creaurban compró las parcelas próximas al sistema hídrico, donde además se sembró trigo pese a que no se trata de una zona rural. Incendios, movimientos de suelo y las posibilidades de que la empresa instale uno de sus emprendimientos inmobiliarios movilizaron la organización vecinal para demandar que el predio se declare Reserva Natural Provincial.
En setiembre del año pasado, la Cámara de Diputados bonaerense dio media sanción al proyecto. Un mes antes, el juez federal de Quilmes Luis Armella había exigido que la Legislatura «brindara protección legal a la laguna», asegura un comunicado del colectivo Vecinos de los barrios aledaños al Centro Atómico Ezeiza, también comprometido con la causa. La acción respondió a un recurso de amparo presentado por el grupo de residentes y patrocinado por la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas «para proteger la zona de la construcción de una planta de desechos cloacales». Sin embargo, en abril denunciaron que las parcelas de la zona más baja habían sido loteadas y estaban incluidas en un plan de viviendas sociales.
Un antecedente de los logros por la intervención vecinal es la flamante Reserva Natural bonaerense Santa Catalina, que obtuvo ese reconocimiento el 13 de julio del año pasado, aunque la defensa interbarrial del área data de 2007. Las 728 hectáreas ubicadas en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, incluyen una laguna e integran el mismo cordón ecológico que su par echeverriana. Como ella, tuvo que lidiar con empresas que desarrollaban sus actividades en detrimento del equilibrio natural, como la molienda de vidrio Aretra.
Pero el mayor impacto lo sufrió el curso de agua: la empresa de recolección de residuos Covelia S.A. compró 307 hectáreas, en las que montaría una planta de tratamiento de residuos o un proyecto habitacional. A principios de julio, Armella ordenó «la inmediata paralización de toda obra, construcción o actividad y la remoción de todo vehículo, maquinaria y material constructivo».
«La idea de movilizar surgió por una cuestión de falta de respuestas, no nos recibía nadie», asegura Patricia Rodríguez, integrante de la Asociación Ambiental Pilmayqueñ, una de las que interviene en la defensa del lugar que alberga el «44% de las especies de aves de la provincia», según un estudio del ingeniero agrónomo Alberto De Magistris, otro protagonista de la lucha. Los lomenses decidieron desde el principio que no se colgarían la bandera de nadie, pese a que algunos vecinos sí son militantes. «No dejamos que nos ayuden y después nos pidan cosas», aclara Rodríguez, que recalca el sentido unificador que alcanzó el movimiento. «Se generan vínculos que van mucho más allá, incluso entre vecinos o vecinas con ideologías muy diferentes. Decís “ellos no se pueden juntar”. Pero sí, esta lucha lo hace posible», rescata.

Publicado en Revista Acción  de la segunda quincena de septiembre de 2012 http://www.acciondigital.com.ar/15-09-12/pais.html#sociedad