25 de julio de 2014

La vivienda no tiene género





Por Noelia Leiva. La comunidad trans de Salta reclamó facilidades para acceder a la casa propia. Asegura que no tiene trabajo digno para construir o reunir los requisitos para recibir un préstamo. La transfobia se mete en el bolsillo.

El sueño de la casa propia es más que la aspiración fundamental para muchas personas de la ‘clase media’. Para el colectivo trans salteño, significa sortear una cadena demoledora de prejuicios que comienza con la discriminación por género y sigue por la reducción de las oportunidades laborales dignas. El siguiente eslabón es otra ausencia: la de ingresos para ahorrar o la de un recibo de sueldo para acceder a un crédito. Desde la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta) reclamaron que el machismo se corra del mercado y las oportunidades se multipliquen.

Pensar el patriarcado no es una cuestión de mera filosofía. Su uña ponzoñosa se mete en la economía doméstica. Los mitos sobre que si alguien ‘no es mujer ni varón’ no es confiable o sólo es portador o portadora de un cuerpo exótico del que servirse se convierten en violencia laboral cuando las empresas descartan a aspirantes por ser trans. Incluso los órganos de gobierno tienen una cantidad minoritaria de trabajadores o trabajadoras de esa comunidad, todavía a modo de excepción para dar muestra de la política inclusiva. A veces, ese entramado es tan complejo que ellas y ellos mismos prefieren no postularse a algunos puestos por temor a la revictimización.

Las consecuencias son las naturales: no hay dinero para ahorrar, menos para comprar o construir una casa. Una amplia porción de la población trans reside en viviendas de familiares, amistades o en pensiones. Aunque no sólo ocurre en Salta, en la capital de esa provincia “se habla de inclusión pero no existe contención alguna, ni ante una emergencia, ni por pobreza o vulnerabilidad”, denunció Mary Robles, referente de Attta en la provincia y del Grupo de Transparencia Salteña (GTS).

Sin trabajo en blanco, tampoco hay un recibo de sueldo que les permita garantizar su solvencia para solicitar un préstamo hipotecario. Siquiera el nacional Procrear, porque requiere demostrar ingresos en el sistema formal por al menos un año: “Ingresar (a un crédito) es casi lejano para nuestra gente, más cuando se trata de burocracia”, denunció ante Marcha la también asesora del Ministerio de Derechos Humanos de la provincia.

En concreto, lo que se pide es un cupo de viviendas sociales a integrantes del colectivo, especialmente a quienes están casados o casadas, según propuso la dirigente en una jornada realizada en la Cámara de Diputados en la que se celebró los cuatro años de la Ley de Matrimonio Igualitario.

Otra opción podría ser flexibilizar los requerimientos para recibir un préstamo, ya que a la dificultad para conseguir un empleo que tiene cualquier persona en el mercado se le suma el estigma patriarcal y conservador. “Proponemos un plan de igualdad de oportunidades para reglamentar la salud, el trabajo y la educación para nosotros y nosotras”, señaló durante el encuentro en la Legislatura salteña. También se reunió con Matías Posadas, interventor del Instituto Provincial de la Vivienda (IPV) para avanzar en las tratativas pero al momento no hay más que conversaciones.

“La igualitaria”

La respuesta pequeñoburguesa esperable es preguntar por qué habría que diseñar una política exclusiva si tantas otras personas con otras problemáticas tampoco pueden tener un techo propio. Sin embargo, la violencia que asalta a los y las trans en la calle o al interior de las relaciones sociales con quienes siguen atados a la tradición más férrea agrava el marco de segregación, aunque parece no ser blanco de cuestionamiento.

La reacción no tardó: “El próximo paso será la reivindicación del boleto gay gratuito en el transporte público de pasajeros y, más tarde, el doble valor del voto gay en las elecciones generales”, ridiculizó el portal Noticias de Iruya sobre el pedido de equidad. “O (también van a reclamar) la jubilación travesti sin aportes y con el 82 por ciento móvil a los 35 años”, se burló el medio que se considera “en defensa de la libertad de expresión en Salta”.

No felices -o acaso sin comprender la magnitud del término-, definieron a Robles en el epígrafe de la foto que acompaña el artículo como “la igualitaria”, como si, en su paradigma de la exclusión, ese calificativo fuera un chiste en sí mismo. El machismo chorrea bits y tinta, mientras el trabajo sigue menguando para la población vulnerada.

Una Ley que haga cumplir la ley


Aunque la normativa que planteó que en todo el país las personas pueden definir su género sin tener que atenerse a las cualidades sexuales, culturales o impuestas desde el nacimiento también vela por el acceso homogéneo a las oportunidades y el respeto de la sociedad a esa comunidad, la arena cotidiana dice otra cosa. Más en Salta, la conservadora provincia que ya prevé reacciones de derecha y ultracatólicas frente al 29º Encuentro Nacional de Mujeres, que se realizará en octubre. Entonces, hay que reforzar la letra escrita.

Con aval de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans de Argentina, trabajan para que se trate la Ley Integral para Personas Trans, que vendría a superar todo lo escrito para bregar por la satisfacción de las necesidades básicas. La norma “tiene el objetivo de asegurar a las personas trans el ejercicio pleno y en condiciones de igualdad de sus derechos y libertades, promoviendo el respeto de su dignidad, buscando lograr la integración social a nivel cultural, económico-laboral, en el ámbito de la salud y la educación, así como en cualesquiera otros ámbitos de la vida ciudadana”, define en su primer artículo.

“Es el momento para hacer conocer nuestra situación”, enfatizó Robles. Tiene que suceder que, esta vez, el norte si exista.

Publicada en Marcha: http://marcha.org.ar/index.php/generos/5526-la-vivienda-no-tiene-genero

La mujer, ese “objeto opinado”



Por Noelia Leiva.La campaña Acción Respeto repudia el acoso callejero. No importa si se trata de un “piropo lindo”. Cuando no tiene en cuenta si la receptora quiere o no ser “halagada” es violencia. Un indicador de primer nivel de “cultura de la violación”.

“Te garcharía tan fuerte que te haría abortar”, le gritó un hombre de unos 40 años a una mujer que cursaba el octavo mes de embarazo. Es apenas uno de los miles de testimonios reales que llegaron a los y las integrantes de la campaña Acción Respeto, que define al acoso callejero como el primer registro que muchas mujeres tienen de la violencia de género. Cuando las reducen a “objetos sobre los que se opina”, se convierten en el índice público de la “cultura de la violación”, que las deshumaniza para volverlas accesorios de la satisfacción masculina. Marcha conversó con sus integrantes acerca de cómo denunciar ayuda a generar el cambio cultural que hace falta.

El anonimato es la clave de la campaña: no difunde el nombre de sus activistas ni de quiénes comparten las anécdotas que marcaron su infancia o adolescencia, o que determinan su día a día. Es que muchas saben dónde están el o los varones que creen que pueden calificar su cuerpo -como si alguien les hubiera preguntado- y se ven obligadas a cambiar de vereda para evitar el abuso. Pero cuando no pueden adelantarse, allí están ellos para intervenir el espacio personal de la transeúnte, para susurrarle o gritarle desde un colectivo, para poner en palabras la líbido que el patriarcado le ordena que exponga como indicador de que es un macho digno de su especie.

-¿Están de acuerdo con señalar que el acoso callejero es una forma de violencia simbólica? 

-Sí. Es simbólica porque se basa en el no reconocimiento de la otra persona como tal, no sólo al quitarle su derecho a caminar sin ser interpelada, sino al deshumanizarla, al cosificarla. Tenemos que considerarlo como violencia desde el momento en el que cualquier respuesta que pueda dar la mujer frente a esa situación no es tomada en cuenta y, encima, se utiliza para denigrarla y atacarla.

-¿Es una acción individual o debe considerarse un acto cultural?

-Socialmente estamos tan acostumbrados y acostumbradas a este tipo de violencia, que la tenemos asimilada culturalmente. No se puede admitir por parte de la mujer ningún tipo de respuesta. Son tan condenadas si responden como si no. Es claro que este tipo de prácticas no son un intento de interacción sino que buscan amedrentar, intimidar y, en muchos casos, humillar a la mujer. Incluso cuando se habla de “piropos lindos”, el consentimiento de ella y toda su subjetividad son eliminados de la ecuación. Lo único que se tiene en cuenta es la voluntad del hombre y su opinión. Entonces, la mujer, a nivel discursivo no es reconocida como interlocutora sino que es ubicada en el rol del tema del mensaje, el objeto que es opinado, como si fuera una prenda de ropa en una vidriera o una obra de arte.

-Como mencionaron, hay personas que señalan que un “piropo” no es cuestionable y sí lo es una grosería. ¿Por qué creen que lo sostienen?

-En parte por la costumbre cultura y por falta de análisis de la situación. El piropo es cuestionable en base a lo que planteamos recién: no se trata de una interacción, se trata de una imposición de opiniones. Hay personas que toman al piropo como algo diferente a la grosería únicamente por el contenido del mensaje, porque se supone que uno es lindo y resalta las virtudes físicas de la persona mientras que el otro es denigrante y agresivo. Sin embargo, no se detienen a analizar que el mensaje de fondo es el mismo: opino sobre vos, sobre tu cuerpo y no espero ni una respuesta ni una reacción, sólo que lo aceptes y sigas tu camino. Más aún, la gran mayoría de los “piropos lindos” suceden acompañados de un lenguaje corporal intimidante, como la invasión del espacio personal, acorralamientos, inclinación sobre el cuerpo de la mujer; todas actitudes físicas que marcan el dominio físico que un hombre cree que puede ejercer sobre ella. O vienen con un tono usualmente libidinoso. Un “hola, linda” con un lenguaje corporal amenazante y un tono sexual deja de ser un mensaje halagador y se transforma en una intimidación, porque el mensaje que el tono y el lenguaje corporal transmiten es completamente otro.

-¿Por qué suelen ser los varones los que se dirigen a las mujeres en la calle para interpelarlas y no al revés?

-Está ligado a los estereotipos que nos inculcan desde el momento en que nacemos. Los hombres deben acercarse a la mujer, deben validarse frente a los otros varones, deben reafirmar su sexualidad expresando el deseo. Lo interesante es que quizás no existe un deseo real al momento de interpelar a la mujer, sino que es sencillamente un mecanismo de reafirmación de la masculinidad.

-Algunos colectivos de mujeres señalan que el acoso callejero es un primer paso para ser cómplice de la cultura de la violación. ¿Coinciden con esta interpretación? 

-Sostenemos que el acoso callejero es parte de un conjunto de actitudes que, por definición, son parte de la cultura de la violación. Esto no quiere decir que el hombre que acosa verbalmente por la calle sea un violador o vaya a violar a una mujer, sino que es parte de la cultura que deposita en las mujeres todo tipo de culpas y responsabilidad por las reacciones de los hombres. Son los cimientos de la percepción del hombre sobre la mujer, cómo deja de percibirla como ser humano independiente y comienza a entenderla como un accesorio para su deleite. Varias personas que trabajamos en Acción Respeto también trabajamos hace varios años con la Marcha de las Putas, que aborda el tema de la justificación de los abusos sexuales y cómo se perpetúa la cultura de la violación desde lo discursivo. Se abordan dos aspectos de lo mismo, a tal punto que las justificaciones que vemos en relación a casos de abuso, como la ropa, la actitud, la imposibilidad de control de los impulsos en los hombres, la relativización del consentimiento y los límites puestos por la mujer, surgen también para el acoso callejero. No es coincidencia, señala al acoso como un engranaje más en el mecanismo de la cultura de la violación. Es el primer encontronazo para muchísimas mujeres con la violencia de género.

-¿Qué pasa si ese primer registro le sucede a una niña que empieza a salir a la calle?
-Cuando una nena de 11 años recibe comentarios agresivos y sexuales por la calle, y la sociedad hace la vista gorda. Lo que le están enseñando es que así tratan los hombres a las mujeres, que el cuerpo de mujer que empieza a desarrollar genera violencia hacia ella y que eso es normal y esperable. Peor aún, cuando cuenta las situaciones de acoso y recibe en respuesta cuestionamientos a su forma de vestir y a su posible provocación, se le enseña que es culpa de ella si un hombre reacciona violentamente hacia su cuerpo. Estas cosas son las que construyen la cultura de la violación, las que preparan el terreno para que las víctimas de abusos sexuales no denuncien y no cuenten lo que les pasó por miedo a ser juzgadas. Entonces, callan.

-En abril realizaron acciones de repudio con carteles que reproducían lo que los varones le suelen decir a las mujeres en la calle. ¿Cuáles fueron las reacciones?

-Fueron variadas. Desde apoyo total a la campaña hasta rechazo debido a su crudeza. Es interesante, porque son todas frases reales. No podemos desoír la realidad únicamente porque nos incomoda, al contrario. Una de las reacciones más curiosas fue la de adultos que cuestionaban los carteles porque “los ven los niños”. Por un lado, nos parece curioso porque se habla de que esto les sucede a las niñas desde los 9 o 10 años. Por el otro, la mayoría fueron padres de niños preocupados por cómo explicarles a sus hijos lo que dicen los afiches, a lo que sólo podemos responder que de eso se trata la educación de los chicos y que es, justamente, una gran oportunidad para enseñarles que está mal. Es doblemente llamativo porque recibimos algunas contribuciones para la campaña donde niños de entre 6 y 10 años arrojan frases sexuales a mujeres y niñas por la calle. Eso nos parece bastante más preocupante que lo lean en un cartel. La gente cree que los chicos están exentos de esto, pero muchas madres cuentan que fueron acosadas con sus hijos en brazos o de la mano. ¿Cómo podemos pensar que un chico no va a entender la situación? Es necesario trabajar en entender qué es violencia para que las próximas generaciones crezcan con una noción más clara de lo que es la desigualdad hacia las mujeres.

Publicada en Marcha: http://marcha.org.ar/index.php/generos/violencias/5246-la-mujer-ese-objeto-opinado

21 de julio de 2014

“No soy tu chiste”, una campaña por amor a la diversidad



Por Noelia Leiva. Seis millones de personas replicaron los afiches que creó el venezolano Daniel Arzola, traducida a 20 idiomas. Marcha le preguntó sobre su repudio a la violencia homo/lesbo/transfóbica y las etiquetas de género.
 
“No soy tu chiste”, una campaña por amor a la diversidad

Frente a la embajada rusa en Buenos Aires los besos brotaron la semana última como arma pacífica de repudio de la prohibición de Vladimir Putin hacia lo no hétero. Geográficamente lejos de esa consigna pero no de su sentido se ubica Daniel Arzola, que se define como “artivista”. Venezolano, caminante del mundo, amante de las artes visuales, es también un activista de la lucha por romper las estructuras machistas que ejercen violencia contra lo lésbico, homosexual, trans o queer. Por amor a la diversidad, a ser quien se quiere sin por qués, elaboró la campaña gráfica “No soy tu chiste”, que se viralizó en las redes sociales. Marcha le preguntó sobre los argumentos de su compromiso.
Un hombre con barba de mariposas, dos personas negras aparentemente mujeres que quieren huir de esa casilla, un rostro varonil que brilla en celeste en la mitad y en rosa en el otro 50 por ciento. Las piezas digitales de la campaña que tuvo repercusión en los cinco continentes potencian el color y destruyen las únicas dos caras de la moneda patriarcal: ser mujer o ser hombre. Ponen en discusión la obligación de atarse a las reglas de los sexos y, sobre todo, impugna del “odio” contra las identidades disidentes.
Arzola nació en 1989 en Maracay, Venezuela. A los 17 años ya había lanzado un blog donde difundía sus denuncias sobre la vinculación estrecha entre genitalidad y moral. Esa misma plataforma, la web, lo contactó con el mundo desde que en 2013 lanzó “No soy tu chiste”, para señalar la “burla como forma de violencia”. Con esa consigna coincidió el millón de personas que la compartió en sus primeros seis meses de difusión. Por tal repercusión, los siete afiches que diseñó en 2014 se tradujeron a 20 idiomas, en asociación con el proyecto estadounidense “It Gets Better” (“Mejorará”) que pide el fin de la discriminación luego de que varones adolescentes se suicidaran por ser segregados debido a que le gustaban los chicos. Otros cinco millones se hicieron eco a través de las redes sociales.


Nací hombre, siempre fui mujer” o “No tengo que gustarte para que me respetes” son algunas de las frases que acompañan sus ilustraciones, que en mayo último se expusieron en el Senado de la Nación y planea volver a mostrar en Argentina en la segunda mitad del año. Su arte se convirtió en la primera campaña artística en defender masivamente desde las redes los derechos de la comunidad lgbtiq.
-El nombre de la campaña interpela ¿A quién o quiénes va dirigida?
-A todo aquel que ataca lo que no entiende, a los que usan la burla como violencia. Es para aquellos que creen que ser diferente es motivo de broma. En Venezuela, los medios de comunicación no son capaces de mostrar a un personaje sexodiverso que sea humano. Siempre hay un estereotipo dañino en relación a las personas homosexuales y trans. De este modo, muestran al hombre homosexual como un bufón y a la mujer lesbiana como una fantasía del hombre heterosexual. Las personas trans casi siempre son descontextualizadas.
-¿Cómo surge la idea de denunciar la burla de la que son objeto personas que no adhieren a la dicotomía “varón- mujer”?
-Alguien tenía que hacerlo, ya llevaba tiempo cansado del asunto. Además de que me parece que tener que recurrir al humor con base en algo que no se puede cambiar carece de ética. Una cosa es reírme porque te falta un brazo y otra porque te falta honestidad, la primera no puede modificarse. Creo que la burla es un tipo de violencia.
-Si tuvieras que definir qué son los géneros ¿Cuál sería tu respuesta?
-Etiquetas creadas para separarnos. Ilusiones, cáscaras que no definen nuestra esencia. Ojalá en el futuro la gente fuese más a lo Tilda Swinton (NR: actriz australiana que juega con lo andrógino), la ambigüedad me parece la más pura expresión humana.
 
-¿Te considerás feminista o antipatriarcal?
-Me considero humanista, no creo que las capacidades de alguien dependan de sus genitales, como sostiene el machismo. Creo que la maldad como la bondad no tienen que ver con ser hombre o mujer. Esto responde a lo otro también, la sociedad está acostumbrada a usar la imagen de la mujer como algo malo. Creo que ahí está la base de la homofobia: colocar al hombre en plan de “quién es la mujer”, como si ser mujer fuese una ofensa. Creo que una persona se mide en sus valores, no en su aspecto o etiquetas.
-Sin embargo te definís con una categoría nueva, la de “artivista” ¿En qué consiste?
-En promover, defender y educar sobre derechos humanos a través de la creación artística.


-¿Por qué elegiste al color como un factor prioritario en tus creaciones?
-El color influye en el comportamiento humano, esto se llama psicología del color y eso está basado mi trabajo. Las personas con síndrome de Asperger pensamos en imágenes, de ese modo interpretamos todo de modo literal. Cuando leo un poema o lo escribo, todas esas imágenes están en mi cabeza, alguien puede ser azul o rosado, alguien puede tener una barba de mariposas. Creo que el color es una de las expresiones naturales del mundo y yo constantemente tengo la necesidad de expresarme.
-¿Por qué tuvo una respuesta masiva la campaña, según tu criterio?
-Creo que hay mucha gente allá afuera sintiéndose como yo, quizá por eso se identifiquen con lo que hago. Busco sentirme cómodo en un discurso: no creo que todos y todas seamos iguales, creo que somos distintos y eso nos hace especiales. Todos somos diferentes pero tenemos derecho a ser tratados como iguales.

Lohana Berkins: de referente travesti a candidata presidencial

Por Noelia Leiva. Su lucha por suprimir los prejuicios de género en la Justicia, su lucha para que sus compañeras se reconozcan “dignas” para exigir sus derechos y su amor por Salta en una entrevista que Marcha realizó a la aspirante a la Casa Rosada en 2015.
 


En 2013 las redes sociales replicaron fotos de Lohana Berkins con su rostro iluminado por el sol que sirvieron para lanzar su candidatura a la Presidencia en 2015. Había una metáfora encerrada: salir a la luz, dejar de aceptarse como “la escoria de la sociedad”, como históricamente le obligaron al colectivo que representa. Aunque no hay una propuesta partidaria que la avale formalmente, ella sostiene que serviría “para ver qué pasa en la política si hay una jefa de Estado travesti”. Titular de la Oficina de Identidad de Género y Orientación Sexual que funciona en el ámbito judicial porteño, entiende que la comunidad travesti y trans ya no debe pedir permiso para estudiar o trabajar. “No soy el payasito de nadie”, instó.
-El año pasado circuló una campaña que la proponía como candidata a Presidenta ¿En qué consiste esa iniciativa?
-Para mí sería un desafío, un modo de generar una dialéctica en el mundo de la política para ver qué pasaría si hubiese una presidenta travesti. Veríamos cuánto avanzamos si, a la hora de imputarme una crítica, se basarían en mis gestiones o en su nudo travestofóbico. Más allá de la adscripción partidaria de cada quien, cuando atacan a la Presidenta lo hacen desde la misoginia, imaginate qué podría pasar conmigo.
-¿Cuáles serían los proyectos de su gobierno?
-En la comunidad estamos muy obsesivas con el tema del empleo, no sólo como petición al Estado, que está dando buenas respuestas como el apoyo a cooperativas, sino también a los privados. Nosotras podemos ser meseras, médicas, abogadas, diputadas, senadoras. Ese también es un desafío: que nuestra identidad de género no sea puesta como una minusvalía. Tengo tantas capacidades o discapacidades como cualquiera, no tiene que ver con mi travestismo. Basta de pensarnos como enfermas, infectadas, ladronas, poco confiables, que no nos podemos capacitar para estar en un puesto de decisión, que no podemos sostener un acuerdo.
-¿Lo conversó con algún espacio político?
-Siempre lo charlamos. No hubo una conversación concreta porque más lo tomo como desafío, como un modo de transgredir. Puedo hablar horas de mi situación de privilegio pero estaría siendo deshonesta con el 90 por ciento de mis compañeras que no viven lo mismo que yo, que tengo un empleo, un cargo, un sueldo. La lucha se trata de generar un sentido de la igualdad real, no su ficcionalidad. No me siento avergonzada de haber sido prostituta; todo lo que me pasó, me pasó. Pero si eso lo contextualizo creo que la idea de la lucha es generar una posibilidad. Por ejemplo, a mí el matrimonio igualitario no me interesa porque no me casaría con nadie, pero tengo el derecho de hacerlo si quisiera.
-¿Cuál es el rol de la Oficina que coordina?
-Está cuadrada dentro del Observatorio de Género que dirige Diana Maffia en la Ciudad de Buenos Aires. Trabaja los obstáculos que hay para el ingreso de nuestra comunidad al derecho o a la Justicia y revisa los prejuicios y creencias que traen los operadores y operadoras judiciales. También nos ocupamos de la educación vinculada a estos temas, por lo que tratamos de hacer publicaciones, dar clases y acercar material que dé cuenta de cómo se fueron modificando algunos derechos.
-¿Cómo se derriban los preconceptos que identifican?
-No es una cuestión matemática. Nosotras estamos estableciéndonos recién hace un año. Esas cosas no se pueden predecir pero el esfuerzo está, todavía no podemos hablar de resultado ni de la estrategia correcta. Del otro lado muchas veces se actúa por desconocimiento. Además, cuando tiene que ver con prejuicios y discriminación, los resortes cambian, no se sigue siempre un mismo patrón.
-¿Cómo describe al contexto político en el que se creó el área?
-Hay un Estado receptivo a nuestras históricas demandas. Vemos por primera vez cómo se construyen posibles soluciones. También nosotras como comunidad entendimos que politizarse era una de las estrategias válidas para satisfacer nuestras necesidades. Sirvieron, en términos de logros concretos, la Ley de Matrimonio Igualitario y la de Identidad de Género. Podemos hablar de tres etapas en nuestra lucha. La primera fue la de pedir por el derecho la educación, la salud, la vivienda y el trabajo. Después nos dimos cuenta de que eso ya estaba en la Constitución, entonces en la segunda etapa buscamos el acceso y la permanencia dentro de esos sistemas. Ahora estamos en la etapa de la exigibilidad de los derechos. Ya no te pido permanencia ni me interesa discutir, yo exijo ese derecho.
-En el territorio bonaerense hay militantes travestis y trans que reclaman el acceso integral a la salud ¿Está de acuerdo?
-Absolutamente. En el artículo 11 de la Ley de Identidad de Género está clarísimo que debe garantizarse. No entendemos por qué el ministro (de Salud de la Nación, Juan) Manzur no hace que a lo largo y lo ancho del país se respete la salud integral, entendida no sólo en términos de enfermedad sino de un cuerpo sano que quiere saber cómo prevenir. También se trata de empezar a conocer el propio cuerpo, para que deje de hacer los recorridos históricos de la ilegalidad y empiece a transitar los canales de la legalidad. Entonces, si hay un Estado que aprobó una ley con todo su arco político, una Presidenta que, como autoridad máxima habla constantemente de la inclusión, no entendemos por qué se niega.
-Las dificultades para acceder a la atención médica no sólo se da frente a intervenciones quirúrgicas complejas sino en la consulta cotidiana en las unidades sanitarias ¿Por qué sucede?
-En términos de derecho lo más difícil es el acceso en la órbita doméstica, tanto para las mujeres como para las travestis. Se ve también en algo de todos los días, como cuando te cortan la luz abusivamente. Hay una cuestión de desentendimiento y desconocimiento del derecho cotidiano. La gente no sabe que un montón derechos nos son negados a todos y todas por prejuicios de las personas.
-¿Cómo se evita ese avasallamiento?
-Con campañas, con un Estado proactivo, a partir de conocer lo que está escrito. En Cuba cuentan que había un gran debate porque una ley indicaba que todos los niños varones debían ir con el pelo muy corto. Un día una madre dijo que su hijo quería tenerlo largo. Empezaron a investigar y no existió nunca una ley aprobada que lo impidiera. Entonces, una cosa es la norma en sí misma y otra las leyes de costumbre, en general basadas en pretendidas cuestiones morales. Hay que empezar a desentramar eso en términos de derechos.

De “fenómenos” a sujetas de derecho

La lucha por la equidad aspira a ir más allá del discurso correcto de la inclusión: no es sumar a partir de ‘tolerar’ las diferencias, como si alguien ‘normal’ tuviera la piedad de aceptarlas, sino vivir en igualdad de oportunidades sin que la identidad de género sea un casillero a llenar para acceder a ellas. Mientras, en los programas del prime time y algunos noticieros, el colectivo de travestis y trans es todavía pieza ‘curiosa’ de la pantalla.
-Desde los medios aún se cataloga como un hecho fuera de lo habitual que una niña o un niño defina su identidad trans en los primeros años ¿Por qué cree que sucede?
-Porque hay partes de la sociedad que no dimensiona los cambios. La Ley de Identidad de Género beneficia a toda la sociedad. Que un niño o una niña tenga un conflicto a la hora de la construcción de su identidad y sexualidad permite interrogarse y poder dialogarlo. A mí antes me pedían el documento hasta para entrar al baño de la estación, ahora no. Entonces toda la sociedad puesta en eso trae el beneficio de interpelarse. Me parece algo muy bueno que nosotras no vivimos. Mi sobrina me contó que en su grupo de la universidad una compañera dijo que no se iba a llamar más Juan sino que iba a cambiar, y entonces fueron a la casa de mi hermana a probarse ropa para ir a bailar. Me lo contó como si hubiera sucedido cualquier otra cosa. Esa joven ya está viviendo otra vida. No sólo ella sino sus amigos y amigas, que tienen la posibilidad de convivir con la diferencia.
-¿Por qué si en la vida cotidiana se hace cada vez más fácil todavía hay reticencias mediáticas a incorporarlo?
-Es que los lugares históricos que nos dieron los medios de comunicación fueron el show business, las páginas policiales o el rubro 59. Cuando abrimos la oficina salió un recortecito en los diarios, pero si mañana me pescan con un hombre en mi oficina o robo algo, sería tapa. Siempre estamos vistas de manera bufonesca. Fijate cómo nos ridiculizan en el programa de (Marcelo) Tinelli o en el que hacen los cómicos que aprendieron con él en Canal 11 (por “Sin Codificar”).
-¿Las redes sociales ayudan a cambiar la mirada?
-Sí, totalmente. Vivimos en otra era. Nosotras usamos mucho Facebook. También hay nuevos modos de comunicación en el mundo trava; hay cada vez menos perfiles hechos solamente con fotos en pose, por ejemplo. No teníamos el hábito de leer o ver noticieros. Ahora muchas chicas lo hacen. Les contás de tus ideas, debatís. Hay cosas que nos pasaron por ignorancia, por eso la educación es el arma más poderosa.
-¿Internet permite ayudar a más compañeras?
-En eso somos cautas. Tenemos en claro que si se tiene un problema hay que ir a la Justicia. Ahora si la compañera dijo que fue y no le respondieron, ahí actuamos. Yo recomiendo que no vengan a Buenos Aires cuando tengan un problema en otro sitio sino que busquen resolverlo allá, que golpeen la puerta del hospital o del lugar que sea. Si quiere estudiar o atenderse, hay que informarse y exigir los derechos ahí. Hay que convencer donde está la pelea.

De Salta a Buenos Aires

-¿Cómo se viven estas problemáticas en su Salta natal, donde en octubre se realizará el Encuentro Nacional de Mujeres?
-Al que voy a ir, como todos los años. Allá se vive de la misma manera. El conservadurismo está en todos lados. La concentración del poder está acá pero los resortes son iguales en todos lados. Hay que tener en cuenta que la ley per sé no cambia nada. La que debe cambiar es la compañera. Las situaciones son las mismas, incluso, en América Latina. Por ejemplo, en Buenos Aires si voy por la calle y un policía me identifica como travesti, puede detenerme y acusarme de que ofrezco un servicio sexual. No se hace porque no es políticamente correcto pero no se hizo el esfuerzo de erradicarlo y generar una política distinta. Como en los hospitales, que no te quieren atender. ¿Por qué hay que ir con la ley bajo el brazo? Son resabios del totalitarismo. No podemos ignorar que hay una cuestión de recambio generacional: una travesti ahora ya nace con documento.
-¿Usted pudo charlar con personas de su entorno cuando decidió ser Lohana?
- No, mi historia fue mucho más triste. Ya pasó, es una etapa que se tiene que superar.
-¿Se hace necesario no volver a pensar en el pasado?
-No, es que soy activista más que nada, no quiero seguir construyendo un personaje. Además sí son cuestiones dolorosas. No niego nada, trato de ser una persona muy positiva. Tuve una infancia muy dura, nací en una provincia muy conservadora que, igual, visito todos los años y me parece maravillosa. Me encantaría terminar mis años en Salta.
-¿En Pocitos?
-Volvería a la ciudad, seguramente. A Pocitos voy porque están mis hermanos. Conservo mis mismas amistades de siempre. Voy a sus casas, me gusta hablar más de lo domestico, escuchar sus cosas, ser la misma persona. Nunca imaginé que viviría en Buenos aires pero las circunstancias se dieron así. Ahora ya no pero durante muchos años me sentí una exiliada.
-¿Por qué?
-Porque no entendía la cultura y las formas a pensar aunque era el mismo país e idioma. Ahora vive acá gente conocida de Salta así que algunas costumbres conservamos, como la forma de comer, de cocinar, de encontrarse.
-Hay muchas personas que admiran su lucha y que se encuentren en una situación similar a la de usted en sus primeros años ¿Qué les recomendaría?
-Que se sientan orgullosas de lo que son. Yo me siento plena, amo ser trava. No hay nada que me avergüence ni de mi pasado. Hay que exigir todos los derechos. Es así como vamos a lograr que la sociedad revierta su conservadurismo. Ya no somos las travestis de antes que vivíamos escondidas. Nos hicieron creer que éramos la escoria de la sociedad, pero eso ya pasó. Ya muchas pagamos un altísimo precio para que estas niñas travestis de hoy lo puedan valorar y vivir plenamente. Yo no soy payasito de nadie.

Publicado en Marcha Noticias:http://marcha.org.ar/index.php/generos/entrevistas-genero/5362-berkins-de-lider-travesti-a-candidata-presidencial

9 de junio de 2014

La Justicia quiere que Mirtha sea colectivera

Por Noelia Leiva. La Corte Suprema dio lugar a un recurso de amparo que señaló que empresas de ómnibus salteñas discriminaron a una ciudadana que se había postulado para manejar pero sólo contrataron hombres. El máximo tribunal de la provincia no había visto la inequidad.

Mirtha Sisnero dejó su currículum en todas las empresas de colectivos de Salta capital, donde reside, pero nunca la llamaron. Sin embargo, supo que varios varones sí fueron contratados como choferes, el puesto al que ella aspiraba para conseguir el sustento para su familia. No fue casualidad: como reconoció la misma Corte de Justicia de su provincia, alcanza con “detenerse en cualquier parada para relevar la nula presencia de mujeres” al volante. Pero se contradijo a sí misma al asegurar que no había acto discriminatorio en el hecho de no convocarla. El máximo tribunal nacional hizo lugar a un recurso de amparo que sostiene lo contrario.

La mujer, madre de dos hijos, dejó el documento donde constaban sus antecedentes laborales a una compañía, con el deseo de que la sumaran a su plantel. Como no le respondieron, decidió ampliar la búsqueda y acercarse a todas las líneas de la ciudad. Su enojo llegó cuando entendió que las empresas se basaban en prejuicios de género para siquiera realizar una entrevista laboral, como si las ciudadanas no pudieran conducir bien y, mucho menos, un móvil grande que transporta personas.

“Fue notorio porque en ese lapso sí incorporaron varones”, le explicó a Marcha Sisnero. El machismo, a través de uno de sus lugares comunes, se había entrometido y obstaculizado el acceso a lo que era una prioridad para ella: “Tenía la necesidad de un trabajo bien remunerado, que me deje tiempo para compartir con mis hijos y poder hacerlos estudiar”, describió.

Por eso, buscó defensa en la Justicia, pero la Corte salteña entendió que la falta de respuesta a las solicitudes de trabajo era insuficiente para asegurar que hubo discriminación ya que no hay una figura legal que obligara a la compañía a contactar a la persona interesada. Sí reconoció que en la “sociedad” se registran actos de desigualdad. Sólo pidió que el sector enviara un informe ante la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMT) con los requisitos que piden para sumar empleados o empleadas. Como si el rudimentario mecanismo de expulsión machista estuviera escrito.

La Corte Suprema de Justicia no coincidió con el conservadorismo patriarcal de la institución provincial. Dio lugar a un recurso de amparo presentado por la vecina, junto a Fundación Entre Mujeres, contra la Sociedad Anónima del Estado del Transporte Automotor (Saeta) y la misma AMT, y consideró que “se acreditaron diversos hechos conducentes y suficientes para configurar un caso prima facie encuadrable en una situación discriminatoria”, indica el fallo.

Uno de los elementos probatorios que dio por válido es que, del listado de trabajadores de las empresas demandadas, se desprende que no hay mujeres contratadas, incluso tras las sucesivas postulaciones de la aspirante a colectivera, que por ahora sigue trabajando en un emprendimiento familiar.

Con esa decisión, retoma vigor lo que había establecido la Sala V de la Cámara de Apelaciones Civil y Comercial de Salta capital, que había avalado la demanda en primera instancia y ordenado que, como mínimo, el 30 por ciento del personal que conduzca colectivos en la ciudad esté constituido por mujeres. Y que, si se probaba que las compañías habían interpuesto sus prejuicios de género a los criterios de selección, debían incorporar a ciudadanas que desearan cumplir ese rol. Para eso, había que elaborar un listado con quienes quisieran ser choferas, con Sisnero en primer lugar.

Para la afectada no hay mucho más que investigar: “Es una decisión empresarial (la de no contratar a las vecinas), porque aquí sí hay mujeres que conducen micros escolares, taxis, remises”, enumeró. “En Córdoba están las chicas que manejan los trolebuses. Y son más grandes que los ómnibus que circulan” en su zona, agregó, como si hiciera falta más argumentos para señalar el mal desempeño.

Con el fallo de la Corte Suprema –rubricado por Ricardo Lorenzetti, Carlos Fayt, Enrique Petracchi, Juan Carlos Maqueda y Elena Highton de Nolasco- en mano, Mirtha aspira a que su objetivo pueda cumplirse. Confía en que el trato con sus futuros compañeros varones será “normal, como fue en otra ciudad” donde se desempeñó. Resta que los empresarios puedan resignar su machismo y aceptar la batalla perdida.

Publicada en Marcha Noticias

28 de mayo de 2014

Las Casildas, de doulas a teatreras

Por Noelia Leiva. Consideran que las decisiones de las mujeres deben ser prioridad al dar a luz. Para informar, concientizar y emocionar, buscan correr el velo desde una obra de teatro, Parir(Nos). En la Semana del Parto Respetado, Marcha les consulta sobre las primeras experiencias en escena.

El parto puede ser orgásmico y la conexión con el útero profundizarse hasta que eso que parece dolor no se asocie al padecimiento: los conceptos de la escritora Casilda Rodrigañez Bustos se reactivan en la obra de quienes asumieron su nombre, Las Casildas. Como mujeres que ayudan a otras a parir, resignifican el ‘ser madre’ como una elección desde el minuto cero, cuando el embarazo no se acepta por tradición o miedo sino que se busca por deseo. Cuatro historias posibles sobre cómo dar a luz se reúnen en la pieza teatral Parir(Nos) que ayer, en su segunda presentación pública, se mostró en la Maternidad Estela de Carlotto.

Una mujer relata sobre un alumbramiento respetado, en el que sus necesidades fueron privilegiadas. Dos cuentan sobre uno ‘natural’ y otro por cesárea en espacios institucionales tradicionales, donde la comodidad del médico o la médica se pone en primera línea, junto a la celeridad para desocupar el quirófano. Hay un cuarto relato sobre la llegada de un bebé en casa que no resultó como se esperaba. Pensada por el equipo de doulas, que acompañan como las ancestras a otras mujeres durante la gestación, la obra interpela la maternidad desde los testimonios ficcionales para ir por una que quiera pelearse con el heteropatriarcado y ganarle espacio al sistema que “terceriza los partos”.

Así lo definió Julieta Saulo, que además de psicóloga social es puericultora, es decir guardiana de la lactancia y los primeros vínculos de esa nueva vida con su entorno afectivo. En 2011 entendió que ya era hora de que Las Casildas superara la instancia de difusión online de información para empezar a caminar junto a Mariela Franzosi y ValeriaWasinger con talleres y una revista bimestral. Ayer, todo se materializó cuando su obra pisó el establecimiento que lleva el nombre de la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo y que asegura adoptar prácticas profesionales más humanitarias.

-¿Por qué la obra incluye en su nombre la primera persona?

-Porque nos involucramos en un proceso que está muy tercerizado, súper intervenido y violentado. Sentimos que una mujer después de tener a un niño o una niña no vuelve a ser la de antes. Es una experiencia vital, bisagra en nuestras vidas. Estamos en contacto con muchas familias. Si bien es una ficción, representa muchas realidades, el pedido de que se escuche nuestra voz. Sentimos que lo hacemos a través de estas cuatro experiencias.

-¿Podría tomarse el discurso del dolor en el parto como un elemento fundador de la violencia obstétrica?

-Hay que trabajar en cambiar la concepción de dolor: entenderlo como proveniente de la fisiología, no de la patología. Pero no sé si anclaría sólo allí la violencia aunque sí se ve en el avasallamiento de nuestros cuerpos y nuestros derechos. Por eso es importante que la información (para prevenir esas opresiones) circule y llegue a dónde llegue.

-Con ese fin ¿es importante que haya una Semana del Parto Respetado, como ocurre entre el 19 y el 25 de mayo?

-Nos genera sentimientos ambivalentes porque deja en evidencia cuánto nos falta si es que necesitamos estas jornadas para visibilizar cuáles son los derechos de una mujer. Pero si sirve para acercar información, es válido.

-¿Cómo se pone en práctica toda esa información en el mismo momento del parto?

-Nosotras acompañamos a mujeres que paren. No sólo a las que deciden hacerlo en su casa, sino en partos vaginales o cesáreas en establecimientos médicos. Ahí radica la libertad: que se pueda elegir en qué institución hacerlo, cómo y con quién. Saber qué tiene que ver la violencia con la medicalización, que terceriza los nacimientos. Una no es protagonista. Cuando entra a ese sistema te cortan, te sacan, te dirigen los pujos, en un proceso donde la naturaleza interviene en un ciento por ciento si no hay agentes externos.

-¿Cómo es su trabajo cuando las convocan familias que quieren tener a su hijo o hija en un establecimiento médico?

-Circula mucho que venimos a romper con la estructuras de esos lugares, pero no. Siempre vamos en pos de ese bebé, de esa familia. Ir con un discurso no constructivo no colabora en lo más mínimo. No propagamos solamente el parto en casa sino de la manera que cada persona lo pueda sostener, física, espiritual y económicamente.

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Trabajadoras de prensa: la lucha en el cuerpo

Por Noelia Leiva. Realizadoras feministas presentarán un corto sobre el paro general de periodistas del 7 de junio de 2013. Consideran que allí los y las periodistas empezaron a entenderse como “laburantes”. Las mujeres rompieron la doble cadena de opresión: asumieron espacios de “arenga” culturalmente reservados a varones.

Sus cuerpos empezaron a moverse. Los bombos se batían y cada vez eran más de ellas las que los agitaban. Gritaban, se movilizaban, ya no se conformaban con debatir en la privacidad de un encuentro de pares. El 7 de junio de 2013, una opresión en doble vía empezó a romperse: en las redacciones, los y las periodistas se animaron a reconocerse como trabajadores y trabajadoras, conscientes de que debían resistir la clausura de sus derechos, y se concentraron en el Obelisco para hacerlo público. Al mismo tiempo, las mujeres de esa lucha entendieron que no había que pedir permiso para tener voz. Revbeladas, un grupo de realizadoras audiovisuales con perspectiva de género, registró ese cambio de mirada en un corto que se difundirá esta tarde en el Festival Internacional de Cine Político (FICiP).

El año pasado, 1500 periodistas celebraron su día en el centro porteño, en el primer paro general desde 1986. Había que festejar que la unión comenzaba a madurar. Se dedicaban a escribir historias cuyos protagonistas eran acallados por el sistema pero sus propias patronales desarticulaban la batalla por las conquistas laborales, lo que en la movilización se sintetizó en el reclamo de “paritarias” y de una conducción gremial representativa. A esa marcha fueron las cineastas de Morón Mariela Bernárdez y Natalina Franco Dos Santos, que decidieron encender la cámara porque entendieron que estaban ante un hecho que formaría parte de la historia.

-¿Por qué una movilización de quienes trabajan en los medios mereció que Revbeladas la convirtiera en un corto?

-Mariela Bernárdez: Recibimos una convocatoria de las compañeras de Red PAR- Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación No Sexista y creímos que íbamos a participar en una convocatoria de comunicadoras de género. Pero cuando llegamos a la Avenida 9 de Julio vimos cómo la gente tenía cara de sorpresa al ver que eran las banderas de los medios que ellos leían las que estaban ahí. El olfato nos decía que era algo distinto y lo empezamos a registrar. Estaban Página/12, Télam, Clarín; medios de los estratos más diversos que se daban cita en el Obelisco y habían parado las redacciones para demostrar a las patronales que estaban formando una fuerza con sustrato colectivo que podía incidir.

-¿Dónde yacía ese cambio que ustedes leyeron?

-MB: Se vieron a los medios como aparato de producción y de generación de sentido, con todos los intereses que se ponen en juego. Hay una paradoja porque las personas que tejen relatos son escasamente protagonistas de historias porque las invisibilizan sus patronales. Son usinas de generación de relatos pero no son sujetos o sujetas del discurso. Era la sorpresa de que los que estaban en la calle eran ellos y ellas, a los que el imaginario popular no les concede el lugar de trabajadores sino de intelectuales que están detrás del escritorio y que, cuánto más sepan de la maquinaria, mayor será su capacidad de incidencia.

-¿Qué lugar tuvieron en la lucha las periodistas ese 7 de junio?

-Natalina Franco Dos Santos: Al pensar el rol de ellas, partimos de pensar que hay que solucionar las desigualdades entre opresores y oprimidos, y de los oprimidos dentro de los oprimidos. Buscamos aportar a la conquista de los derechos a través de nuestro oficio, que se trata de mirar, de cómo mirarnos, por ejemplo, en el contexto de nuestra condición de mujeres. En la movilización habíamos re descubierto algo y corrido velos al pensar a los periodistas como trabajadores, no atomizados con un medio. En ese marco, los cuerpos de ellas eran los que contaban, cuando suelen narrar con las palabras.

-¿Por qué contaban sus cuerpos?

-NFDS: Sostenemos la idea de la corporalidad como terreno político, como territorio por liberar. Esas compañeras que narran las historias a través de la pluma estaban empezando a escribir el capítulo de una nueva historia con su cuerpo. Iban con bombos, altavoces. Era la apropiación de una historia de lucha.

-MB: Ese fue el comienzo pero se sintió más fuerte con su participación en las siguientes etapas, donde sostenían banderas, redoblantes, megáfonos; roles que, casi siempre y debido a la división sexual del trabajo, ejercen varones, vinculados a la fuerza física y la arenga. Se fueron corriendo esas divisiones y se apropiaron de algo que les correspondía. Eran cuerpos que se liberaban de un montón de cadenas culturales.

-Desde su rol de observadoras de ese proceso, ¿cuál creen que fue la respuesta de los hombres de ese conjunto?

-MB: La maduración subjetiva las abraza en un proyecto más amplio. Hay lugares que se toman si están en disputa pero, cuando se da en un consenso, hay un proceso dialéctico en el que algunos rechazan sus privilegios, como hicieron algunos compañeros varones.

El feminismo en los ojos

La cámara no es inocente. El ‘recorte’ de la realidad -que la reconstruye, la cuenta subjetivamente- que hace Revbeladas empieza a formarse en la militancia territorial y comunicacional que iniciaron en plena crisis de 2001 y que, unos diez años después, pudieron empezar a nombrar: “Antes nos preguntábamos sobre la desigualdad y la opresión bajo una mirada latinoamericanista pero después vimos que no, que había que pensar en un marco de desigualdades simbólicas e individuales anteriores”, explicó Bernárdez.

Así como quien tiene la fuerza de trabajo es expuesto a la manipulación simbólica y material de quienes poseen los medios de producción, las mujeres -reducidas culturalmente a la aceptación y no a la decisión- quedan rezagadas en la lucha de sus derechos bajo el dominio machista. Deconstruir esa lógica en pos de la equidad es el aprendizaje que les dejó “llegar a los 30 y pico y descubrirse feminista”, definió la realizadora.

“Queremos poder mirar qué nos pasa a nosotras, mujeres, profesionales, militantes, compañeras, ex esposas y aportar a esto de llenar de sentido una manera de ser mujer más allá del binarismo del heteropatriarcado”, enfatizó Franco Dos Santos. Bajo ese lema trabajan hace dos años en un largometraje que investiga, una vez más, cómo juegan los cuerpos en el desafío de constituir una identidad fuera de las normas de exclusión sexista. Y ven a través de ese cristal todas las luchas por la horizontalización del poder.

Cuándo y dónde:
El corto se proyectará hoy a las 19 en el FICiP, en el auditorio del Hotel Bauen, en Callao 360. La entrada es gratuita.

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Feinmann o la transfobia televisada

Por Noelia Leiva. El periodista sentenció que una chica trans sería "padre biológico" en lugar de madre. Como comunicador, incentiva la conservación los estereotipos patriarcales en la TV. La lucha por erradicar el machismo de lo aceptado como "normal".

Para el periodista Eduardo Feinmann, “la sociedad está perdida”. Si él fuera el único representante de esa comunidad, hasta se le podría dar la razón. Cuando una panelista de su programa contó que Casandra Crash, conocida como ex asistente del mediático Santiago Bal, difundió que quería ser mamá y que, como es trans, acordó inseminar a una amiga que llevará el embarazo, sus categorías patriarcales marcaron “error”. Sentenció que ella sería en verdad el “papá biológico” y que “no se piensa en el niño por nacer”, lejos de entender que alguien puede construirse socialmente con características distintas de las que se supone que asigna lo biológico. En su voz, los parámetros arcaicos gritan desde la pantalla chica.

Cuando la comunicadora Marcela Tauro llevó a la pantalla de C5N la noticia, balbuceó y se puso seria. Evidentemente no sabía cómo decir eso que tenía para contar, por más esfuerzo que hizo para distanciarse de los cuestionamientos sexistas del conductor. Casandra, vista en varios programas de televisión por su proximidad con el mundo del espectáculo, decidió tener un hijo o hija con su pareja, Marcelo, y para eso le pidió a una amiga que llevara en su vientre al bebé que nacería de un encuentro íntimo, acordado y consentido. Hasta ahí los datos, que recurren a la vida privada de los protagonistas. El problema vino cuando Feinmman necesitó asimilar en sus categorías eso que, seguramente, consideró como contrario a lo “natural”.

“Este nene va a tener una mamá biológica, un papa biológico, una mamá de la vida y un papá de la vida. ¿Cómo tiene que llamar a su papá de la vida? No piensan en el niño por nacer”, lanzó el indignado, que aseguraba que la decisión de apelar a lo que la naturaleza le dio a Casandra para procrear, la convertía en el varón portador de la paternidad. Sus dichos son un banquete para la crítica sobre cómo opera el machismo en una de sus caras más odiosa: la discriminación al colectivo trans.

Pero ¿importa lo que diga Feinmman? Fiel a los alegatos conservadores que preconizan la intromisión del Estado y la Iglesia en las decisiones personalísimas, su postura lo constituye en un paladín televisivo del paradigma que genera violencia y que en la calle se convierte en insultos, golpes, abusos y hasta muerte de chicos y chicas trans. O en las barreras para acceder a la atención de la salud y el trabajo dignos. En la arena mediática, obstaculiza el desarrollo de la pluralidad de voces porque enfrenta a quienes consideran que el cánon occidental y cristiano es el “natural” con los y las que le ponen el cuerpo a lo entendido por “diverso”. Entonces sí, importa.

“Sabemos quiénes son los periodistas que no tienen en claro que cada uno puede vivir como quiere”, denunció ante Marcha, Marcela Romero, presidenta de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta). “Ni siquiera ponen el tema en debate, sólo existe (desde su óptica) el hombre y la mujer, que no lo es si no tiene hijos”, cuestionó la referente.

La lucha por la equidad empieza con discutir qué es “normal” y desde qué mirada, más desde los medios, ámbitos de legitimación del discurso hegemónico. Cuando el micrófono es la herramienta para condensar la discriminación, también opera la intención de “desprestigiar y humillar” al colectivo, “sin saber que hay una ley, la de Identidad de Género, que sostiene que no importa con quién te acostás, seguís siendo vos”, enfatizó Romero.

La cárcel de las etiquetas

Según la norma 26.743 sancionada y promulgada en 2012, “se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. Es decir que, tan públicamente como la persona decida, su nombre y su ser se constituirán por fuera de lo biológico o, al menos, sin tomarlo como único condicionante. O sea que Casandra será mamá si así lo quiere, como todo sujeto o sujeta que asuma ese rol.

Hay tramas que aún no se redibujan ni con la letra escrita ni con el fortalecido movimiento de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), aunque la lucha está dada. “Si es difícil que la sociedad entienda nuestra construcción de identidad, más lo es que el deseo de ser padre deje de ser leído como algo atado a lo biológico y genital. Feinmman cree que Casandra va a ser papá porque tiene un aparato reproductor masculino”, cuestionó Gian Franco Rosales, coordinador nacional de Hombres Attta.

No pesa sólo que se espera que el varón aporte su semen fundador y que la mujer sea el albergue de la creación de su compañero, sino que se supone que un núcleo familiar es aquel compuesto por dos personas que jueguen esos roles. “Estamos en una sociedad muy avanzada pero que todavía piensa en ‘familia tipo’ cuando lo que hay son ‘tipos de familia’”, apuntó el estudiante de Ingeniería en Informática, que busca que no lo obliguen a “entrar en el casillero de hombre” para constituirse como él quiera.

La ley 26.485 busca erradicar esos lugares comunes, al calificar la violencia mediática como la ejercida por una “publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación” que “difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres”. Aunque la norma sólo habla de ellas, la necesidad de erradicar el dedo acusador patriarcal excede a esa otra etiqueta, la de ser identificada con lo femenino, y clama por todos y todas. Le equidad es la destrucción de la cárcel del “deber ser” asignado para liberarse en el “ser deseado” y construido.

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“No quería ser madre”: historias sobre el aborto


Por Noelia Leiva.
Para la ley argentina decidir sobre el propio cuerpo no es un derecho sino un delito, cómplice de la clandestinidad. Por eso, miles de mujeres interrumpen sus embarazos en escenarios riesgosos. Otras tantas mueren. Aquí, algunos testimonios sobre esa lucha.


Hace cinco semanas que Florencia está embarazada, le dijo una médica que acaba de conocer. No quiere ser madre: ya no es adolescente pero sí lo bastante joven como para terminar su carrera y buscar trabajo sin un hijo o hija que cuidar. Todavía no siente esa presencia en su vientre ni quiere hacerlo: es su cuerpo y decide ‘decidir’. Como ella, miles de jóvenes y adultas transitan el derrotero clandestino para la interrupción de la gestación que, criminalizada, a veces genera culpa y la necesidad de callar. Las mujeres se convierten en presas políticas del Estado heteropatriarcal y la opresora Iglesia. A días de la nueva presentación en el Congreso del proyecto de ley de aborto legal, seguro y gratuito, las historias claman que la discusión se agilice para que no haya ni una muerta más.

Los relatos sobre el aborto en la clandestinidad son tan distintos como mujeres existen en el mundo pero su pertenencia al campo de lo sancionado genera experiencias comunes. “Me sentía mal pero no quería ser mamá. No se lo dije a nadie. Mi novio fue el único que me acompañó. Él se encargó de averiguar dónde vendían las pastillas (el misoprostol) y comprarlas, pero es injusto tener que sentirse así por decidir no seguir adelante con un embarazo que no quería”, relató a Marcha Florencia, estudiante universitaria de 22 años que vive en Lomas de Zamora y que, aunque no se llama así en la vida real, sí es bien cierto su registro de cuando un derecho es señalado como crimen.

Entender que hay que preservar la acción al ámbito de lo más privado suele ser una constante, aunque a veces el tiempo permite “elaborar el duelo”, señaló Andrea (27), empleada de un estudio de abogados de Monte Grande, en el distrito bonaerense de Esteban Echeverría. “Yo no sabía qué hacer porque me embaracé después de tener relaciones sexuales con un hombre al que estaba conociendo y sabía que mi familia iba a acusarme por acostarme con quien yo quería en el momento que quisiese”, relató, sobre la historia que había vivido tres años antes. En un reconocido centro sanitario privado de su localidad le habían ofrecido practicarle el aborto por 5 mil pesos, que ella estaba dispuesta a pagar, hasta que investigó en internet y se contactó con militantes feministas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que le contaron cómo abortar con píldora.

“Ahora me parece que hay más información, incluso hay libros online que te cuentan qué te pasa si tomás la pastilla (por el material digital que elaboró la línea Más Información, Menos Riesgos), pero cuando a mí me pasó tuve que esperar un mes para conseguirlas”, describió. Vinieron dolores similares a los menstruales y una sensación de cansancio generalizada, propios de cómo el químico actúa en el organismo. “Me sentía mal pero no podía creer que mi karma se había terminado”, señaló. Después vino la ayuda de una terapeuta para poner en palabras esa experiencia, lo que también le permitió compartir con otras mujeres: “Es nuestro derecho, no puede ser que seamos asesinas por decidir si embarazarnos o no ¿Nadie piensa que nos podemos morir o quedar mal por vivir esto como si fuéramos criminales? Porque te hacen sentir así”, enfatizó la estudiante de Derecho, que prefirió preservar su apellido.

Decidir expulsar el feto en formación es un entramado difícil de recorrer por el contenido condenatorio que le aporta la cultura occidental y cristiana. La figura de la madre conciliadora y amante de sus hijos o hijas que las iglesias se encargan de defender todavía pesa. Defender la vida se vuelve sinónimo de plantar bandera a favor de una tradición que es aliada al mercado negro de la muerte, aquel que las que tienen dinero pueden atravesar con menos secuelas pero que las pobres siquiera alcanzan porque no tienen con qué. Parteras ubicadas en consultorios ilegales nada asépticos, agujas de tejer y tallos de perejil hacen al folklore de los abortos menos comentados. Que, a su vez, constituyen la primera causa de muerte materna, aunque, en tanto acción penada, no existen estadísticas oficiales en Argentina sobre ese avasallamiento.

No sólo hay ‘rosarios’ sobre los ovarios sino la presión económica que opera en los despachos políticos. Pese a que esta semana se presentó nuevamente el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo que defienden 300 organizaciones y militantes autoncovocadas de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el jefe de Gabinete Jorge Capitanich volvió a enfatizar en conferencia de prensa que “el Ejecutivo nacional no impulsa ni promueve” la iniciativa. La lucha promete ser ardua para que las más de 60 firmas del documento tengan el valor suficiente para lograr votos positivos.

Hacerlo público

El tiempo y la resignificación de lo sucedido permiten, a veces, que una vivencia difícil se vuelva lucha. Para Carolina Reynoso, realizadora de la película “Yo aborto. Tú abortas. Todxs callamos” que reúne testimonios disímiles de mujeres que tomaron esa decisión, contar con imágenes le permitió saldar la deuda interna de denunciar la complicidad. Hace poco más de una década fue ella la que estuvo en el lugar de quienes fueron sus entrevistadas en el film.

“La pasé muy mal porque los médicos no me querían contar qué podía sucederme. Tenía miedo de morirme o de quedar estéril. También sentía culpa por la mirada del otro”, describió. Al recorrer el país para conversar con pares se dio cuenta de que “había necesidad de hablar”, también en ella, que pudo pensar esa acción que había ocultado hasta entonces como “la primera decisión totalmente autónoma” de su vida, sintetizó.

Su recorrido simbólico abarca el sentido que tiene la maternidad en una sociedad en la que “se juzga mucho a una mujer que no quiere ser madre porque se pregunta qué otra cosa puede querer hacer que sea más importante”, denunció. Otro argumento que pretende conmover es el del ‘amor’ a las nuevas vidas, pero ¿qué hay, nueve meses y parto mediante, de esas personas cuyas familias no están preparadas para acompañaras en su desarrollo?

“Nadie merece ser un hijo no deseado, nadie merece ser madre sin quererlo”, enfatizó la actriz Marina Glezer, que eligió contar que la primera vez que se embarazó, a los 18 años, interrumpió la gestación. Entonces, en 1999, pagó 800 pesos en una clínica de Barrio Norte para abortar sin secuelas. Con el mismo compañero de ese momento decidió, más tarde, que sí era tiempo de procrear y entonces llegaron sus dos hijos.

“Después de pasar seis meses de infierno, hasta que dejó de ser clandestino y elaboré el duelo, sentí como causa propia la injusticia de no tener derecho a elegir. Yo no pude decidir con libertad y sentirme contenida pero la mujer que no tiene recursos puede perder la vida, es grave”, cuestionó. Vivir o morir por ‘políticas públicas’ que en realidad privatizan y reservan el derecho a quienes pueden pagar en la clandestinidad es el acto cruel de la democracia, la deuda de la ‘década ganada’. Ya son demasiadas muertes ¿cuántas más necesitarán para reconocer que parir o no parir es un derecho personalísimo?

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Mujeres que vivieron Malvinas

Por Noelia Leiva. Fueron señaladas como “compañeras” de los ex combatientes. Pero no sólo esperaron, también sostuvieron a sus familias durante la guerra, contextualizada en los años oscuros de la historia nacional.

Fueron esposas, novias, madres, hermanas y amigas que esperaron desde sus barrios que los jóvenes de 1982 regresaran de defender las islas Malvinas, señaladas como propias en el mapa y disputadas a la ‘potencia’ inglesa, en el marco de la dictadura cívico-militar. También fueron enfermeras que aceptaron viajar a la zona del conflicto para atender a los heridos de guerra, tan vinculada con lo masculino entendido como instinto bestial de defender lo propio incluso a costa de la sangre. No es casualidad que en ese ámbito “ni los medios ni la sociedad” les dedicaran su atención a las mujeres en ese periodo, señalaron desde espacios que piden el reconocimiento para ese trozo de la historia viviente.

Difícil es apartar, en una primera lectura, la vinculación de las ciudadanas con el rol de la paciente, de la que le pone el cuerpo a la espera. Sin embargo, ellas también asumían el comando de sus hogares o de sus propias vidas, en un contexto en el que no se había masificado el debate sobre el empoderamiento femenino. Muchas, tal como repite el imaginario colectivo, vieron cómo los varones que querían se iban con sus 18 años a emplear armas para derrocar a un ‘enemigo’ complejo de dimensionar.

“Recuerdo que el 2 de abril me dirigía a la facultad cuando comencé a ver banderas y gente que festejaba con euforia. Así me enteré que se habían recuperado las islas, y lo había hecho el Batallón de Infantería de Marina 2, donde estaba mi entonces novio”, describió Laura Leguizamón, que junto con Adriana Aranda iniciaron Mujeres por Malvinas Almirante Brown. Como reflejo del cambio de ánimo popular en los 73 días de enfrentamiento, la alegría duró poco. “Viví todo el conflicto buscándolo en las listas de muertos y desaparecidos”, señaló.

Telegramas, frazadas y chocolates eran herramientas con que contaban para darle esperanza a la ausencia, aunque las posibilidades de que llegaran eran pocas, según supieron con los testimonios de los que regresaban. Había actores que, aunque con la misma juventud, tenían puestos en espacios de “más fácil acceso”, señaló la escritora echeverriana Carmen de Sabbagh, que se casó con Jorge, su novio de aquellos años e integrante del equipo de Comunicaciones militar. “Yo le mandé un telegrama que todavía guardamos, que decía: ‘Compré cocina. Te necesito pero Argentina te necesita más’”, relató la mujer, que había empezado a amueblar la futura casa, fiel a los mandatos de la época.

“No recordamos que los medios ni la sociedad hayan dedicado un espacio y atención a las mujeres en ese periodo”, señalaron desde el colectivo originado en Brown y con representantes en el Conurbano. De acuerdo a los parámetros del deber ser de entonces, las hermanas tenían que contener a las madres dolientes por la incertidumbre de la vuelta del hijo, pretendida herencia de la ‘jefatura’ familiar. Las novias tuvieron que aceptar la decisión de que ese compañero entendiera que la Patria, comandada por la Juntas del Terrorismo de Estado, debía defenderse al echar a Inglaterra de ese punto austral del mapamundi. No pudieron repudiar la violencia sino que, movidas por la manipulación mediática del discurso de lo soberano, alimentaron y absorbieron el círculo de lo que lo supremo demandaba.

Las enfermeras

Hubo veinte mujeres especializadas en instrumentación quirúrgica y enfermería que quisieron vivir la guerra en primera persona, no a través de los ojos de los combatientes. Siete arribaron a Puerto Argentino. “Forman un grupo casi desconocido, el de las veteranas; recién ahora la historia las empieza a reconocer”, aseguraron desde Mujeres por Malvinas. Susana Maza, Silvia Barrera y María Marta Lemme pertenecen a esa lista, que en muchos casos vivían la vocación de servicio como herencia familiar porque eran hijas de integrantes de las Fuerzas Armadas.

“Encontrar a un veterano es como volver a ver a un amigo de toda la vida, aunque pasen años”, enfatizó Silvia, que tenía 22 años al ‘alistarse’, según difundió la Asociación de Veteranos de Guerra de Salta en su portal. “El 8 de junio nos reunieron en el Hospital Militar Central y nos dijeron que necesitaban instrumentadoras quirúrgicas para viajar a Malvinas. Nos ofrecimos 20. Nos dijeron: ‘Hay que salir mañana’. Entonces quedamos cinco”, relató.

En 1982 había sido el primer año que el Ejército había abierto la posibilidad de que las mujeres se inscribieran en sus filas como enfermeras. Pese a que el pasado latinoamericano ya tenía en su arcón nombres de luchadoras, no eran consideradas aptas para integrar un combate hecho por varones de uno y otro bando. También, a lo largo de la historia, la violencia patriarcal las convirtió en ‘trofeos’ de las peleas, sometidas por el deseo devorador de los varones.

Qué lectura asumirían, más de treinta años después, los movimientos de mujeres si sus pares debieran atravesar por el rol de acompañar a la distancia a los varones de su familia es una hipótesis poco analizada en contextos en los que un conflicto armado está aparentemente lejos. En paralelo al énfasis de que la violencia no soluciona diferencias, también el relato de lo que sucedió espera una lectura más precisa sobre el rol de ellas en los años cruentos del pasado cercano.

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Golpeadas por ser lesbianas

Por Noelia Leiva. Tres mujeres fueron insultadas y lesionadas en un boliche cordobés luego de que una de ellas rechazó a un varón. Las llamaron “machonas”. La Policía permitió que los agresores escaparan y la Justicia tardó casi 24 horas en registrar sus denuncias.

“Heterosexista” es la definición justa para el ataque que recibieron tres jóvenes lesbianas, integrantes de un colectivo de lucha por la equidad de géneros, en un bar de Córdoba Capital. La golpiza comenzó cuando una de ellas rechazó a un varón, aparentemente “cabecilla” del grupo de casi diez personas que las hirió. Lograron escaparse amparados por la Policía, pero las víctimas no tuvieron un desenlace tan ameno: tardaron casi 24 horas en lograr que la autoridad judicial constatara sus lesiones y tomara sus denuncias.

El mismo día en que se clamaba por el respeto a los derechos humanos, el 24 de marzo último, la organización Devenir Diverse denunció que tres “activistas” habían sido sometidas a insultos, patadas y golpes la madrugada anterior de parte de unos siete hombres y dos mujeres. La embestida se inició cuando una de las víctimas, Leticia V (se preservará su apellido) se negó a aceptar los ‘cortejos’ de un muchacho, que todavía no pudo ser identificado. Entonces, junto a sus compañeros, comenzaron a perseguirlas por el boliche y a emplear el término “torta” como un calificativo negativo.

Como ellas también lograron evadirlos, tiraron al suelo a la joven y la golpearon en los genitales. También les pegaron a su esposa y a una amiga, que recibieron golpes en la espalda, la cabeza, los ojos y las costillas. Quien inició la violencia “textualmente dijo ‘no se hagan las machonas, yo las conozco bien a las lesbianas; las perdonamos porque son mujeres’”, relató ante Marcha Verónica C, compañera de la primera de las agredidas y también víctima de los puñetazos. Evelyn C fue la tercera dañada.

Como macho alfa que no aceptaba como posible el rechazo de una chica, deseada como futura pieza de su cosecha, el “cabecilla” reaccionó con la ira que genera lo que rompe las estructuras, en un nivel de intolerancia exacerbado. “Son lesbofóbicos heterosexistas”, sintetizó la joven cordobesa, que aseguró que el bar Been, donde ocurrió el hecho, “suele estar concurrido por el colectivo de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans)”, por lo que la actitud nefasta sorprendió aún más. Con el devenir de las horas descubrieron que había antecedentes de reacciones denigrantes pero ninguna registrada formalmente.

La Policía y la Justicia, segundas victimarias
Aunque la reacción de quienes estaban en el pub no fue inmediata, finalmente algunos concurrentes lograron que los agresores se marcharan. Estuvieron en la puerta, quizás a la espera de que las jóvenes también salieran. Les dijeron a dos efectivos de la fuerza de seguridad que se encontraban en la calle que las chicas les habían robado las billeteras. La denuncia no fue tomada por válida porque los policías se retiraron del lugar sin intervenir contra ellas, pero también permitieron que los muchachos se fueran. Por eso es que aún se desconocen sus nombres y paradero, aunque algunas de las denunciantes aseguran que pueden reconocer, al menos, al que inició la golpiza.

Con el dolor “en el cuerpo y en el alma” que sentían, según graficó Verónica C, tuvieron que atravesar un derrotero de estigmatización que no terminó sino hasta entrado el día siguiente. En el Hospital Nacional de Clínicas le denegaron la atención -un derecho constitucional- porque tenían “muchos casos más graves”, aseguró Devenir Diverse desde su parte de prensa. Acudieron entonces a la Central de Policía de Córdoba, que las derivó a la Comisaría Tercera y de allí a la Unidad Judicial 1, siempre en la capital provincial. Tuvieron que aguardar una hora para que radicaran la denuncia y luego otras cinco para que un médico constatara las heridas.

Sin embargo, el registro de las lesiones recién se concretó al día siguiente, luego de reiterar en cada ocasión los relatos de la escena, de reposicionarse en su rol de víctimas merced a la burocracia. Hoy ampliarán la denuncia frente al Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y el Tribunal de Conducta Policial.

“Lo peor fue la violencia institucional a la que fuimos sometidas ya que el personal al que consultamos nos trató muy mal, estaba totalmente desinformado” sobre cómo actuar ante casos donde la supuesta virilidad del patriarcado se define en los puños de un varón agresor. “Las lesiones que fueron constatadas por los médicos son leves pero las peores son las del alma. Jamás en mi vida imaginé vivir una situación así. Me da mucha angustia, no sólo la agresión física sino la falta de respuestas efectivas ante semejantes hechos”, cuestionó la joven.

Por la inacción policial y judicial, al momento no fueron identificados los responsables, por lo que esperan que las personas que presenciaron el ataque aporten datos, que pueden enviarse a devenir.diverse@gmail.com.

El “peligro” de no ser la “típica” mujer

“Típica” por “arquetípica”, por hecha en los límites fieles del modelo patriarcal: las mujeres que se definen por fuera de esas bases y deciden desear a otras de su mismo género son rechazadas por la heteronorma, son contradictorias en el marco cultural machista. La violencia de segregar aquello que no obedece a las dicotomías sexistas alcanza, como en este caso, en su expresión extrema de la agresión física.

Cuando todavía está vigente el dolor por el femicidio de Natalia “Pepa” Gaitán, también en Córdoba en 2010, las instituciones clásicas aseguran que el poder vertical del “macho” se concentre. Jueces, comisarios, maridos, novios, padres son representantes sociales y domésticos del discurso instalado contra el que las identidades disidentes luchan. Denunciar y gritar en nombre de la equidad son pasos hacia adelante para erradicar la desigualdad instalada por la falocracia.

Publicada en Marcha Noticias: http://marcha.org.ar/index.php/nacionales/92-generos/4956-golpeadas-por-ser-lesbianas

Maternidades clandestinas, herida de la dictadura

Por Noelia Leiva. Hospitales militares y centros de detención se convirtieron en salas de parto que violentaban la integridad de las embarazadas secuestradas. Muchas no volvían luego de parir. No pocos hijos o hijas están desaparecidos.
Los cuerpos avasallados, las esperanzas arrancadas, los proyectos interrumpidos: la dictadura cívico-militar que se inició el 24 de marzo de 1976 dejó huellas dolorosas en las mujeres militantes de una de las décadas más políticamente comprometidas de Argentina. Violaciones, separaciones obligadas por el exilio, desapariciones y muertes fueron patrones del Terrorismo de Estado con los que ellas fueron forzadas a convivir. Pero las maternidades clandestinas dejaron una herida enorme, que no cicatriza para las familias cuyos nietos y nietas todavía se buscan. A días de que se cumplan 38 años del inicio del horror, la apropiación de bebés todavía es un camino abierto a la investigación de la Justicia.

Mientras algunas señoras les creían a los medios oficiales su discurso sobre la “subversión”, otras habían dedicado su vida a la lucha por un modelo de país más equitativo. O eran compañeras de personas con esa mirada, o acaso amigas o conocidas. El ataque a los proyectos de cambio se concretaba en circuitos que vinculaban grupos de tareas para el secuestro con los centros de detención ilegal y tortura a los que también eran llevadas las capturadas embarazadas, que rara vez recibían un trato diferencial por encontrarse en período de gestación. Para ellas el recorrido seguía en las salas de parto donde la violencia simbólica era tan grave como la física. Muchas veces esa era la única posibilidad de tener en brazos a su hijo o hija. Muchas, la última oportunidad de estar con vida.

Ese entramado se denunció por primera vez hacia 2004, cuando se avanzó sobre la hipótesis de que había una relación sistemática entre el Centro Clandestino de Detención (CCD) La Cacha, la ex Unidad Penitenciaria 8 porteña y el hospital de esa dependencia, que funcionaba como espacio donde las prisioneras daban a luz. Según un informe elaborado por la filial La Plata de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, esa línea también significó descubrir cómo el Servicio Penitenciario Bonaerense había sido cómplice de la violación de los derechos humanos que había instalado el Ejército nacional.

Ese mismo documento explicó cómo algunos ámbitos donde se concretaban los crímenes de lesa humanidad estaban señalados para recibir a las detenidas embarazadas pero como no siempre contaban con la infraestructura para ‘acompañar’ el parto las mujeres eran llevadas a las salas donde finalmente ocurrían. El Pozo de Quilmes pertenecía a esa lista, por lo que “muchas eran trasladadas al de Banfield, respetando la lógica del Circuito Camps”, indicó el estudio, que reunió testimonios en primera persona. Ese predio de la localidad lomense contaba con un primer piso donde funcionaba una ‘enfermería’ donde se realizaban los alumbramientos, por eso era centro de nacimiento y apropiación de bebés.

“Sabemos que las compañeras detenidas en 1977 y 1978 eran llevadas a parir al Hospital Militar de Campo de Mayo, donde eran atadas a la cama y atendidas por monjas. Muchas no volvían. En algunos casos ellas y sus hijos están desaparecidos”, describió para Marcha Jorge Watts, sobreviviente del CCD El Vesubio, de La Matanza. Unas 16 estaban cautivas de ese predio del Conurbano estaban encinta, según los datos que pudieron recopilarse en la causa por el esclarecimiento.

El avasallamiento como persona y mujer también se daba, en algunos casos, en la obligación de parir “antes de término, con cesáreas” inducidas, describió el hombre a partir de la experiencia de quienes compartieron el mismo espacio. “A veces se generaba la muerte del feto por la tortura, sobre todo porque le aplicaban picana en la zona del abdomen”, relató.

Según las Abuelas, un ejemplo de ese maltrato fue el que sufrió Marta Josefa Enrique, que atravesó “complicaciones en el Pozo de Quilmes a raíz de los maltratos y las pésimas condiciones de vida, y cuando fue ‘legalizada’ y trasladada al penal de Devoto, perdió su bebé” como consecuencia de las agresiones y la mala alimentación durante el cautiverio.

Aunque se hace borroso el recuerdo, Julio Busteros, que era intendente de Almirante Brown cuando se desató el golpe de Estado y fue detenido por los militares, aseguró que supo de casos en los que ellas “tomaron una pastilla (que consiguieron con la promesa de que podrían abortar) y también murieron”, señaló. Es que, en medio de la desesperación, eran pocas las herramientas de decisión sobre el propio cuerpo que no estaban minadas.

La atención médica era nula, ya que los profesionales de las fuerzas represivas eran los únicos que ingresaban a los CCD y se encargaban de monitorear los partos, en los que las mismas pacientes eran forzadas a higienizar camillas e instrumental instantes después de tener a su hijo o hija, desnudas, mientras los jefes de la tortura las insultaban. Ante la Justicia dio esa descripción Adriana Calvo, detenida en el Pozo de Banfield, una reconocida militante del sur bonaerense que aportó datos para llegar a la verdad hasta su muerte, en 2012.

Las maternidades clandestinas se convirtieron así en espacio de dolor para quienes ya padecían el aislamiento en la violencia, que prosiguió con la negación de las identidad de cientos de personas cuyo primer llanto se dio en una sala de partos militar y su historia siguió por los caminos que le dieron sus apropiadores. De ellos, 110 los nietos y nietas pudieron reencontrarse con su nombre real.

Símbolo y lucha

Ser mujer y militante en la década de 1970 no era tarea sencilla. Incluso antes de que el Plan Cóndor tuviera a Argentina como una de sus pistas de aterrizaje muchas de ellas debían elegir entre ser madres atentas o militantes abnegadas. No todas las organizaciones ni las familias habían desarrollado una mirada transversal. A veces los mismos varones cercenaban su desarrollo político al asignarle el único rol de cuidar a los hijos o las hijas y velar, con paciencia, por el regreso de sus parejas de las misiones asignadas.

En otras ocasiones, ellas entendían que debían obviar la maternidad para que los altos mandos de la lucha las consideraran cuerpos políticos capaces de responder a las demandas. Querían ‘masculinizarse’, porque tampoco estaba desarrollada la idea de que ser mujer no necesariamente era sinónimo de parir y criar. “No había mucha discusión sobre la mirada de género como tampoco una conciencia en la población de lo que estaba pasando. Eso empezó a darse después, con los años”, aseguró Busteros.

Muchas de las detenidas y desaparecidas que estaba embarazadas durante la última dictadura -la última, porque ‘nunca más’- se toparon con un doble grillete a sus proyectos: el personal, cuando su maternidad fue violentada y sus niños separados de su familia; y el político, cuando las fuerzas militares y sus cómplices civiles instalaron la muerte y el miedo como condiciones comunes de la vida en sociedad.

Torta, chongo, lesbiana: ser lo que quieras

Foto: Laura Salomé Canteros

Por Noelia Leiva. La visibilización lésbica es una causa política que tuvo su espacio de acción en jornadas que se realizaron el fin de semana último. Recordaron a Pepa Gaitán, asesinada por amar a otra mujer. El puño está en alto para que nadie ni nada defina qué se es.

“Incluir” y “aceptar” son términos políticamente correctos de la perspectiva que aboga por la diversidad sexual ¿Pero qué hay que tolerar y desde donde? Para erradicar la barrera de lo “natural” desde donde se mira para dar la bienvenida a lo supuestamente distinto, jornadas de visibilización lésbica en todo el país reclamaron la equidad de derechos. Las militantes denunciaron la violencia física más evidente, como la que atravesó Natalia “Pepa” Gaitán, asesinada por tener novia. Pero también, la sutil que se cuela por los poros de la cultura heteronormativa.

Pese a las conquistas que logró el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), en la calle todavía cuesta no pensar que el punto de partida es ser hombre o mujer, y que ‘todo lo demás’ constituye variantes. Y que a la mayoría de las personas les gusta alguien de otro género, pero hay que sumar a la vida social a quienes no. En algunos espacios de la comunidad donde la lectura fue permeable a las nuevas luchas todavía hay rastros de una mirada dicotómica de ‘nene-nena’. Pero el peso de los mandatos es mayor cuando ni siquiera se alcanzó a ese punto y el rechazo se convierte en golpes.

Si viviera, Pepa Gaitán podría dar cuenta de qué es ser segregada por ser lesbiana, pero fue asesinada a quemarropa en 2010 por Daniel Torres, padrastro de Dayana Sánchez, su novia. Lo inexplicable de la violencia más extrema suena más descabellado cuando se revisa, en el proceso judicial, la estrategia de la defensa que pretendía instalar a la víctima como una “mujer que daba miedo” por salirse del encuadre patriarcal de ser apacible y entregada a una relación monogámica con un varón. En nombre de ella se realizaron jornadas en la Ciudad de Buenos Aires, Bahía Blanca y Córdoba.

“Es muy inteligente y estratégico que se hable de visibilidad lésbica como consigna y que no se pida ‘paremos la lesbofobia’. Es un problema de violencia, no una enfermedad” individual, mencionaron a Marcha desde Desobediencia y Felicidad, un colectivo que realiza acciones anónimas en defensa de los derechos de las mujeres y las identidades disidentes. Ese llamado a nombrar las acciones por su nombre se instaló en la plaza porteña ubicada frente al Congreso nacional el 7 de marzo último, donde hubo música feminista y alternativa, más una radio abierta en la que organizaciones defendieron sus ideas de rebelión contra el patriarcado, en la cuarta jornada consecutiva con esa consigna.

Pepa fue símbolo también en Bahía Blanca y en Córdoba capital, de donde era. Allí una ordenanza municipal instaló en 2011 el Día de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género. Las actividades duraron 48 horas y fueron acompañados por la familia Gaitán- Vázquez. “Es un caso importantísimo para nuestra comunidad y la sociedad en su conjunto porque visibiliza una serie de violencias que sufrimos las mujeres lesbianas en esta sociedad machista y heterosexista. En segundo término, porque sucedió el mismo año de la sanción del matrimonio igualitario, lo que demuestra que no bastará con buenas leyes para combatir la discriminación y los crímenes de odio”, entendió Verónica Castro desde Devenir Diverse, una de las organizadoras de las jornadas de visibilización en las sierras.

“Me nombro lesbiana siempre que veo que hay un contexto hostil hacia nosotras pero no comparto que haya una tensión identitaria entre lesbiana y mujer”, plantearon, a su turno, desde Desobediencia y Felicidad, que ‘stencilió’ remeras durante la actividad porteña. “Hay diferentes formas de habitarnos como mujeres. No decirme mujer lo sentiría como misógino pero reivindico otras formas de ser mujeres, sino sería dar por vencedor al discurso patriarcal”, enfatizó.

¡Ay, Andrea! ¡Hacete tortillera!

Aunque lo que da cuerpo a la fecha es una muerte provocada por un ‘heteromacho’, en las jornadas hay música, baile y risas. Es que también se trata de desestructurar el lugar tradicional del duelo –con su llorona paciente- en una movilización que busca romper las estructuras patriarcales opresivas. En Congreso, hubo música alternativa. Las Conchudas, una banda que empezó a gestarse hace dos años en un Encuentro Nacional de Mujeres, aportó cumbia con lenguaje propio: antídoto contra la opresión simbólica. Los temas que amaban bailar pero que eran violentos en sus letras sonaron en la plaza con otras palabras, las que convocan a que cada una se sienta en libertad de ser. “Ay, Andrea/¡hacete tortillera! /‘ Ay, Andrea / ¡Hacete feminista! / ¡Ay, Andrea!/ Seguí tu corazón”, cantan las seis.

“No hay nadie por fuera de cada una que marque nuestra sexualidad, la persona con la que tenemos ganas de construir. Y al que no le guste, que se vaya a Marte, porque ya no hay lugar en el mundo donde pueda tolerarse” la discriminación, planteó Lola, la percusionista del equipo. Que el sistema les diga a las niñas, adolescentes y adultas qué y cómo entenderse responde a la lógica capitalista de aplicar etiquetas porque “alguien que se sale de lo normativo ya no es parte de lo homogéneo y no es fácil de manejar”, consideró.

Por eso las lesbianas molestan y son invisibilizadas: se corren de lo que la matriz machista espera de ellas en tanto mujeres. “Y si sos pobre, es mucho peor”, denunció. La maternidad opera como excluyente de lo que es o no sinónimo de ‘ella’. Se estableció que las sujetas “vinieron al mundo para reproducir, no pueden elegir ser madre o no. Si no lo son, no resultan ‘productivas’”, analizó.

Una vez más, la categoría que define a lo políticamente señalado como ‘diverso’ puede servir para tranquilizar a quienes no se sienten parte porque así sintetizado ese colectivo tiene un espacio vital, parámetros, vidas capaces de ser conocidas. El temor que brinda lo no sabido puede irse si eso diferente tiene nombre. “Me defino lesbiana por una decisión política, para levantar la bandera de esa lucha. Pero en realidad no me defino nada, no tengo por qué. Es la sociedad la que lo necesita”, apuntó Lola.

Para comenzar, ponerle nombre tiene el sentido de recuperar los derechos, como el de vivir, que le arrancaron a Pepa. La lucha continúa para que, algún día, ya no haya que dar ni esperar descripciones.

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