28 de mayo de 2014

Las Casildas, de doulas a teatreras

Por Noelia Leiva. Consideran que las decisiones de las mujeres deben ser prioridad al dar a luz. Para informar, concientizar y emocionar, buscan correr el velo desde una obra de teatro, Parir(Nos). En la Semana del Parto Respetado, Marcha les consulta sobre las primeras experiencias en escena.

El parto puede ser orgásmico y la conexión con el útero profundizarse hasta que eso que parece dolor no se asocie al padecimiento: los conceptos de la escritora Casilda Rodrigañez Bustos se reactivan en la obra de quienes asumieron su nombre, Las Casildas. Como mujeres que ayudan a otras a parir, resignifican el ‘ser madre’ como una elección desde el minuto cero, cuando el embarazo no se acepta por tradición o miedo sino que se busca por deseo. Cuatro historias posibles sobre cómo dar a luz se reúnen en la pieza teatral Parir(Nos) que ayer, en su segunda presentación pública, se mostró en la Maternidad Estela de Carlotto.

Una mujer relata sobre un alumbramiento respetado, en el que sus necesidades fueron privilegiadas. Dos cuentan sobre uno ‘natural’ y otro por cesárea en espacios institucionales tradicionales, donde la comodidad del médico o la médica se pone en primera línea, junto a la celeridad para desocupar el quirófano. Hay un cuarto relato sobre la llegada de un bebé en casa que no resultó como se esperaba. Pensada por el equipo de doulas, que acompañan como las ancestras a otras mujeres durante la gestación, la obra interpela la maternidad desde los testimonios ficcionales para ir por una que quiera pelearse con el heteropatriarcado y ganarle espacio al sistema que “terceriza los partos”.

Así lo definió Julieta Saulo, que además de psicóloga social es puericultora, es decir guardiana de la lactancia y los primeros vínculos de esa nueva vida con su entorno afectivo. En 2011 entendió que ya era hora de que Las Casildas superara la instancia de difusión online de información para empezar a caminar junto a Mariela Franzosi y ValeriaWasinger con talleres y una revista bimestral. Ayer, todo se materializó cuando su obra pisó el establecimiento que lleva el nombre de la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo y que asegura adoptar prácticas profesionales más humanitarias.

-¿Por qué la obra incluye en su nombre la primera persona?

-Porque nos involucramos en un proceso que está muy tercerizado, súper intervenido y violentado. Sentimos que una mujer después de tener a un niño o una niña no vuelve a ser la de antes. Es una experiencia vital, bisagra en nuestras vidas. Estamos en contacto con muchas familias. Si bien es una ficción, representa muchas realidades, el pedido de que se escuche nuestra voz. Sentimos que lo hacemos a través de estas cuatro experiencias.

-¿Podría tomarse el discurso del dolor en el parto como un elemento fundador de la violencia obstétrica?

-Hay que trabajar en cambiar la concepción de dolor: entenderlo como proveniente de la fisiología, no de la patología. Pero no sé si anclaría sólo allí la violencia aunque sí se ve en el avasallamiento de nuestros cuerpos y nuestros derechos. Por eso es importante que la información (para prevenir esas opresiones) circule y llegue a dónde llegue.

-Con ese fin ¿es importante que haya una Semana del Parto Respetado, como ocurre entre el 19 y el 25 de mayo?

-Nos genera sentimientos ambivalentes porque deja en evidencia cuánto nos falta si es que necesitamos estas jornadas para visibilizar cuáles son los derechos de una mujer. Pero si sirve para acercar información, es válido.

-¿Cómo se pone en práctica toda esa información en el mismo momento del parto?

-Nosotras acompañamos a mujeres que paren. No sólo a las que deciden hacerlo en su casa, sino en partos vaginales o cesáreas en establecimientos médicos. Ahí radica la libertad: que se pueda elegir en qué institución hacerlo, cómo y con quién. Saber qué tiene que ver la violencia con la medicalización, que terceriza los nacimientos. Una no es protagonista. Cuando entra a ese sistema te cortan, te sacan, te dirigen los pujos, en un proceso donde la naturaleza interviene en un ciento por ciento si no hay agentes externos.

-¿Cómo es su trabajo cuando las convocan familias que quieren tener a su hijo o hija en un establecimiento médico?

-Circula mucho que venimos a romper con la estructuras de esos lugares, pero no. Siempre vamos en pos de ese bebé, de esa familia. Ir con un discurso no constructivo no colabora en lo más mínimo. No propagamos solamente el parto en casa sino de la manera que cada persona lo pueda sostener, física, espiritual y económicamente.

Publicada en Marcha Noticias: http://marcha.org.ar/index.php/nacionales/92-generos/5267-las-casildas-de-doulas-a-teatreras

Trabajadoras de prensa: la lucha en el cuerpo

Por Noelia Leiva. Realizadoras feministas presentarán un corto sobre el paro general de periodistas del 7 de junio de 2013. Consideran que allí los y las periodistas empezaron a entenderse como “laburantes”. Las mujeres rompieron la doble cadena de opresión: asumieron espacios de “arenga” culturalmente reservados a varones.

Sus cuerpos empezaron a moverse. Los bombos se batían y cada vez eran más de ellas las que los agitaban. Gritaban, se movilizaban, ya no se conformaban con debatir en la privacidad de un encuentro de pares. El 7 de junio de 2013, una opresión en doble vía empezó a romperse: en las redacciones, los y las periodistas se animaron a reconocerse como trabajadores y trabajadoras, conscientes de que debían resistir la clausura de sus derechos, y se concentraron en el Obelisco para hacerlo público. Al mismo tiempo, las mujeres de esa lucha entendieron que no había que pedir permiso para tener voz. Revbeladas, un grupo de realizadoras audiovisuales con perspectiva de género, registró ese cambio de mirada en un corto que se difundirá esta tarde en el Festival Internacional de Cine Político (FICiP).

El año pasado, 1500 periodistas celebraron su día en el centro porteño, en el primer paro general desde 1986. Había que festejar que la unión comenzaba a madurar. Se dedicaban a escribir historias cuyos protagonistas eran acallados por el sistema pero sus propias patronales desarticulaban la batalla por las conquistas laborales, lo que en la movilización se sintetizó en el reclamo de “paritarias” y de una conducción gremial representativa. A esa marcha fueron las cineastas de Morón Mariela Bernárdez y Natalina Franco Dos Santos, que decidieron encender la cámara porque entendieron que estaban ante un hecho que formaría parte de la historia.

-¿Por qué una movilización de quienes trabajan en los medios mereció que Revbeladas la convirtiera en un corto?

-Mariela Bernárdez: Recibimos una convocatoria de las compañeras de Red PAR- Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación No Sexista y creímos que íbamos a participar en una convocatoria de comunicadoras de género. Pero cuando llegamos a la Avenida 9 de Julio vimos cómo la gente tenía cara de sorpresa al ver que eran las banderas de los medios que ellos leían las que estaban ahí. El olfato nos decía que era algo distinto y lo empezamos a registrar. Estaban Página/12, Télam, Clarín; medios de los estratos más diversos que se daban cita en el Obelisco y habían parado las redacciones para demostrar a las patronales que estaban formando una fuerza con sustrato colectivo que podía incidir.

-¿Dónde yacía ese cambio que ustedes leyeron?

-MB: Se vieron a los medios como aparato de producción y de generación de sentido, con todos los intereses que se ponen en juego. Hay una paradoja porque las personas que tejen relatos son escasamente protagonistas de historias porque las invisibilizan sus patronales. Son usinas de generación de relatos pero no son sujetos o sujetas del discurso. Era la sorpresa de que los que estaban en la calle eran ellos y ellas, a los que el imaginario popular no les concede el lugar de trabajadores sino de intelectuales que están detrás del escritorio y que, cuánto más sepan de la maquinaria, mayor será su capacidad de incidencia.

-¿Qué lugar tuvieron en la lucha las periodistas ese 7 de junio?

-Natalina Franco Dos Santos: Al pensar el rol de ellas, partimos de pensar que hay que solucionar las desigualdades entre opresores y oprimidos, y de los oprimidos dentro de los oprimidos. Buscamos aportar a la conquista de los derechos a través de nuestro oficio, que se trata de mirar, de cómo mirarnos, por ejemplo, en el contexto de nuestra condición de mujeres. En la movilización habíamos re descubierto algo y corrido velos al pensar a los periodistas como trabajadores, no atomizados con un medio. En ese marco, los cuerpos de ellas eran los que contaban, cuando suelen narrar con las palabras.

-¿Por qué contaban sus cuerpos?

-NFDS: Sostenemos la idea de la corporalidad como terreno político, como territorio por liberar. Esas compañeras que narran las historias a través de la pluma estaban empezando a escribir el capítulo de una nueva historia con su cuerpo. Iban con bombos, altavoces. Era la apropiación de una historia de lucha.

-MB: Ese fue el comienzo pero se sintió más fuerte con su participación en las siguientes etapas, donde sostenían banderas, redoblantes, megáfonos; roles que, casi siempre y debido a la división sexual del trabajo, ejercen varones, vinculados a la fuerza física y la arenga. Se fueron corriendo esas divisiones y se apropiaron de algo que les correspondía. Eran cuerpos que se liberaban de un montón de cadenas culturales.

-Desde su rol de observadoras de ese proceso, ¿cuál creen que fue la respuesta de los hombres de ese conjunto?

-MB: La maduración subjetiva las abraza en un proyecto más amplio. Hay lugares que se toman si están en disputa pero, cuando se da en un consenso, hay un proceso dialéctico en el que algunos rechazan sus privilegios, como hicieron algunos compañeros varones.

El feminismo en los ojos

La cámara no es inocente. El ‘recorte’ de la realidad -que la reconstruye, la cuenta subjetivamente- que hace Revbeladas empieza a formarse en la militancia territorial y comunicacional que iniciaron en plena crisis de 2001 y que, unos diez años después, pudieron empezar a nombrar: “Antes nos preguntábamos sobre la desigualdad y la opresión bajo una mirada latinoamericanista pero después vimos que no, que había que pensar en un marco de desigualdades simbólicas e individuales anteriores”, explicó Bernárdez.

Así como quien tiene la fuerza de trabajo es expuesto a la manipulación simbólica y material de quienes poseen los medios de producción, las mujeres -reducidas culturalmente a la aceptación y no a la decisión- quedan rezagadas en la lucha de sus derechos bajo el dominio machista. Deconstruir esa lógica en pos de la equidad es el aprendizaje que les dejó “llegar a los 30 y pico y descubrirse feminista”, definió la realizadora.

“Queremos poder mirar qué nos pasa a nosotras, mujeres, profesionales, militantes, compañeras, ex esposas y aportar a esto de llenar de sentido una manera de ser mujer más allá del binarismo del heteropatriarcado”, enfatizó Franco Dos Santos. Bajo ese lema trabajan hace dos años en un largometraje que investiga, una vez más, cómo juegan los cuerpos en el desafío de constituir una identidad fuera de las normas de exclusión sexista. Y ven a través de ese cristal todas las luchas por la horizontalización del poder.

Cuándo y dónde:
El corto se proyectará hoy a las 19 en el FICiP, en el auditorio del Hotel Bauen, en Callao 360. La entrada es gratuita.

Publicada en Marcha Noticias: http://marcha.org.ar/index.php/nacionales/92-generos/5200-trabajadoras-de-prensa-la-lucha-en-el-cuerpo

Feinmann o la transfobia televisada

Por Noelia Leiva. El periodista sentenció que una chica trans sería "padre biológico" en lugar de madre. Como comunicador, incentiva la conservación los estereotipos patriarcales en la TV. La lucha por erradicar el machismo de lo aceptado como "normal".

Para el periodista Eduardo Feinmann, “la sociedad está perdida”. Si él fuera el único representante de esa comunidad, hasta se le podría dar la razón. Cuando una panelista de su programa contó que Casandra Crash, conocida como ex asistente del mediático Santiago Bal, difundió que quería ser mamá y que, como es trans, acordó inseminar a una amiga que llevará el embarazo, sus categorías patriarcales marcaron “error”. Sentenció que ella sería en verdad el “papá biológico” y que “no se piensa en el niño por nacer”, lejos de entender que alguien puede construirse socialmente con características distintas de las que se supone que asigna lo biológico. En su voz, los parámetros arcaicos gritan desde la pantalla chica.

Cuando la comunicadora Marcela Tauro llevó a la pantalla de C5N la noticia, balbuceó y se puso seria. Evidentemente no sabía cómo decir eso que tenía para contar, por más esfuerzo que hizo para distanciarse de los cuestionamientos sexistas del conductor. Casandra, vista en varios programas de televisión por su proximidad con el mundo del espectáculo, decidió tener un hijo o hija con su pareja, Marcelo, y para eso le pidió a una amiga que llevara en su vientre al bebé que nacería de un encuentro íntimo, acordado y consentido. Hasta ahí los datos, que recurren a la vida privada de los protagonistas. El problema vino cuando Feinmman necesitó asimilar en sus categorías eso que, seguramente, consideró como contrario a lo “natural”.

“Este nene va a tener una mamá biológica, un papa biológico, una mamá de la vida y un papá de la vida. ¿Cómo tiene que llamar a su papá de la vida? No piensan en el niño por nacer”, lanzó el indignado, que aseguraba que la decisión de apelar a lo que la naturaleza le dio a Casandra para procrear, la convertía en el varón portador de la paternidad. Sus dichos son un banquete para la crítica sobre cómo opera el machismo en una de sus caras más odiosa: la discriminación al colectivo trans.

Pero ¿importa lo que diga Feinmman? Fiel a los alegatos conservadores que preconizan la intromisión del Estado y la Iglesia en las decisiones personalísimas, su postura lo constituye en un paladín televisivo del paradigma que genera violencia y que en la calle se convierte en insultos, golpes, abusos y hasta muerte de chicos y chicas trans. O en las barreras para acceder a la atención de la salud y el trabajo dignos. En la arena mediática, obstaculiza el desarrollo de la pluralidad de voces porque enfrenta a quienes consideran que el cánon occidental y cristiano es el “natural” con los y las que le ponen el cuerpo a lo entendido por “diverso”. Entonces sí, importa.

“Sabemos quiénes son los periodistas que no tienen en claro que cada uno puede vivir como quiere”, denunció ante Marcha, Marcela Romero, presidenta de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta). “Ni siquiera ponen el tema en debate, sólo existe (desde su óptica) el hombre y la mujer, que no lo es si no tiene hijos”, cuestionó la referente.

La lucha por la equidad empieza con discutir qué es “normal” y desde qué mirada, más desde los medios, ámbitos de legitimación del discurso hegemónico. Cuando el micrófono es la herramienta para condensar la discriminación, también opera la intención de “desprestigiar y humillar” al colectivo, “sin saber que hay una ley, la de Identidad de Género, que sostiene que no importa con quién te acostás, seguís siendo vos”, enfatizó Romero.

La cárcel de las etiquetas

Según la norma 26.743 sancionada y promulgada en 2012, “se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. Es decir que, tan públicamente como la persona decida, su nombre y su ser se constituirán por fuera de lo biológico o, al menos, sin tomarlo como único condicionante. O sea que Casandra será mamá si así lo quiere, como todo sujeto o sujeta que asuma ese rol.

Hay tramas que aún no se redibujan ni con la letra escrita ni con el fortalecido movimiento de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), aunque la lucha está dada. “Si es difícil que la sociedad entienda nuestra construcción de identidad, más lo es que el deseo de ser padre deje de ser leído como algo atado a lo biológico y genital. Feinmman cree que Casandra va a ser papá porque tiene un aparato reproductor masculino”, cuestionó Gian Franco Rosales, coordinador nacional de Hombres Attta.

No pesa sólo que se espera que el varón aporte su semen fundador y que la mujer sea el albergue de la creación de su compañero, sino que se supone que un núcleo familiar es aquel compuesto por dos personas que jueguen esos roles. “Estamos en una sociedad muy avanzada pero que todavía piensa en ‘familia tipo’ cuando lo que hay son ‘tipos de familia’”, apuntó el estudiante de Ingeniería en Informática, que busca que no lo obliguen a “entrar en el casillero de hombre” para constituirse como él quiera.

La ley 26.485 busca erradicar esos lugares comunes, al calificar la violencia mediática como la ejercida por una “publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación” que “difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres”. Aunque la norma sólo habla de ellas, la necesidad de erradicar el dedo acusador patriarcal excede a esa otra etiqueta, la de ser identificada con lo femenino, y clama por todos y todas. Le equidad es la destrucción de la cárcel del “deber ser” asignado para liberarse en el “ser deseado” y construido.

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“No quería ser madre”: historias sobre el aborto


Por Noelia Leiva.
Para la ley argentina decidir sobre el propio cuerpo no es un derecho sino un delito, cómplice de la clandestinidad. Por eso, miles de mujeres interrumpen sus embarazos en escenarios riesgosos. Otras tantas mueren. Aquí, algunos testimonios sobre esa lucha.


Hace cinco semanas que Florencia está embarazada, le dijo una médica que acaba de conocer. No quiere ser madre: ya no es adolescente pero sí lo bastante joven como para terminar su carrera y buscar trabajo sin un hijo o hija que cuidar. Todavía no siente esa presencia en su vientre ni quiere hacerlo: es su cuerpo y decide ‘decidir’. Como ella, miles de jóvenes y adultas transitan el derrotero clandestino para la interrupción de la gestación que, criminalizada, a veces genera culpa y la necesidad de callar. Las mujeres se convierten en presas políticas del Estado heteropatriarcal y la opresora Iglesia. A días de la nueva presentación en el Congreso del proyecto de ley de aborto legal, seguro y gratuito, las historias claman que la discusión se agilice para que no haya ni una muerta más.

Los relatos sobre el aborto en la clandestinidad son tan distintos como mujeres existen en el mundo pero su pertenencia al campo de lo sancionado genera experiencias comunes. “Me sentía mal pero no quería ser mamá. No se lo dije a nadie. Mi novio fue el único que me acompañó. Él se encargó de averiguar dónde vendían las pastillas (el misoprostol) y comprarlas, pero es injusto tener que sentirse así por decidir no seguir adelante con un embarazo que no quería”, relató a Marcha Florencia, estudiante universitaria de 22 años que vive en Lomas de Zamora y que, aunque no se llama así en la vida real, sí es bien cierto su registro de cuando un derecho es señalado como crimen.

Entender que hay que preservar la acción al ámbito de lo más privado suele ser una constante, aunque a veces el tiempo permite “elaborar el duelo”, señaló Andrea (27), empleada de un estudio de abogados de Monte Grande, en el distrito bonaerense de Esteban Echeverría. “Yo no sabía qué hacer porque me embaracé después de tener relaciones sexuales con un hombre al que estaba conociendo y sabía que mi familia iba a acusarme por acostarme con quien yo quería en el momento que quisiese”, relató, sobre la historia que había vivido tres años antes. En un reconocido centro sanitario privado de su localidad le habían ofrecido practicarle el aborto por 5 mil pesos, que ella estaba dispuesta a pagar, hasta que investigó en internet y se contactó con militantes feministas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que le contaron cómo abortar con píldora.

“Ahora me parece que hay más información, incluso hay libros online que te cuentan qué te pasa si tomás la pastilla (por el material digital que elaboró la línea Más Información, Menos Riesgos), pero cuando a mí me pasó tuve que esperar un mes para conseguirlas”, describió. Vinieron dolores similares a los menstruales y una sensación de cansancio generalizada, propios de cómo el químico actúa en el organismo. “Me sentía mal pero no podía creer que mi karma se había terminado”, señaló. Después vino la ayuda de una terapeuta para poner en palabras esa experiencia, lo que también le permitió compartir con otras mujeres: “Es nuestro derecho, no puede ser que seamos asesinas por decidir si embarazarnos o no ¿Nadie piensa que nos podemos morir o quedar mal por vivir esto como si fuéramos criminales? Porque te hacen sentir así”, enfatizó la estudiante de Derecho, que prefirió preservar su apellido.

Decidir expulsar el feto en formación es un entramado difícil de recorrer por el contenido condenatorio que le aporta la cultura occidental y cristiana. La figura de la madre conciliadora y amante de sus hijos o hijas que las iglesias se encargan de defender todavía pesa. Defender la vida se vuelve sinónimo de plantar bandera a favor de una tradición que es aliada al mercado negro de la muerte, aquel que las que tienen dinero pueden atravesar con menos secuelas pero que las pobres siquiera alcanzan porque no tienen con qué. Parteras ubicadas en consultorios ilegales nada asépticos, agujas de tejer y tallos de perejil hacen al folklore de los abortos menos comentados. Que, a su vez, constituyen la primera causa de muerte materna, aunque, en tanto acción penada, no existen estadísticas oficiales en Argentina sobre ese avasallamiento.

No sólo hay ‘rosarios’ sobre los ovarios sino la presión económica que opera en los despachos políticos. Pese a que esta semana se presentó nuevamente el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo que defienden 300 organizaciones y militantes autoncovocadas de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el jefe de Gabinete Jorge Capitanich volvió a enfatizar en conferencia de prensa que “el Ejecutivo nacional no impulsa ni promueve” la iniciativa. La lucha promete ser ardua para que las más de 60 firmas del documento tengan el valor suficiente para lograr votos positivos.

Hacerlo público

El tiempo y la resignificación de lo sucedido permiten, a veces, que una vivencia difícil se vuelva lucha. Para Carolina Reynoso, realizadora de la película “Yo aborto. Tú abortas. Todxs callamos” que reúne testimonios disímiles de mujeres que tomaron esa decisión, contar con imágenes le permitió saldar la deuda interna de denunciar la complicidad. Hace poco más de una década fue ella la que estuvo en el lugar de quienes fueron sus entrevistadas en el film.

“La pasé muy mal porque los médicos no me querían contar qué podía sucederme. Tenía miedo de morirme o de quedar estéril. También sentía culpa por la mirada del otro”, describió. Al recorrer el país para conversar con pares se dio cuenta de que “había necesidad de hablar”, también en ella, que pudo pensar esa acción que había ocultado hasta entonces como “la primera decisión totalmente autónoma” de su vida, sintetizó.

Su recorrido simbólico abarca el sentido que tiene la maternidad en una sociedad en la que “se juzga mucho a una mujer que no quiere ser madre porque se pregunta qué otra cosa puede querer hacer que sea más importante”, denunció. Otro argumento que pretende conmover es el del ‘amor’ a las nuevas vidas, pero ¿qué hay, nueve meses y parto mediante, de esas personas cuyas familias no están preparadas para acompañaras en su desarrollo?

“Nadie merece ser un hijo no deseado, nadie merece ser madre sin quererlo”, enfatizó la actriz Marina Glezer, que eligió contar que la primera vez que se embarazó, a los 18 años, interrumpió la gestación. Entonces, en 1999, pagó 800 pesos en una clínica de Barrio Norte para abortar sin secuelas. Con el mismo compañero de ese momento decidió, más tarde, que sí era tiempo de procrear y entonces llegaron sus dos hijos.

“Después de pasar seis meses de infierno, hasta que dejó de ser clandestino y elaboré el duelo, sentí como causa propia la injusticia de no tener derecho a elegir. Yo no pude decidir con libertad y sentirme contenida pero la mujer que no tiene recursos puede perder la vida, es grave”, cuestionó. Vivir o morir por ‘políticas públicas’ que en realidad privatizan y reservan el derecho a quienes pueden pagar en la clandestinidad es el acto cruel de la democracia, la deuda de la ‘década ganada’. Ya son demasiadas muertes ¿cuántas más necesitarán para reconocer que parir o no parir es un derecho personalísimo?

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Mujeres que vivieron Malvinas

Por Noelia Leiva. Fueron señaladas como “compañeras” de los ex combatientes. Pero no sólo esperaron, también sostuvieron a sus familias durante la guerra, contextualizada en los años oscuros de la historia nacional.

Fueron esposas, novias, madres, hermanas y amigas que esperaron desde sus barrios que los jóvenes de 1982 regresaran de defender las islas Malvinas, señaladas como propias en el mapa y disputadas a la ‘potencia’ inglesa, en el marco de la dictadura cívico-militar. También fueron enfermeras que aceptaron viajar a la zona del conflicto para atender a los heridos de guerra, tan vinculada con lo masculino entendido como instinto bestial de defender lo propio incluso a costa de la sangre. No es casualidad que en ese ámbito “ni los medios ni la sociedad” les dedicaran su atención a las mujeres en ese periodo, señalaron desde espacios que piden el reconocimiento para ese trozo de la historia viviente.

Difícil es apartar, en una primera lectura, la vinculación de las ciudadanas con el rol de la paciente, de la que le pone el cuerpo a la espera. Sin embargo, ellas también asumían el comando de sus hogares o de sus propias vidas, en un contexto en el que no se había masificado el debate sobre el empoderamiento femenino. Muchas, tal como repite el imaginario colectivo, vieron cómo los varones que querían se iban con sus 18 años a emplear armas para derrocar a un ‘enemigo’ complejo de dimensionar.

“Recuerdo que el 2 de abril me dirigía a la facultad cuando comencé a ver banderas y gente que festejaba con euforia. Así me enteré que se habían recuperado las islas, y lo había hecho el Batallón de Infantería de Marina 2, donde estaba mi entonces novio”, describió Laura Leguizamón, que junto con Adriana Aranda iniciaron Mujeres por Malvinas Almirante Brown. Como reflejo del cambio de ánimo popular en los 73 días de enfrentamiento, la alegría duró poco. “Viví todo el conflicto buscándolo en las listas de muertos y desaparecidos”, señaló.

Telegramas, frazadas y chocolates eran herramientas con que contaban para darle esperanza a la ausencia, aunque las posibilidades de que llegaran eran pocas, según supieron con los testimonios de los que regresaban. Había actores que, aunque con la misma juventud, tenían puestos en espacios de “más fácil acceso”, señaló la escritora echeverriana Carmen de Sabbagh, que se casó con Jorge, su novio de aquellos años e integrante del equipo de Comunicaciones militar. “Yo le mandé un telegrama que todavía guardamos, que decía: ‘Compré cocina. Te necesito pero Argentina te necesita más’”, relató la mujer, que había empezado a amueblar la futura casa, fiel a los mandatos de la época.

“No recordamos que los medios ni la sociedad hayan dedicado un espacio y atención a las mujeres en ese periodo”, señalaron desde el colectivo originado en Brown y con representantes en el Conurbano. De acuerdo a los parámetros del deber ser de entonces, las hermanas tenían que contener a las madres dolientes por la incertidumbre de la vuelta del hijo, pretendida herencia de la ‘jefatura’ familiar. Las novias tuvieron que aceptar la decisión de que ese compañero entendiera que la Patria, comandada por la Juntas del Terrorismo de Estado, debía defenderse al echar a Inglaterra de ese punto austral del mapamundi. No pudieron repudiar la violencia sino que, movidas por la manipulación mediática del discurso de lo soberano, alimentaron y absorbieron el círculo de lo que lo supremo demandaba.

Las enfermeras

Hubo veinte mujeres especializadas en instrumentación quirúrgica y enfermería que quisieron vivir la guerra en primera persona, no a través de los ojos de los combatientes. Siete arribaron a Puerto Argentino. “Forman un grupo casi desconocido, el de las veteranas; recién ahora la historia las empieza a reconocer”, aseguraron desde Mujeres por Malvinas. Susana Maza, Silvia Barrera y María Marta Lemme pertenecen a esa lista, que en muchos casos vivían la vocación de servicio como herencia familiar porque eran hijas de integrantes de las Fuerzas Armadas.

“Encontrar a un veterano es como volver a ver a un amigo de toda la vida, aunque pasen años”, enfatizó Silvia, que tenía 22 años al ‘alistarse’, según difundió la Asociación de Veteranos de Guerra de Salta en su portal. “El 8 de junio nos reunieron en el Hospital Militar Central y nos dijeron que necesitaban instrumentadoras quirúrgicas para viajar a Malvinas. Nos ofrecimos 20. Nos dijeron: ‘Hay que salir mañana’. Entonces quedamos cinco”, relató.

En 1982 había sido el primer año que el Ejército había abierto la posibilidad de que las mujeres se inscribieran en sus filas como enfermeras. Pese a que el pasado latinoamericano ya tenía en su arcón nombres de luchadoras, no eran consideradas aptas para integrar un combate hecho por varones de uno y otro bando. También, a lo largo de la historia, la violencia patriarcal las convirtió en ‘trofeos’ de las peleas, sometidas por el deseo devorador de los varones.

Qué lectura asumirían, más de treinta años después, los movimientos de mujeres si sus pares debieran atravesar por el rol de acompañar a la distancia a los varones de su familia es una hipótesis poco analizada en contextos en los que un conflicto armado está aparentemente lejos. En paralelo al énfasis de que la violencia no soluciona diferencias, también el relato de lo que sucedió espera una lectura más precisa sobre el rol de ellas en los años cruentos del pasado cercano.

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Golpeadas por ser lesbianas

Por Noelia Leiva. Tres mujeres fueron insultadas y lesionadas en un boliche cordobés luego de que una de ellas rechazó a un varón. Las llamaron “machonas”. La Policía permitió que los agresores escaparan y la Justicia tardó casi 24 horas en registrar sus denuncias.

“Heterosexista” es la definición justa para el ataque que recibieron tres jóvenes lesbianas, integrantes de un colectivo de lucha por la equidad de géneros, en un bar de Córdoba Capital. La golpiza comenzó cuando una de ellas rechazó a un varón, aparentemente “cabecilla” del grupo de casi diez personas que las hirió. Lograron escaparse amparados por la Policía, pero las víctimas no tuvieron un desenlace tan ameno: tardaron casi 24 horas en lograr que la autoridad judicial constatara sus lesiones y tomara sus denuncias.

El mismo día en que se clamaba por el respeto a los derechos humanos, el 24 de marzo último, la organización Devenir Diverse denunció que tres “activistas” habían sido sometidas a insultos, patadas y golpes la madrugada anterior de parte de unos siete hombres y dos mujeres. La embestida se inició cuando una de las víctimas, Leticia V (se preservará su apellido) se negó a aceptar los ‘cortejos’ de un muchacho, que todavía no pudo ser identificado. Entonces, junto a sus compañeros, comenzaron a perseguirlas por el boliche y a emplear el término “torta” como un calificativo negativo.

Como ellas también lograron evadirlos, tiraron al suelo a la joven y la golpearon en los genitales. También les pegaron a su esposa y a una amiga, que recibieron golpes en la espalda, la cabeza, los ojos y las costillas. Quien inició la violencia “textualmente dijo ‘no se hagan las machonas, yo las conozco bien a las lesbianas; las perdonamos porque son mujeres’”, relató ante Marcha Verónica C, compañera de la primera de las agredidas y también víctima de los puñetazos. Evelyn C fue la tercera dañada.

Como macho alfa que no aceptaba como posible el rechazo de una chica, deseada como futura pieza de su cosecha, el “cabecilla” reaccionó con la ira que genera lo que rompe las estructuras, en un nivel de intolerancia exacerbado. “Son lesbofóbicos heterosexistas”, sintetizó la joven cordobesa, que aseguró que el bar Been, donde ocurrió el hecho, “suele estar concurrido por el colectivo de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans)”, por lo que la actitud nefasta sorprendió aún más. Con el devenir de las horas descubrieron que había antecedentes de reacciones denigrantes pero ninguna registrada formalmente.

La Policía y la Justicia, segundas victimarias
Aunque la reacción de quienes estaban en el pub no fue inmediata, finalmente algunos concurrentes lograron que los agresores se marcharan. Estuvieron en la puerta, quizás a la espera de que las jóvenes también salieran. Les dijeron a dos efectivos de la fuerza de seguridad que se encontraban en la calle que las chicas les habían robado las billeteras. La denuncia no fue tomada por válida porque los policías se retiraron del lugar sin intervenir contra ellas, pero también permitieron que los muchachos se fueran. Por eso es que aún se desconocen sus nombres y paradero, aunque algunas de las denunciantes aseguran que pueden reconocer, al menos, al que inició la golpiza.

Con el dolor “en el cuerpo y en el alma” que sentían, según graficó Verónica C, tuvieron que atravesar un derrotero de estigmatización que no terminó sino hasta entrado el día siguiente. En el Hospital Nacional de Clínicas le denegaron la atención -un derecho constitucional- porque tenían “muchos casos más graves”, aseguró Devenir Diverse desde su parte de prensa. Acudieron entonces a la Central de Policía de Córdoba, que las derivó a la Comisaría Tercera y de allí a la Unidad Judicial 1, siempre en la capital provincial. Tuvieron que aguardar una hora para que radicaran la denuncia y luego otras cinco para que un médico constatara las heridas.

Sin embargo, el registro de las lesiones recién se concretó al día siguiente, luego de reiterar en cada ocasión los relatos de la escena, de reposicionarse en su rol de víctimas merced a la burocracia. Hoy ampliarán la denuncia frente al Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y el Tribunal de Conducta Policial.

“Lo peor fue la violencia institucional a la que fuimos sometidas ya que el personal al que consultamos nos trató muy mal, estaba totalmente desinformado” sobre cómo actuar ante casos donde la supuesta virilidad del patriarcado se define en los puños de un varón agresor. “Las lesiones que fueron constatadas por los médicos son leves pero las peores son las del alma. Jamás en mi vida imaginé vivir una situación así. Me da mucha angustia, no sólo la agresión física sino la falta de respuestas efectivas ante semejantes hechos”, cuestionó la joven.

Por la inacción policial y judicial, al momento no fueron identificados los responsables, por lo que esperan que las personas que presenciaron el ataque aporten datos, que pueden enviarse a devenir.diverse@gmail.com.

El “peligro” de no ser la “típica” mujer

“Típica” por “arquetípica”, por hecha en los límites fieles del modelo patriarcal: las mujeres que se definen por fuera de esas bases y deciden desear a otras de su mismo género son rechazadas por la heteronorma, son contradictorias en el marco cultural machista. La violencia de segregar aquello que no obedece a las dicotomías sexistas alcanza, como en este caso, en su expresión extrema de la agresión física.

Cuando todavía está vigente el dolor por el femicidio de Natalia “Pepa” Gaitán, también en Córdoba en 2010, las instituciones clásicas aseguran que el poder vertical del “macho” se concentre. Jueces, comisarios, maridos, novios, padres son representantes sociales y domésticos del discurso instalado contra el que las identidades disidentes luchan. Denunciar y gritar en nombre de la equidad son pasos hacia adelante para erradicar la desigualdad instalada por la falocracia.

Publicada en Marcha Noticias: http://marcha.org.ar/index.php/nacionales/92-generos/4956-golpeadas-por-ser-lesbianas

Maternidades clandestinas, herida de la dictadura

Por Noelia Leiva. Hospitales militares y centros de detención se convirtieron en salas de parto que violentaban la integridad de las embarazadas secuestradas. Muchas no volvían luego de parir. No pocos hijos o hijas están desaparecidos.
Los cuerpos avasallados, las esperanzas arrancadas, los proyectos interrumpidos: la dictadura cívico-militar que se inició el 24 de marzo de 1976 dejó huellas dolorosas en las mujeres militantes de una de las décadas más políticamente comprometidas de Argentina. Violaciones, separaciones obligadas por el exilio, desapariciones y muertes fueron patrones del Terrorismo de Estado con los que ellas fueron forzadas a convivir. Pero las maternidades clandestinas dejaron una herida enorme, que no cicatriza para las familias cuyos nietos y nietas todavía se buscan. A días de que se cumplan 38 años del inicio del horror, la apropiación de bebés todavía es un camino abierto a la investigación de la Justicia.

Mientras algunas señoras les creían a los medios oficiales su discurso sobre la “subversión”, otras habían dedicado su vida a la lucha por un modelo de país más equitativo. O eran compañeras de personas con esa mirada, o acaso amigas o conocidas. El ataque a los proyectos de cambio se concretaba en circuitos que vinculaban grupos de tareas para el secuestro con los centros de detención ilegal y tortura a los que también eran llevadas las capturadas embarazadas, que rara vez recibían un trato diferencial por encontrarse en período de gestación. Para ellas el recorrido seguía en las salas de parto donde la violencia simbólica era tan grave como la física. Muchas veces esa era la única posibilidad de tener en brazos a su hijo o hija. Muchas, la última oportunidad de estar con vida.

Ese entramado se denunció por primera vez hacia 2004, cuando se avanzó sobre la hipótesis de que había una relación sistemática entre el Centro Clandestino de Detención (CCD) La Cacha, la ex Unidad Penitenciaria 8 porteña y el hospital de esa dependencia, que funcionaba como espacio donde las prisioneras daban a luz. Según un informe elaborado por la filial La Plata de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, esa línea también significó descubrir cómo el Servicio Penitenciario Bonaerense había sido cómplice de la violación de los derechos humanos que había instalado el Ejército nacional.

Ese mismo documento explicó cómo algunos ámbitos donde se concretaban los crímenes de lesa humanidad estaban señalados para recibir a las detenidas embarazadas pero como no siempre contaban con la infraestructura para ‘acompañar’ el parto las mujeres eran llevadas a las salas donde finalmente ocurrían. El Pozo de Quilmes pertenecía a esa lista, por lo que “muchas eran trasladadas al de Banfield, respetando la lógica del Circuito Camps”, indicó el estudio, que reunió testimonios en primera persona. Ese predio de la localidad lomense contaba con un primer piso donde funcionaba una ‘enfermería’ donde se realizaban los alumbramientos, por eso era centro de nacimiento y apropiación de bebés.

“Sabemos que las compañeras detenidas en 1977 y 1978 eran llevadas a parir al Hospital Militar de Campo de Mayo, donde eran atadas a la cama y atendidas por monjas. Muchas no volvían. En algunos casos ellas y sus hijos están desaparecidos”, describió para Marcha Jorge Watts, sobreviviente del CCD El Vesubio, de La Matanza. Unas 16 estaban cautivas de ese predio del Conurbano estaban encinta, según los datos que pudieron recopilarse en la causa por el esclarecimiento.

El avasallamiento como persona y mujer también se daba, en algunos casos, en la obligación de parir “antes de término, con cesáreas” inducidas, describió el hombre a partir de la experiencia de quienes compartieron el mismo espacio. “A veces se generaba la muerte del feto por la tortura, sobre todo porque le aplicaban picana en la zona del abdomen”, relató.

Según las Abuelas, un ejemplo de ese maltrato fue el que sufrió Marta Josefa Enrique, que atravesó “complicaciones en el Pozo de Quilmes a raíz de los maltratos y las pésimas condiciones de vida, y cuando fue ‘legalizada’ y trasladada al penal de Devoto, perdió su bebé” como consecuencia de las agresiones y la mala alimentación durante el cautiverio.

Aunque se hace borroso el recuerdo, Julio Busteros, que era intendente de Almirante Brown cuando se desató el golpe de Estado y fue detenido por los militares, aseguró que supo de casos en los que ellas “tomaron una pastilla (que consiguieron con la promesa de que podrían abortar) y también murieron”, señaló. Es que, en medio de la desesperación, eran pocas las herramientas de decisión sobre el propio cuerpo que no estaban minadas.

La atención médica era nula, ya que los profesionales de las fuerzas represivas eran los únicos que ingresaban a los CCD y se encargaban de monitorear los partos, en los que las mismas pacientes eran forzadas a higienizar camillas e instrumental instantes después de tener a su hijo o hija, desnudas, mientras los jefes de la tortura las insultaban. Ante la Justicia dio esa descripción Adriana Calvo, detenida en el Pozo de Banfield, una reconocida militante del sur bonaerense que aportó datos para llegar a la verdad hasta su muerte, en 2012.

Las maternidades clandestinas se convirtieron así en espacio de dolor para quienes ya padecían el aislamiento en la violencia, que prosiguió con la negación de las identidad de cientos de personas cuyo primer llanto se dio en una sala de partos militar y su historia siguió por los caminos que le dieron sus apropiadores. De ellos, 110 los nietos y nietas pudieron reencontrarse con su nombre real.

Símbolo y lucha

Ser mujer y militante en la década de 1970 no era tarea sencilla. Incluso antes de que el Plan Cóndor tuviera a Argentina como una de sus pistas de aterrizaje muchas de ellas debían elegir entre ser madres atentas o militantes abnegadas. No todas las organizaciones ni las familias habían desarrollado una mirada transversal. A veces los mismos varones cercenaban su desarrollo político al asignarle el único rol de cuidar a los hijos o las hijas y velar, con paciencia, por el regreso de sus parejas de las misiones asignadas.

En otras ocasiones, ellas entendían que debían obviar la maternidad para que los altos mandos de la lucha las consideraran cuerpos políticos capaces de responder a las demandas. Querían ‘masculinizarse’, porque tampoco estaba desarrollada la idea de que ser mujer no necesariamente era sinónimo de parir y criar. “No había mucha discusión sobre la mirada de género como tampoco una conciencia en la población de lo que estaba pasando. Eso empezó a darse después, con los años”, aseguró Busteros.

Muchas de las detenidas y desaparecidas que estaba embarazadas durante la última dictadura -la última, porque ‘nunca más’- se toparon con un doble grillete a sus proyectos: el personal, cuando su maternidad fue violentada y sus niños separados de su familia; y el político, cuando las fuerzas militares y sus cómplices civiles instalaron la muerte y el miedo como condiciones comunes de la vida en sociedad.

Torta, chongo, lesbiana: ser lo que quieras

Foto: Laura Salomé Canteros

Por Noelia Leiva. La visibilización lésbica es una causa política que tuvo su espacio de acción en jornadas que se realizaron el fin de semana último. Recordaron a Pepa Gaitán, asesinada por amar a otra mujer. El puño está en alto para que nadie ni nada defina qué se es.

“Incluir” y “aceptar” son términos políticamente correctos de la perspectiva que aboga por la diversidad sexual ¿Pero qué hay que tolerar y desde donde? Para erradicar la barrera de lo “natural” desde donde se mira para dar la bienvenida a lo supuestamente distinto, jornadas de visibilización lésbica en todo el país reclamaron la equidad de derechos. Las militantes denunciaron la violencia física más evidente, como la que atravesó Natalia “Pepa” Gaitán, asesinada por tener novia. Pero también, la sutil que se cuela por los poros de la cultura heteronormativa.

Pese a las conquistas que logró el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), en la calle todavía cuesta no pensar que el punto de partida es ser hombre o mujer, y que ‘todo lo demás’ constituye variantes. Y que a la mayoría de las personas les gusta alguien de otro género, pero hay que sumar a la vida social a quienes no. En algunos espacios de la comunidad donde la lectura fue permeable a las nuevas luchas todavía hay rastros de una mirada dicotómica de ‘nene-nena’. Pero el peso de los mandatos es mayor cuando ni siquiera se alcanzó a ese punto y el rechazo se convierte en golpes.

Si viviera, Pepa Gaitán podría dar cuenta de qué es ser segregada por ser lesbiana, pero fue asesinada a quemarropa en 2010 por Daniel Torres, padrastro de Dayana Sánchez, su novia. Lo inexplicable de la violencia más extrema suena más descabellado cuando se revisa, en el proceso judicial, la estrategia de la defensa que pretendía instalar a la víctima como una “mujer que daba miedo” por salirse del encuadre patriarcal de ser apacible y entregada a una relación monogámica con un varón. En nombre de ella se realizaron jornadas en la Ciudad de Buenos Aires, Bahía Blanca y Córdoba.

“Es muy inteligente y estratégico que se hable de visibilidad lésbica como consigna y que no se pida ‘paremos la lesbofobia’. Es un problema de violencia, no una enfermedad” individual, mencionaron a Marcha desde Desobediencia y Felicidad, un colectivo que realiza acciones anónimas en defensa de los derechos de las mujeres y las identidades disidentes. Ese llamado a nombrar las acciones por su nombre se instaló en la plaza porteña ubicada frente al Congreso nacional el 7 de marzo último, donde hubo música feminista y alternativa, más una radio abierta en la que organizaciones defendieron sus ideas de rebelión contra el patriarcado, en la cuarta jornada consecutiva con esa consigna.

Pepa fue símbolo también en Bahía Blanca y en Córdoba capital, de donde era. Allí una ordenanza municipal instaló en 2011 el Día de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género. Las actividades duraron 48 horas y fueron acompañados por la familia Gaitán- Vázquez. “Es un caso importantísimo para nuestra comunidad y la sociedad en su conjunto porque visibiliza una serie de violencias que sufrimos las mujeres lesbianas en esta sociedad machista y heterosexista. En segundo término, porque sucedió el mismo año de la sanción del matrimonio igualitario, lo que demuestra que no bastará con buenas leyes para combatir la discriminación y los crímenes de odio”, entendió Verónica Castro desde Devenir Diverse, una de las organizadoras de las jornadas de visibilización en las sierras.

“Me nombro lesbiana siempre que veo que hay un contexto hostil hacia nosotras pero no comparto que haya una tensión identitaria entre lesbiana y mujer”, plantearon, a su turno, desde Desobediencia y Felicidad, que ‘stencilió’ remeras durante la actividad porteña. “Hay diferentes formas de habitarnos como mujeres. No decirme mujer lo sentiría como misógino pero reivindico otras formas de ser mujeres, sino sería dar por vencedor al discurso patriarcal”, enfatizó.

¡Ay, Andrea! ¡Hacete tortillera!

Aunque lo que da cuerpo a la fecha es una muerte provocada por un ‘heteromacho’, en las jornadas hay música, baile y risas. Es que también se trata de desestructurar el lugar tradicional del duelo –con su llorona paciente- en una movilización que busca romper las estructuras patriarcales opresivas. En Congreso, hubo música alternativa. Las Conchudas, una banda que empezó a gestarse hace dos años en un Encuentro Nacional de Mujeres, aportó cumbia con lenguaje propio: antídoto contra la opresión simbólica. Los temas que amaban bailar pero que eran violentos en sus letras sonaron en la plaza con otras palabras, las que convocan a que cada una se sienta en libertad de ser. “Ay, Andrea/¡hacete tortillera! /‘ Ay, Andrea / ¡Hacete feminista! / ¡Ay, Andrea!/ Seguí tu corazón”, cantan las seis.

“No hay nadie por fuera de cada una que marque nuestra sexualidad, la persona con la que tenemos ganas de construir. Y al que no le guste, que se vaya a Marte, porque ya no hay lugar en el mundo donde pueda tolerarse” la discriminación, planteó Lola, la percusionista del equipo. Que el sistema les diga a las niñas, adolescentes y adultas qué y cómo entenderse responde a la lógica capitalista de aplicar etiquetas porque “alguien que se sale de lo normativo ya no es parte de lo homogéneo y no es fácil de manejar”, consideró.

Por eso las lesbianas molestan y son invisibilizadas: se corren de lo que la matriz machista espera de ellas en tanto mujeres. “Y si sos pobre, es mucho peor”, denunció. La maternidad opera como excluyente de lo que es o no sinónimo de ‘ella’. Se estableció que las sujetas “vinieron al mundo para reproducir, no pueden elegir ser madre o no. Si no lo son, no resultan ‘productivas’”, analizó.

Una vez más, la categoría que define a lo políticamente señalado como ‘diverso’ puede servir para tranquilizar a quienes no se sienten parte porque así sintetizado ese colectivo tiene un espacio vital, parámetros, vidas capaces de ser conocidas. El temor que brinda lo no sabido puede irse si eso diferente tiene nombre. “Me defino lesbiana por una decisión política, para levantar la bandera de esa lucha. Pero en realidad no me defino nada, no tengo por qué. Es la sociedad la que lo necesita”, apuntó Lola.

Para comenzar, ponerle nombre tiene el sentido de recuperar los derechos, como el de vivir, que le arrancaron a Pepa. La lucha continúa para que, algún día, ya no haya que dar ni esperar descripciones.

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