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14 de mayo de 2015

Un puente hacia el infinito



Por Noelia Leiva. “Cuentero”. Así define su especialidad. Tiene 44 años y una largo camino de historias contadas en cárceles, escuelas y geriátricos. Él, su cautivante y multifacética voz, y una silla bastan para conjurar miles de barreras y prejuicios.  

Temer es tan ancestral como la humanidad pero enfrentarse a ello requiere, muchas veces, no hacerlo en soledad. El cuentacuentos José Luis Gallego parece ponerse en ese lugar a la hora de relatar historias en escenarios identificados como “marginales”. ¿Al margen de qué? “Cuando abro mi silla para narrar en una cárcel o una escuela no sé qué va a pasar, si la vamos a usar para contar o para golpearnos. Eso no es el miedo. El miedo es no animarse a abrir la silla en ningún lado”, definió en la charla de TEDx que lo definió como un referente en el arte de la palabra, ese puente que permite transitar entre lo conocido y lo estigmatizada como peligroso.
Nacido en la bonaerense Villa Ballester, su vida es una mochila equipada con herramientas que le permiten desde hace quince años ponerle el cuerpo a relatos folklóricos transmitidos por tradición oral y a otros fruto de la improvisación. Publicó “La existencia mullidita”, un libro de cuentos ilustrados. Fue publicista, periodista y actor, hasta que un día decidió tomar clases con Juan Marcial Moreno, del Instituto Summa, y, a partir de entonces, arrancó su vida de “cuentero”. Fue así que abandonó la gerencia de ventas que ocupaba en una imprenta del conurbano y empezó a compartir historias en penales, aulas y geriátricos.
El primer paso para su transformación fue –asegura- escuchar “la propia voz” y adueñarse de ella, una práctica que en la cultura fue olvidada. Atender la palabra del otro genera una “escenografía divina” en la que cada quien recrea sus propios escenarios, sin límites ni resistencias. Aunque diferente y compleja en lo individual, la reacción adulta más común repite el acto inconsciente de retraer al oyente de la infancia. “Ves que en esas personas con cara de malas, con cicatrices y tatuajes, aparece la mirada de los niños que habían dejado congelados por el proceso adverso que transitaron en sus vidas”, describe al contar su  experiencia al frente del taller “La Oreja Cuentera” en la cárcel número 48 de San Martín.
Las personas en situación de encierro valoran a quienes “vienen de afuera” y le dedican su atención. Pero, antes que nada, resulta que la palabra rescata porque alguien que “durante años ve las mismas rejas, los mismos pájaros, ahora está frente al infinito”, define. “Cuando contamos, todos somos ‘imaginadores’, y ya no hay gente de adentro y de afuera, ni tipificación de delitos”, enfatiza.
Presos que se animan a volverse narradores para sus hijos o hijas en las visitas, muchas veces por primera vez, es ejemplo de que las emociones funcionan como lenguaje. Otro es el de quienes escribieron ficciones -a veces con reminiscencias a sus experiencias- y salieron a compartirlas.
Y ese “salir” también acontece en la escuela: antes de ponerse en presencia de los cuentos, él pide que los chicos y las chicas conformen un círculo, para remitir a la estructura ancestral de las comunidades reunidas frente al fogón. En muchos establecimientos, las docentes se resisten a romper la estructura habitual pero, pronto, la palabra irrumpe, desarticula prejuicios y hasta los nenes tildados de “problemáticos” se vuelven espectadores y actores de sus propias historias.
“El arte repara y transforma; las historias tienden lazos”, resume José Luis. Atreverse a conocer permite involucrarse con el otro y, así, vencer el miedo que genera distancia o violencia. Y, a su vez, este simple acto, esta simple historia de palabras lanzadas y entrelazadas, habilita el regreso del acto de reunirse para contar. En los minutos en que dura el cuento, la palabra libera.  Y, en esa libertad, algo de luz comienza a brillar.

Datos útiles


Publicada en Revista Tercer Sector. 

25 de julio de 2014

La vivienda no tiene género





Por Noelia Leiva. La comunidad trans de Salta reclamó facilidades para acceder a la casa propia. Asegura que no tiene trabajo digno para construir o reunir los requisitos para recibir un préstamo. La transfobia se mete en el bolsillo.

El sueño de la casa propia es más que la aspiración fundamental para muchas personas de la ‘clase media’. Para el colectivo trans salteño, significa sortear una cadena demoledora de prejuicios que comienza con la discriminación por género y sigue por la reducción de las oportunidades laborales dignas. El siguiente eslabón es otra ausencia: la de ingresos para ahorrar o la de un recibo de sueldo para acceder a un crédito. Desde la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta) reclamaron que el machismo se corra del mercado y las oportunidades se multipliquen.

Pensar el patriarcado no es una cuestión de mera filosofía. Su uña ponzoñosa se mete en la economía doméstica. Los mitos sobre que si alguien ‘no es mujer ni varón’ no es confiable o sólo es portador o portadora de un cuerpo exótico del que servirse se convierten en violencia laboral cuando las empresas descartan a aspirantes por ser trans. Incluso los órganos de gobierno tienen una cantidad minoritaria de trabajadores o trabajadoras de esa comunidad, todavía a modo de excepción para dar muestra de la política inclusiva. A veces, ese entramado es tan complejo que ellas y ellos mismos prefieren no postularse a algunos puestos por temor a la revictimización.

Las consecuencias son las naturales: no hay dinero para ahorrar, menos para comprar o construir una casa. Una amplia porción de la población trans reside en viviendas de familiares, amistades o en pensiones. Aunque no sólo ocurre en Salta, en la capital de esa provincia “se habla de inclusión pero no existe contención alguna, ni ante una emergencia, ni por pobreza o vulnerabilidad”, denunció Mary Robles, referente de Attta en la provincia y del Grupo de Transparencia Salteña (GTS).

Sin trabajo en blanco, tampoco hay un recibo de sueldo que les permita garantizar su solvencia para solicitar un préstamo hipotecario. Siquiera el nacional Procrear, porque requiere demostrar ingresos en el sistema formal por al menos un año: “Ingresar (a un crédito) es casi lejano para nuestra gente, más cuando se trata de burocracia”, denunció ante Marcha la también asesora del Ministerio de Derechos Humanos de la provincia.

En concreto, lo que se pide es un cupo de viviendas sociales a integrantes del colectivo, especialmente a quienes están casados o casadas, según propuso la dirigente en una jornada realizada en la Cámara de Diputados en la que se celebró los cuatro años de la Ley de Matrimonio Igualitario.

Otra opción podría ser flexibilizar los requerimientos para recibir un préstamo, ya que a la dificultad para conseguir un empleo que tiene cualquier persona en el mercado se le suma el estigma patriarcal y conservador. “Proponemos un plan de igualdad de oportunidades para reglamentar la salud, el trabajo y la educación para nosotros y nosotras”, señaló durante el encuentro en la Legislatura salteña. También se reunió con Matías Posadas, interventor del Instituto Provincial de la Vivienda (IPV) para avanzar en las tratativas pero al momento no hay más que conversaciones.

“La igualitaria”

La respuesta pequeñoburguesa esperable es preguntar por qué habría que diseñar una política exclusiva si tantas otras personas con otras problemáticas tampoco pueden tener un techo propio. Sin embargo, la violencia que asalta a los y las trans en la calle o al interior de las relaciones sociales con quienes siguen atados a la tradición más férrea agrava el marco de segregación, aunque parece no ser blanco de cuestionamiento.

La reacción no tardó: “El próximo paso será la reivindicación del boleto gay gratuito en el transporte público de pasajeros y, más tarde, el doble valor del voto gay en las elecciones generales”, ridiculizó el portal Noticias de Iruya sobre el pedido de equidad. “O (también van a reclamar) la jubilación travesti sin aportes y con el 82 por ciento móvil a los 35 años”, se burló el medio que se considera “en defensa de la libertad de expresión en Salta”.

No felices -o acaso sin comprender la magnitud del término-, definieron a Robles en el epígrafe de la foto que acompaña el artículo como “la igualitaria”, como si, en su paradigma de la exclusión, ese calificativo fuera un chiste en sí mismo. El machismo chorrea bits y tinta, mientras el trabajo sigue menguando para la población vulnerada.

Una Ley que haga cumplir la ley


Aunque la normativa que planteó que en todo el país las personas pueden definir su género sin tener que atenerse a las cualidades sexuales, culturales o impuestas desde el nacimiento también vela por el acceso homogéneo a las oportunidades y el respeto de la sociedad a esa comunidad, la arena cotidiana dice otra cosa. Más en Salta, la conservadora provincia que ya prevé reacciones de derecha y ultracatólicas frente al 29º Encuentro Nacional de Mujeres, que se realizará en octubre. Entonces, hay que reforzar la letra escrita.

Con aval de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans de Argentina, trabajan para que se trate la Ley Integral para Personas Trans, que vendría a superar todo lo escrito para bregar por la satisfacción de las necesidades básicas. La norma “tiene el objetivo de asegurar a las personas trans el ejercicio pleno y en condiciones de igualdad de sus derechos y libertades, promoviendo el respeto de su dignidad, buscando lograr la integración social a nivel cultural, económico-laboral, en el ámbito de la salud y la educación, así como en cualesquiera otros ámbitos de la vida ciudadana”, define en su primer artículo.

“Es el momento para hacer conocer nuestra situación”, enfatizó Robles. Tiene que suceder que, esta vez, el norte si exista.

Publicada en Marcha: http://marcha.org.ar/index.php/generos/5526-la-vivienda-no-tiene-genero

La mujer, ese “objeto opinado”



Por Noelia Leiva.La campaña Acción Respeto repudia el acoso callejero. No importa si se trata de un “piropo lindo”. Cuando no tiene en cuenta si la receptora quiere o no ser “halagada” es violencia. Un indicador de primer nivel de “cultura de la violación”.

“Te garcharía tan fuerte que te haría abortar”, le gritó un hombre de unos 40 años a una mujer que cursaba el octavo mes de embarazo. Es apenas uno de los miles de testimonios reales que llegaron a los y las integrantes de la campaña Acción Respeto, que define al acoso callejero como el primer registro que muchas mujeres tienen de la violencia de género. Cuando las reducen a “objetos sobre los que se opina”, se convierten en el índice público de la “cultura de la violación”, que las deshumaniza para volverlas accesorios de la satisfacción masculina. Marcha conversó con sus integrantes acerca de cómo denunciar ayuda a generar el cambio cultural que hace falta.

El anonimato es la clave de la campaña: no difunde el nombre de sus activistas ni de quiénes comparten las anécdotas que marcaron su infancia o adolescencia, o que determinan su día a día. Es que muchas saben dónde están el o los varones que creen que pueden calificar su cuerpo -como si alguien les hubiera preguntado- y se ven obligadas a cambiar de vereda para evitar el abuso. Pero cuando no pueden adelantarse, allí están ellos para intervenir el espacio personal de la transeúnte, para susurrarle o gritarle desde un colectivo, para poner en palabras la líbido que el patriarcado le ordena que exponga como indicador de que es un macho digno de su especie.

-¿Están de acuerdo con señalar que el acoso callejero es una forma de violencia simbólica? 

-Sí. Es simbólica porque se basa en el no reconocimiento de la otra persona como tal, no sólo al quitarle su derecho a caminar sin ser interpelada, sino al deshumanizarla, al cosificarla. Tenemos que considerarlo como violencia desde el momento en el que cualquier respuesta que pueda dar la mujer frente a esa situación no es tomada en cuenta y, encima, se utiliza para denigrarla y atacarla.

-¿Es una acción individual o debe considerarse un acto cultural?

-Socialmente estamos tan acostumbrados y acostumbradas a este tipo de violencia, que la tenemos asimilada culturalmente. No se puede admitir por parte de la mujer ningún tipo de respuesta. Son tan condenadas si responden como si no. Es claro que este tipo de prácticas no son un intento de interacción sino que buscan amedrentar, intimidar y, en muchos casos, humillar a la mujer. Incluso cuando se habla de “piropos lindos”, el consentimiento de ella y toda su subjetividad son eliminados de la ecuación. Lo único que se tiene en cuenta es la voluntad del hombre y su opinión. Entonces, la mujer, a nivel discursivo no es reconocida como interlocutora sino que es ubicada en el rol del tema del mensaje, el objeto que es opinado, como si fuera una prenda de ropa en una vidriera o una obra de arte.

-Como mencionaron, hay personas que señalan que un “piropo” no es cuestionable y sí lo es una grosería. ¿Por qué creen que lo sostienen?

-En parte por la costumbre cultura y por falta de análisis de la situación. El piropo es cuestionable en base a lo que planteamos recién: no se trata de una interacción, se trata de una imposición de opiniones. Hay personas que toman al piropo como algo diferente a la grosería únicamente por el contenido del mensaje, porque se supone que uno es lindo y resalta las virtudes físicas de la persona mientras que el otro es denigrante y agresivo. Sin embargo, no se detienen a analizar que el mensaje de fondo es el mismo: opino sobre vos, sobre tu cuerpo y no espero ni una respuesta ni una reacción, sólo que lo aceptes y sigas tu camino. Más aún, la gran mayoría de los “piropos lindos” suceden acompañados de un lenguaje corporal intimidante, como la invasión del espacio personal, acorralamientos, inclinación sobre el cuerpo de la mujer; todas actitudes físicas que marcan el dominio físico que un hombre cree que puede ejercer sobre ella. O vienen con un tono usualmente libidinoso. Un “hola, linda” con un lenguaje corporal amenazante y un tono sexual deja de ser un mensaje halagador y se transforma en una intimidación, porque el mensaje que el tono y el lenguaje corporal transmiten es completamente otro.

-¿Por qué suelen ser los varones los que se dirigen a las mujeres en la calle para interpelarlas y no al revés?

-Está ligado a los estereotipos que nos inculcan desde el momento en que nacemos. Los hombres deben acercarse a la mujer, deben validarse frente a los otros varones, deben reafirmar su sexualidad expresando el deseo. Lo interesante es que quizás no existe un deseo real al momento de interpelar a la mujer, sino que es sencillamente un mecanismo de reafirmación de la masculinidad.

-Algunos colectivos de mujeres señalan que el acoso callejero es un primer paso para ser cómplice de la cultura de la violación. ¿Coinciden con esta interpretación? 

-Sostenemos que el acoso callejero es parte de un conjunto de actitudes que, por definición, son parte de la cultura de la violación. Esto no quiere decir que el hombre que acosa verbalmente por la calle sea un violador o vaya a violar a una mujer, sino que es parte de la cultura que deposita en las mujeres todo tipo de culpas y responsabilidad por las reacciones de los hombres. Son los cimientos de la percepción del hombre sobre la mujer, cómo deja de percibirla como ser humano independiente y comienza a entenderla como un accesorio para su deleite. Varias personas que trabajamos en Acción Respeto también trabajamos hace varios años con la Marcha de las Putas, que aborda el tema de la justificación de los abusos sexuales y cómo se perpetúa la cultura de la violación desde lo discursivo. Se abordan dos aspectos de lo mismo, a tal punto que las justificaciones que vemos en relación a casos de abuso, como la ropa, la actitud, la imposibilidad de control de los impulsos en los hombres, la relativización del consentimiento y los límites puestos por la mujer, surgen también para el acoso callejero. No es coincidencia, señala al acoso como un engranaje más en el mecanismo de la cultura de la violación. Es el primer encontronazo para muchísimas mujeres con la violencia de género.

-¿Qué pasa si ese primer registro le sucede a una niña que empieza a salir a la calle?
-Cuando una nena de 11 años recibe comentarios agresivos y sexuales por la calle, y la sociedad hace la vista gorda. Lo que le están enseñando es que así tratan los hombres a las mujeres, que el cuerpo de mujer que empieza a desarrollar genera violencia hacia ella y que eso es normal y esperable. Peor aún, cuando cuenta las situaciones de acoso y recibe en respuesta cuestionamientos a su forma de vestir y a su posible provocación, se le enseña que es culpa de ella si un hombre reacciona violentamente hacia su cuerpo. Estas cosas son las que construyen la cultura de la violación, las que preparan el terreno para que las víctimas de abusos sexuales no denuncien y no cuenten lo que les pasó por miedo a ser juzgadas. Entonces, callan.

-En abril realizaron acciones de repudio con carteles que reproducían lo que los varones le suelen decir a las mujeres en la calle. ¿Cuáles fueron las reacciones?

-Fueron variadas. Desde apoyo total a la campaña hasta rechazo debido a su crudeza. Es interesante, porque son todas frases reales. No podemos desoír la realidad únicamente porque nos incomoda, al contrario. Una de las reacciones más curiosas fue la de adultos que cuestionaban los carteles porque “los ven los niños”. Por un lado, nos parece curioso porque se habla de que esto les sucede a las niñas desde los 9 o 10 años. Por el otro, la mayoría fueron padres de niños preocupados por cómo explicarles a sus hijos lo que dicen los afiches, a lo que sólo podemos responder que de eso se trata la educación de los chicos y que es, justamente, una gran oportunidad para enseñarles que está mal. Es doblemente llamativo porque recibimos algunas contribuciones para la campaña donde niños de entre 6 y 10 años arrojan frases sexuales a mujeres y niñas por la calle. Eso nos parece bastante más preocupante que lo lean en un cartel. La gente cree que los chicos están exentos de esto, pero muchas madres cuentan que fueron acosadas con sus hijos en brazos o de la mano. ¿Cómo podemos pensar que un chico no va a entender la situación? Es necesario trabajar en entender qué es violencia para que las próximas generaciones crezcan con una noción más clara de lo que es la desigualdad hacia las mujeres.

Publicada en Marcha: http://marcha.org.ar/index.php/generos/violencias/5246-la-mujer-ese-objeto-opinado

21 de julio de 2014

Lohana Berkins: de referente travesti a candidata presidencial

Por Noelia Leiva. Su lucha por suprimir los prejuicios de género en la Justicia, su lucha para que sus compañeras se reconozcan “dignas” para exigir sus derechos y su amor por Salta en una entrevista que Marcha realizó a la aspirante a la Casa Rosada en 2015.
 


En 2013 las redes sociales replicaron fotos de Lohana Berkins con su rostro iluminado por el sol que sirvieron para lanzar su candidatura a la Presidencia en 2015. Había una metáfora encerrada: salir a la luz, dejar de aceptarse como “la escoria de la sociedad”, como históricamente le obligaron al colectivo que representa. Aunque no hay una propuesta partidaria que la avale formalmente, ella sostiene que serviría “para ver qué pasa en la política si hay una jefa de Estado travesti”. Titular de la Oficina de Identidad de Género y Orientación Sexual que funciona en el ámbito judicial porteño, entiende que la comunidad travesti y trans ya no debe pedir permiso para estudiar o trabajar. “No soy el payasito de nadie”, instó.
-El año pasado circuló una campaña que la proponía como candidata a Presidenta ¿En qué consiste esa iniciativa?
-Para mí sería un desafío, un modo de generar una dialéctica en el mundo de la política para ver qué pasaría si hubiese una presidenta travesti. Veríamos cuánto avanzamos si, a la hora de imputarme una crítica, se basarían en mis gestiones o en su nudo travestofóbico. Más allá de la adscripción partidaria de cada quien, cuando atacan a la Presidenta lo hacen desde la misoginia, imaginate qué podría pasar conmigo.
-¿Cuáles serían los proyectos de su gobierno?
-En la comunidad estamos muy obsesivas con el tema del empleo, no sólo como petición al Estado, que está dando buenas respuestas como el apoyo a cooperativas, sino también a los privados. Nosotras podemos ser meseras, médicas, abogadas, diputadas, senadoras. Ese también es un desafío: que nuestra identidad de género no sea puesta como una minusvalía. Tengo tantas capacidades o discapacidades como cualquiera, no tiene que ver con mi travestismo. Basta de pensarnos como enfermas, infectadas, ladronas, poco confiables, que no nos podemos capacitar para estar en un puesto de decisión, que no podemos sostener un acuerdo.
-¿Lo conversó con algún espacio político?
-Siempre lo charlamos. No hubo una conversación concreta porque más lo tomo como desafío, como un modo de transgredir. Puedo hablar horas de mi situación de privilegio pero estaría siendo deshonesta con el 90 por ciento de mis compañeras que no viven lo mismo que yo, que tengo un empleo, un cargo, un sueldo. La lucha se trata de generar un sentido de la igualdad real, no su ficcionalidad. No me siento avergonzada de haber sido prostituta; todo lo que me pasó, me pasó. Pero si eso lo contextualizo creo que la idea de la lucha es generar una posibilidad. Por ejemplo, a mí el matrimonio igualitario no me interesa porque no me casaría con nadie, pero tengo el derecho de hacerlo si quisiera.
-¿Cuál es el rol de la Oficina que coordina?
-Está cuadrada dentro del Observatorio de Género que dirige Diana Maffia en la Ciudad de Buenos Aires. Trabaja los obstáculos que hay para el ingreso de nuestra comunidad al derecho o a la Justicia y revisa los prejuicios y creencias que traen los operadores y operadoras judiciales. También nos ocupamos de la educación vinculada a estos temas, por lo que tratamos de hacer publicaciones, dar clases y acercar material que dé cuenta de cómo se fueron modificando algunos derechos.
-¿Cómo se derriban los preconceptos que identifican?
-No es una cuestión matemática. Nosotras estamos estableciéndonos recién hace un año. Esas cosas no se pueden predecir pero el esfuerzo está, todavía no podemos hablar de resultado ni de la estrategia correcta. Del otro lado muchas veces se actúa por desconocimiento. Además, cuando tiene que ver con prejuicios y discriminación, los resortes cambian, no se sigue siempre un mismo patrón.
-¿Cómo describe al contexto político en el que se creó el área?
-Hay un Estado receptivo a nuestras históricas demandas. Vemos por primera vez cómo se construyen posibles soluciones. También nosotras como comunidad entendimos que politizarse era una de las estrategias válidas para satisfacer nuestras necesidades. Sirvieron, en términos de logros concretos, la Ley de Matrimonio Igualitario y la de Identidad de Género. Podemos hablar de tres etapas en nuestra lucha. La primera fue la de pedir por el derecho la educación, la salud, la vivienda y el trabajo. Después nos dimos cuenta de que eso ya estaba en la Constitución, entonces en la segunda etapa buscamos el acceso y la permanencia dentro de esos sistemas. Ahora estamos en la etapa de la exigibilidad de los derechos. Ya no te pido permanencia ni me interesa discutir, yo exijo ese derecho.
-En el territorio bonaerense hay militantes travestis y trans que reclaman el acceso integral a la salud ¿Está de acuerdo?
-Absolutamente. En el artículo 11 de la Ley de Identidad de Género está clarísimo que debe garantizarse. No entendemos por qué el ministro (de Salud de la Nación, Juan) Manzur no hace que a lo largo y lo ancho del país se respete la salud integral, entendida no sólo en términos de enfermedad sino de un cuerpo sano que quiere saber cómo prevenir. También se trata de empezar a conocer el propio cuerpo, para que deje de hacer los recorridos históricos de la ilegalidad y empiece a transitar los canales de la legalidad. Entonces, si hay un Estado que aprobó una ley con todo su arco político, una Presidenta que, como autoridad máxima habla constantemente de la inclusión, no entendemos por qué se niega.
-Las dificultades para acceder a la atención médica no sólo se da frente a intervenciones quirúrgicas complejas sino en la consulta cotidiana en las unidades sanitarias ¿Por qué sucede?
-En términos de derecho lo más difícil es el acceso en la órbita doméstica, tanto para las mujeres como para las travestis. Se ve también en algo de todos los días, como cuando te cortan la luz abusivamente. Hay una cuestión de desentendimiento y desconocimiento del derecho cotidiano. La gente no sabe que un montón derechos nos son negados a todos y todas por prejuicios de las personas.
-¿Cómo se evita ese avasallamiento?
-Con campañas, con un Estado proactivo, a partir de conocer lo que está escrito. En Cuba cuentan que había un gran debate porque una ley indicaba que todos los niños varones debían ir con el pelo muy corto. Un día una madre dijo que su hijo quería tenerlo largo. Empezaron a investigar y no existió nunca una ley aprobada que lo impidiera. Entonces, una cosa es la norma en sí misma y otra las leyes de costumbre, en general basadas en pretendidas cuestiones morales. Hay que empezar a desentramar eso en términos de derechos.

De “fenómenos” a sujetas de derecho

La lucha por la equidad aspira a ir más allá del discurso correcto de la inclusión: no es sumar a partir de ‘tolerar’ las diferencias, como si alguien ‘normal’ tuviera la piedad de aceptarlas, sino vivir en igualdad de oportunidades sin que la identidad de género sea un casillero a llenar para acceder a ellas. Mientras, en los programas del prime time y algunos noticieros, el colectivo de travestis y trans es todavía pieza ‘curiosa’ de la pantalla.
-Desde los medios aún se cataloga como un hecho fuera de lo habitual que una niña o un niño defina su identidad trans en los primeros años ¿Por qué cree que sucede?
-Porque hay partes de la sociedad que no dimensiona los cambios. La Ley de Identidad de Género beneficia a toda la sociedad. Que un niño o una niña tenga un conflicto a la hora de la construcción de su identidad y sexualidad permite interrogarse y poder dialogarlo. A mí antes me pedían el documento hasta para entrar al baño de la estación, ahora no. Entonces toda la sociedad puesta en eso trae el beneficio de interpelarse. Me parece algo muy bueno que nosotras no vivimos. Mi sobrina me contó que en su grupo de la universidad una compañera dijo que no se iba a llamar más Juan sino que iba a cambiar, y entonces fueron a la casa de mi hermana a probarse ropa para ir a bailar. Me lo contó como si hubiera sucedido cualquier otra cosa. Esa joven ya está viviendo otra vida. No sólo ella sino sus amigos y amigas, que tienen la posibilidad de convivir con la diferencia.
-¿Por qué si en la vida cotidiana se hace cada vez más fácil todavía hay reticencias mediáticas a incorporarlo?
-Es que los lugares históricos que nos dieron los medios de comunicación fueron el show business, las páginas policiales o el rubro 59. Cuando abrimos la oficina salió un recortecito en los diarios, pero si mañana me pescan con un hombre en mi oficina o robo algo, sería tapa. Siempre estamos vistas de manera bufonesca. Fijate cómo nos ridiculizan en el programa de (Marcelo) Tinelli o en el que hacen los cómicos que aprendieron con él en Canal 11 (por “Sin Codificar”).
-¿Las redes sociales ayudan a cambiar la mirada?
-Sí, totalmente. Vivimos en otra era. Nosotras usamos mucho Facebook. También hay nuevos modos de comunicación en el mundo trava; hay cada vez menos perfiles hechos solamente con fotos en pose, por ejemplo. No teníamos el hábito de leer o ver noticieros. Ahora muchas chicas lo hacen. Les contás de tus ideas, debatís. Hay cosas que nos pasaron por ignorancia, por eso la educación es el arma más poderosa.
-¿Internet permite ayudar a más compañeras?
-En eso somos cautas. Tenemos en claro que si se tiene un problema hay que ir a la Justicia. Ahora si la compañera dijo que fue y no le respondieron, ahí actuamos. Yo recomiendo que no vengan a Buenos Aires cuando tengan un problema en otro sitio sino que busquen resolverlo allá, que golpeen la puerta del hospital o del lugar que sea. Si quiere estudiar o atenderse, hay que informarse y exigir los derechos ahí. Hay que convencer donde está la pelea.

De Salta a Buenos Aires

-¿Cómo se viven estas problemáticas en su Salta natal, donde en octubre se realizará el Encuentro Nacional de Mujeres?
-Al que voy a ir, como todos los años. Allá se vive de la misma manera. El conservadurismo está en todos lados. La concentración del poder está acá pero los resortes son iguales en todos lados. Hay que tener en cuenta que la ley per sé no cambia nada. La que debe cambiar es la compañera. Las situaciones son las mismas, incluso, en América Latina. Por ejemplo, en Buenos Aires si voy por la calle y un policía me identifica como travesti, puede detenerme y acusarme de que ofrezco un servicio sexual. No se hace porque no es políticamente correcto pero no se hizo el esfuerzo de erradicarlo y generar una política distinta. Como en los hospitales, que no te quieren atender. ¿Por qué hay que ir con la ley bajo el brazo? Son resabios del totalitarismo. No podemos ignorar que hay una cuestión de recambio generacional: una travesti ahora ya nace con documento.
-¿Usted pudo charlar con personas de su entorno cuando decidió ser Lohana?
- No, mi historia fue mucho más triste. Ya pasó, es una etapa que se tiene que superar.
-¿Se hace necesario no volver a pensar en el pasado?
-No, es que soy activista más que nada, no quiero seguir construyendo un personaje. Además sí son cuestiones dolorosas. No niego nada, trato de ser una persona muy positiva. Tuve una infancia muy dura, nací en una provincia muy conservadora que, igual, visito todos los años y me parece maravillosa. Me encantaría terminar mis años en Salta.
-¿En Pocitos?
-Volvería a la ciudad, seguramente. A Pocitos voy porque están mis hermanos. Conservo mis mismas amistades de siempre. Voy a sus casas, me gusta hablar más de lo domestico, escuchar sus cosas, ser la misma persona. Nunca imaginé que viviría en Buenos aires pero las circunstancias se dieron así. Ahora ya no pero durante muchos años me sentí una exiliada.
-¿Por qué?
-Porque no entendía la cultura y las formas a pensar aunque era el mismo país e idioma. Ahora vive acá gente conocida de Salta así que algunas costumbres conservamos, como la forma de comer, de cocinar, de encontrarse.
-Hay muchas personas que admiran su lucha y que se encuentren en una situación similar a la de usted en sus primeros años ¿Qué les recomendaría?
-Que se sientan orgullosas de lo que son. Yo me siento plena, amo ser trava. No hay nada que me avergüence ni de mi pasado. Hay que exigir todos los derechos. Es así como vamos a lograr que la sociedad revierta su conservadurismo. Ya no somos las travestis de antes que vivíamos escondidas. Nos hicieron creer que éramos la escoria de la sociedad, pero eso ya pasó. Ya muchas pagamos un altísimo precio para que estas niñas travestis de hoy lo puedan valorar y vivir plenamente. Yo no soy payasito de nadie.

Publicado en Marcha Noticias:http://marcha.org.ar/index.php/generos/entrevistas-genero/5362-berkins-de-lider-travesti-a-candidata-presidencial

9 de junio de 2014

La Justicia quiere que Mirtha sea colectivera

Por Noelia Leiva. La Corte Suprema dio lugar a un recurso de amparo que señaló que empresas de ómnibus salteñas discriminaron a una ciudadana que se había postulado para manejar pero sólo contrataron hombres. El máximo tribunal de la provincia no había visto la inequidad.

Mirtha Sisnero dejó su currículum en todas las empresas de colectivos de Salta capital, donde reside, pero nunca la llamaron. Sin embargo, supo que varios varones sí fueron contratados como choferes, el puesto al que ella aspiraba para conseguir el sustento para su familia. No fue casualidad: como reconoció la misma Corte de Justicia de su provincia, alcanza con “detenerse en cualquier parada para relevar la nula presencia de mujeres” al volante. Pero se contradijo a sí misma al asegurar que no había acto discriminatorio en el hecho de no convocarla. El máximo tribunal nacional hizo lugar a un recurso de amparo que sostiene lo contrario.

La mujer, madre de dos hijos, dejó el documento donde constaban sus antecedentes laborales a una compañía, con el deseo de que la sumaran a su plantel. Como no le respondieron, decidió ampliar la búsqueda y acercarse a todas las líneas de la ciudad. Su enojo llegó cuando entendió que las empresas se basaban en prejuicios de género para siquiera realizar una entrevista laboral, como si las ciudadanas no pudieran conducir bien y, mucho menos, un móvil grande que transporta personas.

“Fue notorio porque en ese lapso sí incorporaron varones”, le explicó a Marcha Sisnero. El machismo, a través de uno de sus lugares comunes, se había entrometido y obstaculizado el acceso a lo que era una prioridad para ella: “Tenía la necesidad de un trabajo bien remunerado, que me deje tiempo para compartir con mis hijos y poder hacerlos estudiar”, describió.

Por eso, buscó defensa en la Justicia, pero la Corte salteña entendió que la falta de respuesta a las solicitudes de trabajo era insuficiente para asegurar que hubo discriminación ya que no hay una figura legal que obligara a la compañía a contactar a la persona interesada. Sí reconoció que en la “sociedad” se registran actos de desigualdad. Sólo pidió que el sector enviara un informe ante la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMT) con los requisitos que piden para sumar empleados o empleadas. Como si el rudimentario mecanismo de expulsión machista estuviera escrito.

La Corte Suprema de Justicia no coincidió con el conservadorismo patriarcal de la institución provincial. Dio lugar a un recurso de amparo presentado por la vecina, junto a Fundación Entre Mujeres, contra la Sociedad Anónima del Estado del Transporte Automotor (Saeta) y la misma AMT, y consideró que “se acreditaron diversos hechos conducentes y suficientes para configurar un caso prima facie encuadrable en una situación discriminatoria”, indica el fallo.

Uno de los elementos probatorios que dio por válido es que, del listado de trabajadores de las empresas demandadas, se desprende que no hay mujeres contratadas, incluso tras las sucesivas postulaciones de la aspirante a colectivera, que por ahora sigue trabajando en un emprendimiento familiar.

Con esa decisión, retoma vigor lo que había establecido la Sala V de la Cámara de Apelaciones Civil y Comercial de Salta capital, que había avalado la demanda en primera instancia y ordenado que, como mínimo, el 30 por ciento del personal que conduzca colectivos en la ciudad esté constituido por mujeres. Y que, si se probaba que las compañías habían interpuesto sus prejuicios de género a los criterios de selección, debían incorporar a ciudadanas que desearan cumplir ese rol. Para eso, había que elaborar un listado con quienes quisieran ser choferas, con Sisnero en primer lugar.

Para la afectada no hay mucho más que investigar: “Es una decisión empresarial (la de no contratar a las vecinas), porque aquí sí hay mujeres que conducen micros escolares, taxis, remises”, enumeró. “En Córdoba están las chicas que manejan los trolebuses. Y son más grandes que los ómnibus que circulan” en su zona, agregó, como si hiciera falta más argumentos para señalar el mal desempeño.

Con el fallo de la Corte Suprema –rubricado por Ricardo Lorenzetti, Carlos Fayt, Enrique Petracchi, Juan Carlos Maqueda y Elena Highton de Nolasco- en mano, Mirtha aspira a que su objetivo pueda cumplirse. Confía en que el trato con sus futuros compañeros varones será “normal, como fue en otra ciudad” donde se desempeñó. Resta que los empresarios puedan resignar su machismo y aceptar la batalla perdida.

Publicada en Marcha Noticias

28 de mayo de 2014

Las Casildas, de doulas a teatreras

Por Noelia Leiva. Consideran que las decisiones de las mujeres deben ser prioridad al dar a luz. Para informar, concientizar y emocionar, buscan correr el velo desde una obra de teatro, Parir(Nos). En la Semana del Parto Respetado, Marcha les consulta sobre las primeras experiencias en escena.

El parto puede ser orgásmico y la conexión con el útero profundizarse hasta que eso que parece dolor no se asocie al padecimiento: los conceptos de la escritora Casilda Rodrigañez Bustos se reactivan en la obra de quienes asumieron su nombre, Las Casildas. Como mujeres que ayudan a otras a parir, resignifican el ‘ser madre’ como una elección desde el minuto cero, cuando el embarazo no se acepta por tradición o miedo sino que se busca por deseo. Cuatro historias posibles sobre cómo dar a luz se reúnen en la pieza teatral Parir(Nos) que ayer, en su segunda presentación pública, se mostró en la Maternidad Estela de Carlotto.

Una mujer relata sobre un alumbramiento respetado, en el que sus necesidades fueron privilegiadas. Dos cuentan sobre uno ‘natural’ y otro por cesárea en espacios institucionales tradicionales, donde la comodidad del médico o la médica se pone en primera línea, junto a la celeridad para desocupar el quirófano. Hay un cuarto relato sobre la llegada de un bebé en casa que no resultó como se esperaba. Pensada por el equipo de doulas, que acompañan como las ancestras a otras mujeres durante la gestación, la obra interpela la maternidad desde los testimonios ficcionales para ir por una que quiera pelearse con el heteropatriarcado y ganarle espacio al sistema que “terceriza los partos”.

Así lo definió Julieta Saulo, que además de psicóloga social es puericultora, es decir guardiana de la lactancia y los primeros vínculos de esa nueva vida con su entorno afectivo. En 2011 entendió que ya era hora de que Las Casildas superara la instancia de difusión online de información para empezar a caminar junto a Mariela Franzosi y ValeriaWasinger con talleres y una revista bimestral. Ayer, todo se materializó cuando su obra pisó el establecimiento que lleva el nombre de la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo y que asegura adoptar prácticas profesionales más humanitarias.

-¿Por qué la obra incluye en su nombre la primera persona?

-Porque nos involucramos en un proceso que está muy tercerizado, súper intervenido y violentado. Sentimos que una mujer después de tener a un niño o una niña no vuelve a ser la de antes. Es una experiencia vital, bisagra en nuestras vidas. Estamos en contacto con muchas familias. Si bien es una ficción, representa muchas realidades, el pedido de que se escuche nuestra voz. Sentimos que lo hacemos a través de estas cuatro experiencias.

-¿Podría tomarse el discurso del dolor en el parto como un elemento fundador de la violencia obstétrica?

-Hay que trabajar en cambiar la concepción de dolor: entenderlo como proveniente de la fisiología, no de la patología. Pero no sé si anclaría sólo allí la violencia aunque sí se ve en el avasallamiento de nuestros cuerpos y nuestros derechos. Por eso es importante que la información (para prevenir esas opresiones) circule y llegue a dónde llegue.

-Con ese fin ¿es importante que haya una Semana del Parto Respetado, como ocurre entre el 19 y el 25 de mayo?

-Nos genera sentimientos ambivalentes porque deja en evidencia cuánto nos falta si es que necesitamos estas jornadas para visibilizar cuáles son los derechos de una mujer. Pero si sirve para acercar información, es válido.

-¿Cómo se pone en práctica toda esa información en el mismo momento del parto?

-Nosotras acompañamos a mujeres que paren. No sólo a las que deciden hacerlo en su casa, sino en partos vaginales o cesáreas en establecimientos médicos. Ahí radica la libertad: que se pueda elegir en qué institución hacerlo, cómo y con quién. Saber qué tiene que ver la violencia con la medicalización, que terceriza los nacimientos. Una no es protagonista. Cuando entra a ese sistema te cortan, te sacan, te dirigen los pujos, en un proceso donde la naturaleza interviene en un ciento por ciento si no hay agentes externos.

-¿Cómo es su trabajo cuando las convocan familias que quieren tener a su hijo o hija en un establecimiento médico?

-Circula mucho que venimos a romper con la estructuras de esos lugares, pero no. Siempre vamos en pos de ese bebé, de esa familia. Ir con un discurso no constructivo no colabora en lo más mínimo. No propagamos solamente el parto en casa sino de la manera que cada persona lo pueda sostener, física, espiritual y económicamente.

Publicada en Marcha Noticias: http://marcha.org.ar/index.php/nacionales/92-generos/5267-las-casildas-de-doulas-a-teatreras

Trabajadoras de prensa: la lucha en el cuerpo

Por Noelia Leiva. Realizadoras feministas presentarán un corto sobre el paro general de periodistas del 7 de junio de 2013. Consideran que allí los y las periodistas empezaron a entenderse como “laburantes”. Las mujeres rompieron la doble cadena de opresión: asumieron espacios de “arenga” culturalmente reservados a varones.

Sus cuerpos empezaron a moverse. Los bombos se batían y cada vez eran más de ellas las que los agitaban. Gritaban, se movilizaban, ya no se conformaban con debatir en la privacidad de un encuentro de pares. El 7 de junio de 2013, una opresión en doble vía empezó a romperse: en las redacciones, los y las periodistas se animaron a reconocerse como trabajadores y trabajadoras, conscientes de que debían resistir la clausura de sus derechos, y se concentraron en el Obelisco para hacerlo público. Al mismo tiempo, las mujeres de esa lucha entendieron que no había que pedir permiso para tener voz. Revbeladas, un grupo de realizadoras audiovisuales con perspectiva de género, registró ese cambio de mirada en un corto que se difundirá esta tarde en el Festival Internacional de Cine Político (FICiP).

El año pasado, 1500 periodistas celebraron su día en el centro porteño, en el primer paro general desde 1986. Había que festejar que la unión comenzaba a madurar. Se dedicaban a escribir historias cuyos protagonistas eran acallados por el sistema pero sus propias patronales desarticulaban la batalla por las conquistas laborales, lo que en la movilización se sintetizó en el reclamo de “paritarias” y de una conducción gremial representativa. A esa marcha fueron las cineastas de Morón Mariela Bernárdez y Natalina Franco Dos Santos, que decidieron encender la cámara porque entendieron que estaban ante un hecho que formaría parte de la historia.

-¿Por qué una movilización de quienes trabajan en los medios mereció que Revbeladas la convirtiera en un corto?

-Mariela Bernárdez: Recibimos una convocatoria de las compañeras de Red PAR- Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación No Sexista y creímos que íbamos a participar en una convocatoria de comunicadoras de género. Pero cuando llegamos a la Avenida 9 de Julio vimos cómo la gente tenía cara de sorpresa al ver que eran las banderas de los medios que ellos leían las que estaban ahí. El olfato nos decía que era algo distinto y lo empezamos a registrar. Estaban Página/12, Télam, Clarín; medios de los estratos más diversos que se daban cita en el Obelisco y habían parado las redacciones para demostrar a las patronales que estaban formando una fuerza con sustrato colectivo que podía incidir.

-¿Dónde yacía ese cambio que ustedes leyeron?

-MB: Se vieron a los medios como aparato de producción y de generación de sentido, con todos los intereses que se ponen en juego. Hay una paradoja porque las personas que tejen relatos son escasamente protagonistas de historias porque las invisibilizan sus patronales. Son usinas de generación de relatos pero no son sujetos o sujetas del discurso. Era la sorpresa de que los que estaban en la calle eran ellos y ellas, a los que el imaginario popular no les concede el lugar de trabajadores sino de intelectuales que están detrás del escritorio y que, cuánto más sepan de la maquinaria, mayor será su capacidad de incidencia.

-¿Qué lugar tuvieron en la lucha las periodistas ese 7 de junio?

-Natalina Franco Dos Santos: Al pensar el rol de ellas, partimos de pensar que hay que solucionar las desigualdades entre opresores y oprimidos, y de los oprimidos dentro de los oprimidos. Buscamos aportar a la conquista de los derechos a través de nuestro oficio, que se trata de mirar, de cómo mirarnos, por ejemplo, en el contexto de nuestra condición de mujeres. En la movilización habíamos re descubierto algo y corrido velos al pensar a los periodistas como trabajadores, no atomizados con un medio. En ese marco, los cuerpos de ellas eran los que contaban, cuando suelen narrar con las palabras.

-¿Por qué contaban sus cuerpos?

-NFDS: Sostenemos la idea de la corporalidad como terreno político, como territorio por liberar. Esas compañeras que narran las historias a través de la pluma estaban empezando a escribir el capítulo de una nueva historia con su cuerpo. Iban con bombos, altavoces. Era la apropiación de una historia de lucha.

-MB: Ese fue el comienzo pero se sintió más fuerte con su participación en las siguientes etapas, donde sostenían banderas, redoblantes, megáfonos; roles que, casi siempre y debido a la división sexual del trabajo, ejercen varones, vinculados a la fuerza física y la arenga. Se fueron corriendo esas divisiones y se apropiaron de algo que les correspondía. Eran cuerpos que se liberaban de un montón de cadenas culturales.

-Desde su rol de observadoras de ese proceso, ¿cuál creen que fue la respuesta de los hombres de ese conjunto?

-MB: La maduración subjetiva las abraza en un proyecto más amplio. Hay lugares que se toman si están en disputa pero, cuando se da en un consenso, hay un proceso dialéctico en el que algunos rechazan sus privilegios, como hicieron algunos compañeros varones.

El feminismo en los ojos

La cámara no es inocente. El ‘recorte’ de la realidad -que la reconstruye, la cuenta subjetivamente- que hace Revbeladas empieza a formarse en la militancia territorial y comunicacional que iniciaron en plena crisis de 2001 y que, unos diez años después, pudieron empezar a nombrar: “Antes nos preguntábamos sobre la desigualdad y la opresión bajo una mirada latinoamericanista pero después vimos que no, que había que pensar en un marco de desigualdades simbólicas e individuales anteriores”, explicó Bernárdez.

Así como quien tiene la fuerza de trabajo es expuesto a la manipulación simbólica y material de quienes poseen los medios de producción, las mujeres -reducidas culturalmente a la aceptación y no a la decisión- quedan rezagadas en la lucha de sus derechos bajo el dominio machista. Deconstruir esa lógica en pos de la equidad es el aprendizaje que les dejó “llegar a los 30 y pico y descubrirse feminista”, definió la realizadora.

“Queremos poder mirar qué nos pasa a nosotras, mujeres, profesionales, militantes, compañeras, ex esposas y aportar a esto de llenar de sentido una manera de ser mujer más allá del binarismo del heteropatriarcado”, enfatizó Franco Dos Santos. Bajo ese lema trabajan hace dos años en un largometraje que investiga, una vez más, cómo juegan los cuerpos en el desafío de constituir una identidad fuera de las normas de exclusión sexista. Y ven a través de ese cristal todas las luchas por la horizontalización del poder.

Cuándo y dónde:
El corto se proyectará hoy a las 19 en el FICiP, en el auditorio del Hotel Bauen, en Callao 360. La entrada es gratuita.

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Feinmann o la transfobia televisada

Por Noelia Leiva. El periodista sentenció que una chica trans sería "padre biológico" en lugar de madre. Como comunicador, incentiva la conservación los estereotipos patriarcales en la TV. La lucha por erradicar el machismo de lo aceptado como "normal".

Para el periodista Eduardo Feinmann, “la sociedad está perdida”. Si él fuera el único representante de esa comunidad, hasta se le podría dar la razón. Cuando una panelista de su programa contó que Casandra Crash, conocida como ex asistente del mediático Santiago Bal, difundió que quería ser mamá y que, como es trans, acordó inseminar a una amiga que llevará el embarazo, sus categorías patriarcales marcaron “error”. Sentenció que ella sería en verdad el “papá biológico” y que “no se piensa en el niño por nacer”, lejos de entender que alguien puede construirse socialmente con características distintas de las que se supone que asigna lo biológico. En su voz, los parámetros arcaicos gritan desde la pantalla chica.

Cuando la comunicadora Marcela Tauro llevó a la pantalla de C5N la noticia, balbuceó y se puso seria. Evidentemente no sabía cómo decir eso que tenía para contar, por más esfuerzo que hizo para distanciarse de los cuestionamientos sexistas del conductor. Casandra, vista en varios programas de televisión por su proximidad con el mundo del espectáculo, decidió tener un hijo o hija con su pareja, Marcelo, y para eso le pidió a una amiga que llevara en su vientre al bebé que nacería de un encuentro íntimo, acordado y consentido. Hasta ahí los datos, que recurren a la vida privada de los protagonistas. El problema vino cuando Feinmman necesitó asimilar en sus categorías eso que, seguramente, consideró como contrario a lo “natural”.

“Este nene va a tener una mamá biológica, un papa biológico, una mamá de la vida y un papá de la vida. ¿Cómo tiene que llamar a su papá de la vida? No piensan en el niño por nacer”, lanzó el indignado, que aseguraba que la decisión de apelar a lo que la naturaleza le dio a Casandra para procrear, la convertía en el varón portador de la paternidad. Sus dichos son un banquete para la crítica sobre cómo opera el machismo en una de sus caras más odiosa: la discriminación al colectivo trans.

Pero ¿importa lo que diga Feinmman? Fiel a los alegatos conservadores que preconizan la intromisión del Estado y la Iglesia en las decisiones personalísimas, su postura lo constituye en un paladín televisivo del paradigma que genera violencia y que en la calle se convierte en insultos, golpes, abusos y hasta muerte de chicos y chicas trans. O en las barreras para acceder a la atención de la salud y el trabajo dignos. En la arena mediática, obstaculiza el desarrollo de la pluralidad de voces porque enfrenta a quienes consideran que el cánon occidental y cristiano es el “natural” con los y las que le ponen el cuerpo a lo entendido por “diverso”. Entonces sí, importa.

“Sabemos quiénes son los periodistas que no tienen en claro que cada uno puede vivir como quiere”, denunció ante Marcha, Marcela Romero, presidenta de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta). “Ni siquiera ponen el tema en debate, sólo existe (desde su óptica) el hombre y la mujer, que no lo es si no tiene hijos”, cuestionó la referente.

La lucha por la equidad empieza con discutir qué es “normal” y desde qué mirada, más desde los medios, ámbitos de legitimación del discurso hegemónico. Cuando el micrófono es la herramienta para condensar la discriminación, también opera la intención de “desprestigiar y humillar” al colectivo, “sin saber que hay una ley, la de Identidad de Género, que sostiene que no importa con quién te acostás, seguís siendo vos”, enfatizó Romero.

La cárcel de las etiquetas

Según la norma 26.743 sancionada y promulgada en 2012, “se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. Es decir que, tan públicamente como la persona decida, su nombre y su ser se constituirán por fuera de lo biológico o, al menos, sin tomarlo como único condicionante. O sea que Casandra será mamá si así lo quiere, como todo sujeto o sujeta que asuma ese rol.

Hay tramas que aún no se redibujan ni con la letra escrita ni con el fortalecido movimiento de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), aunque la lucha está dada. “Si es difícil que la sociedad entienda nuestra construcción de identidad, más lo es que el deseo de ser padre deje de ser leído como algo atado a lo biológico y genital. Feinmman cree que Casandra va a ser papá porque tiene un aparato reproductor masculino”, cuestionó Gian Franco Rosales, coordinador nacional de Hombres Attta.

No pesa sólo que se espera que el varón aporte su semen fundador y que la mujer sea el albergue de la creación de su compañero, sino que se supone que un núcleo familiar es aquel compuesto por dos personas que jueguen esos roles. “Estamos en una sociedad muy avanzada pero que todavía piensa en ‘familia tipo’ cuando lo que hay son ‘tipos de familia’”, apuntó el estudiante de Ingeniería en Informática, que busca que no lo obliguen a “entrar en el casillero de hombre” para constituirse como él quiera.

La ley 26.485 busca erradicar esos lugares comunes, al calificar la violencia mediática como la ejercida por una “publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación” que “difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres”. Aunque la norma sólo habla de ellas, la necesidad de erradicar el dedo acusador patriarcal excede a esa otra etiqueta, la de ser identificada con lo femenino, y clama por todos y todas. Le equidad es la destrucción de la cárcel del “deber ser” asignado para liberarse en el “ser deseado” y construido.

Publicado en Marcha Noticias: http://marcha.org.ar/index.php/nacionales/92-generos/5141-feinmann-o-la-transfobia-televisada