2 de junio de 2010

Las naciones de antes del Bicentenario

Por Noelia Leiva

Mientras las celebraciones oficiales hacen referencia a los “200 años de la Patria”, los movimientos indígenas esperan su reconocimiento. Las consecuencias sociopolíticas de la invasión europea se rastrean en actos de exclusión, que, para algunos, los lleva a “no festejar”. Para otros, las reivindicaciones pendientes no niegan una apertura oficial a la interculturalidad. El respeto a las múltiples identidades está pendiente.

Mayo está ungido por la historia oficial como el mes de la revolución que le dio entidad al espacio físico-político que luego se llamó Argentina. Que se cumplan 200 años desde el episodio que consagró la (supuesta) ida fáctica de Europa lleva a ahondar sobre las secuelas que el Virreynato dejó en el territorio al que el Estado le puso fronteras, pero que era habitado por naciones organizadas desde antes de la llegada de los barcos. El movimiento indígena coincide en que el Bicentenario es una oportunidad de “reflexión” para respetar el multiculturalismo, lejos de una mera integración discursiva. Para algunas comunidades, además, es momento para visibilizar la exclusión histórica.
Si de recuento del tiempo se trata, la lectura aborigen entiende a la configuración estatal que contiene el territorio, el alcance del derecho y una identidad monocorde como una reproducción de los ejes regulatorios de las sociedades invasoras, denominadas ‘conquistadoras de América’ por las instituciones que configuraron el ‘ser nacional’ en 1900. “Nuestros pueblos son milenarios, tienen todos los elementos para una forma de organización”, describió el abogado diaguita Benito Espíndola, en contraposición a los productos de las Constituciones que “quieren la monoculturalidad, la homogeneización”. Es decir, el objeto del cumpleaños habla, de por sí, en un código distinto al de quienes existían antes de su nacimiento.
“Más allá de ser ciudadano argentino, soy tupi guaraní, con un modo propio de sentir nuestro teko (cultura) y de ver a través de nuestro ñandereko (cosmovisión)”, subrayó a LA TERCERA Mario Valdez, integrante de la comunidad Cacique Hipólito Yumbay de Almirante Brown y representante de la Mesa de los Pueblos Originarios ante las Naciones Unidas (ver recuadro). Las observaciones sobre lo mucho que queda por hacer se exasperan ante avances de empresas multinacionales sobre espacios ancestrales y el achicamiento de las garantías para quienes no aceptan que el Río de la Plata se sostenga por la herencia del otro lado del Atlántico. “Hay una concepción racista que aprueba la blanquitud y agravia las identidades originales”, denunció el referente.
Los matices afloran a la hora de definir cómo plantearse frente a los actos oficiales que comenzaron con el mes. Están quienes consideran que “en ningún momento se excluyó (la pluralidad identitaria) en la celebración” dirigida por la Casa Rosada, tal como evaluó Ricardo Acebal, periodista lomense e integrante del Consejo de Asuntos Aborígenes (CAA). No obstante, ese colectivo prefirió no participar en la iniciativa del Gobierno ni en la contrapropuesta que montará la Organización de Comunidades de Pueblos Originarios (Orcopo).
“Mal podríamos festejar cuando tenemos problemas latentes, como la contaminación o comunidades militarizadas en Tucumán”, advirtió, el letrado poblador de Glew e integrante del grupo que promueve la resistencia al repaso de la Presidencia.

Letra oculta
Cuando los varones ranqueles llegaban a los 12 años, podían consagrarse como adultos. Pero, acorde a la conformación originaria de valoración de los mayores, debían demostrarles a sus padres que estaban listos. “Tenía que matar un león (un puma pampeano), beber su sangre, llevar las vísceras a la toldería y comerse el corazón para obtener amor, fuerza y espiritualidad”, relató a este medio Elisa Cayupán, vecina de Claypole y nieta del cacique del que obtuvo su apellido, que resistió las tropas del sargento Leandro Ibáñez a la altura del arroyo Valcheta durante la Campaña al Desierto, otro genocidio aborigen.
Narraciones como esa se desprenden de la memoria de los referentes indígenas, pero están negadas o criminalizadas en las páginas de la tradición criolla. “No nos entregamos por un espejito, nos estaban matando y con flechas no podíamos pelear contra las balas”, aportó la “nieta directa” de una cautiva “de pelo rojo”, como la que versionó el escritor Esteban Echeverría.

Síntesis simbólica

Argentina está representada por una bandera blanquiceleste, colores de la dinastía borbónica (o del cielo y las nubes, según la concepción idílica). Los pueblos originarios tienen su wiphala, en el que cada tonalidad “pertenece a una nación de las cuatro regiones del Tawantinsuyu”, suerte de confederación indígena en la región andina, precisó Espíndola. El desafío planteado por el movimiento originario busca no negar la identidad definida en el país, sino que, como en el símbolo que los representa, la multiculturalidad llevada a la práctica reconozca la entidad de quienes poblaron el territorio antes de la Revolución de Mayo.

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Ante la ONU: el derecho a ser diferente
“Porque somos todos iguales es que tenemos derecho a la diferencia. Por eso proponemos una política de Estado pluralista y descolonizante”. Así lo planteó Mario Valdez ante sus pares del mundo en el Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas de Naciones Unidas que se reunió en Nueva York del 19 al 30 de abril últimos. El integrante de la comunidad tupi guaraní de Glew solicitó la intervención de ese órgano internacional para que Argentina diseñe planes de “salud, desarrollo y Justicia” que incluya a los residentes originarios.
En su ponencia, pidió “realizar una reforma política, jurídica y administrativa que incluya la diversidad cultural como sustento”, al tiempo que reconoció que el “cuerpo normativo” del país “protege la identidad, la preexistencia, los derechos individuales y colectivos” del y la aborigen, aunque las prácticas disten de la letra escrita.

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En Latinoamérica, la revolución que encabezó Tupac Amaru II en 1780 en el Valle Tinta es una de las fundadoras de esa resistencia primigenia. La coyuntura sociopolítica de presidentes que buscan la integración del subcontinente hoy reivindica esas hazañas. 
En el país, se recuerda la monarquía inca que propuso Manuel Belgrano en 1816, aunque todavía se conoce como “Conquista del desierto” la matanza de aborígenes ideada por Julio Argentino Roca.

Publicado en La Tercera (1 de mayo 2010)
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