Por Noelia Leiva
¿Cómo y dónde parir? La cultura intervino
en la definición de ese momento central en la vida de los pueblos. En esa red,
algunas mujeres arman sus propias definiciones.
Izquierda: Maternidad Digna de Cecilia Monroy, México.
Derecha: Pobreza económica, riqueza de amor maternal, de
Gustavo Raúl Amador, Honduras.
“Que cada una elija el momento y la
comodidad al conocer sus tiempos y su cuerpo, para que el proceso sea menos
traumático”. La propuesta es de una descendiente de la tribu originaria Huarpe
que se dedica a la recuperación de los valores de su pueblo y tiene que ver con
cómo parir. Es que los registros antropológicos de África y América antes de la
llegada europea señalan que las mujeres daban a luz rodeadas por sus pares y en
contacto con la naturaleza, distinto del que propone la medicina más difundida.
El cosmos y su propio universo físico eran el contexto que recibía a las
criaturas, en nacimientos “sin dolor”.
Fue el mismo Bartolomé de Las Casas quien
en su libro “Historia de las Indias” aseguró que en el suelo americano que
exploraba las mujeres no sufrían al parir. Algunos historiadores aseguran que casi
dos siglos más tarde una orden del rey Luis XIV de
Francia lo cambió todo: como quería presenciar el nacimiento de sus hijos,
dispuso que las madres debían ubicarse acostadas, aunque esa postura las
obligaba a hacer más fuerza por perder la ayuda de la gravedad con la que
contaban cuando se ubicaban de forma vertical y sostenían con sus manos al recién nacido,
para acurrucarlo inmediatamente sobre su pecho. Ése fue, aseguran, el origen de
la horizontalidad del parto, que llevó a la ciencia a desarrollar herramientas
para facilitar la llegada del bebé en esa posición.
Es que las formas
de venir al mundo no son prácticas solamente orgánicas o, al menos, la
valoración del cuerpo en esa situación está atravesada por la cultura. La
mirada que cada pueblo tuvo a lo largo de la historia sobre el nacimiento, lo
femenino y la vida fueron condicionantes para el ritual de traer al nuevo
integrante de la comunidad. Por ejemplo, la
flexión de las piernas para colocarse en cuclillas en el alumbramiento era
preferida por las kollas y todavía lo es para las más tradicionales que acceden
poco a los doctores que no forman parte de su colectivo.
“Cada tribu se ocupa de
las mujeres de diferentes maneras, pero en general las parturientas son
atendidas por las ancestras, que lo saben todo”, explica Sergina Boa Morte, afrobrasilera
que en Argentina fundó la
Asociación “A turma da bahiana”. En África, el proceso se
daba “en chozas especiales, acostadas; o al borde del río”, detalla a partir
del relato que les contaba su abuela. Incluso en la americana San Pablo, donde
la mujer creció, la presencia del agua durante el alumbramiento tenía que ver
con su vinculación con la deidad u orixá Yemoja, cuyo
nombre precisamente significa “madre cuyos hijos son peces” y que representa “al
útero que resguarda al nuevo ser y que alimenta a través de sus aguas; aquella
que sufre y cuida a sus hijos pero es implacable a la hora de un castigo aunque
después llore desconsoladamente”, define Indiana Bauer, perteneciente a la línea Batuque de la religión Umbanda y la
nación procedente Jeje, también de raíces africanas.
Entre los pueblos originarios
latinoamericanos la orientación es vertical, con variaciones: de rodillas, en
cuclillas, de pie, apoyadas sobre un compañero o en un árbol, sentadas en
alguna piedra, entre otras elecciones. Las mapuches reciben masajes y
tratamientos con hierbas previos a dar a luz para ubicar al niño o niña en la
posición adecuada para que se conduzca por el canal vaginal. Al parir, la madre
se acomoda en cuclillas, cerca de un árbol y con su rostro orientado al Este.
Siempre las allegadas son las encargadas de ayudar a la embarazada.
“En la cultura de la mayoría de los
pueblos originarios de nuestra América, el embarazo es asistido y vivenciado
por todo el grupo que rodea a la mujer. Las más ancianas, cuidan atentamente de
la dieta y las actividades de la grávida. Se recomiendan algunos alimentos
especiales, sobre todo relacionados con la carne, y al padre se le pide no
cazar animales ya que puede provocar abortos no esperados”, describe Norma
Aguirre, cantante popular y descendiente de los Huarpes. Comprometida con la equidad de género, recomienda que las
tradiciones no vayan en detrimento de que “cada una elija el momento y la
comodidad al conocer sus tiempos y musculatura genital, para que el proceso sea
menos traumático”.
En aquellas que no fueron criadas en la
ciudad pero viven en ella, las prácticas ancestrales se cruzan con las de la
medicina ‘occidental’, que entiende como saludable realizar consultas regulares
durante la gestación. El último informe que la consultora Aresco hizo para el
Ministerio de Salud de la
Nación sobre “Condiciones de Salud Materno Infantil de los
Pueblos Originarios” data de 2008 e indica que unas 18.400 integrantes de
familias indígenas consultadas, 88 de cada cien embarazadas y puérperas
realizaron consultas para controlarse, una minoría de ellas en el sistema
privado. Tres de cada cuatro buscaron atención sólo en el primer trimestre de
gestación. Las que no fueron a consultorios preguntaron a los chamanes, aunque
a veces no iban porque los profesionales no comprendían su lengua. “Algunas que
están globalizadas prefieren la cesárea”, reconoce Boa Morte.
Así, desempeñarse en un sistema de
valores distinto al que traen de su infancia a muchas les genera controversias porque
son acusadas (o se ‘autoacusan’) por alejarse de sus orígenes. Es que “junto con
la educación vienen otras aspiraciones, otras visiones. No es solamente lo
económico, también comienzan a vivir y se abren de lo que fueron sus abuelas o
sus madres”, evalúa Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e
Investigación de la Mujer
(FEIM), que coincide con que “el embarazo y la maternidad son roles definidos
culturalmente”. Pero como cada colectivo está compuesto por personas, el
desafío es buscar el espacio de pertenencia a la mismo tiempo que se oye a los
propios deseos.
Publicada en la Revista Acción
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