24 de noviembre de 2009

Femicidio, el ciclo de la violencia por su nombre

Por Noelia Leiva

En lo que va del año, 82 mujeres y niñas fueron víctimas de homicidio. Sus asesinos fueron, sobre todo, varones con los que tenían un vínculo sentimental o familiar que comenzó con un abuso ocluso. La estructura patriarcal multiplica el silencio. De eso no se habla.

No hay datos oficiales. Las historias de las 82 mujeres y niñas asesinadas en la primera mitad de 2009 en Argentina aparecen reflejadas en las crónicas periodísticas involucradas en casos de "crímenes pasionales" o "inseguridad". Sin embargo, no se habla de "femicidios", es decir, de cuando el circuito de la violencia de género alcanza su máximo escalón: la muerte. La importancia de dar voz para llamar a cada cosa por su nombre.
Homicidios causados por parejas, ex parejas o familiares directos y violaciones que concluyen en la extinción de la vida se enumeran en el análisis que realizó la asociación civil porteña La Casa del Encuentro. Del total de casos relevados, 60 murieron en manos de varones con quienes mantenían o habían mantenido vínculos sentimentales, seis padecieron ultrajes sexuales y las restantes fueron asesinadas por personas con las que, al parecer, no sostenían una relación. Para los especialistas, no se trata de raptos de locura del victimario sino de un comportamiento aprehendido y enmarcado en la estructura socio-cultural del patriarcado.
“La violencia es abuso de poder”, definió a El Cruce Marta Boimel, sexóloga educativa y asesora del Consorcio Latinoamericano de Anticoncepción de Emergencia (CLAE). Es que “la cultura patriarcal cosifica los cuerpos de las mujeres como objetos de pertenencia de otro, los objetiviza”, explicó, por su parte, Fabiana Tuñez, coordinadora general Casa del  Encuentro, que elaboró el conteo a partir de las coberturas de agencias de noticias y diarios nacionales. “El femicidio es el asesinato de mujeres, niñas y personas allegadas a causa de la violencia de género”, precisó para apelar a las palabras que los ámbitos de poder evitan.
En este contexto que entiende a las prácticas lesivas desde un marco social, la muerte va más allá de la edad o zona de residencia. El 22 por ciento de las víctimas tenían entre 19 y 30 años, mientras que un 17 por ciento correspondía a la franja etárea de 13 a 18. En la mayoría de los casos, había antecedentes de “vínculos violentos pasados”, señaló la referente de la asociación porteña.

LA DEUDA JUDICIAL

"Femicidio" es un vocablo ausente en el discurso cotidiano de medios de comunicación y políticas sociales, una falta que alcanza al ámbito judicial. El Código Procesal Penal no reconoce esa figura y mucho menos la aplica como una forma de “crimen contra los derechos humanos”, como lo entiende Tuñez. Para las militantes, la explicación recae otra vez sobre el andamiaje que avala que el hombre se asuma superior.
Los casos exceden los límites del hogar. “Es violencia institucional: cuando la mujer va a radicar la denuncia, en la comisaría le dicen ‘es el padre de tus hijos, andá, hacele un guiso y mimalo’”, sin darle curso a la presentación, cuestionó la sexóloga. Tres de los femicidas de casos que fueron incluidos en el informe, tenían antecedentes por agresiones.
Organizaciones como la que integra esa referente feminista bregan por que la Justicia incorpore a su balanza el concepto de "homicidio por cuestiones de género", para cuyos culpables piden la pena de prisión perpetua (35 años de reclusión) y la eliminación de las prerrogativas de la patria potestad, pero no de sus obligaciones.
“Los jueces tienen un gran poder político derivado de su formación histórica”, criticó, por su parte, Celina Rodríguez, del Espacio de Mujeres del Frente Popular Darío Santillán (FPDS). “La mujer tiene derecho a cambiar de vida, a vivir feliz, y para eso necesitamos una relación horizontal donde el poder esté planteado en forma democrática”, concluyó.

LOS CAMINOS DE LA VIOLENCIA

A partir de las marcas iniciales, la agresión hacia las mujeres -por ser mujeres- recorre un círculo que termina cuando ellas deciden alejarse o se produce el femicidio. Comienza con “la descalificación y el maltrato, el control, los celos y el alejamiento del entorno social y afectivo”, enumeró Tuñez. Hasta que explota, “es como una olla a presión”, graficó Boimel.
Luego, se genera una etapa de arrepentimiento, “como una luna de miel donde el varón llora, se justifica, hace regalos y promete cambiar, por lo que la mujer siente culpa”. La naturalización de los episodios que censuran las libertades de ellas favorece que el ciclo siga su curso, porque justifica el sometimiento desde la aceptación de preceptos patriarcales, cuando no se trata de miedo o apremios económicos para sostener el hogar.
El varón violento mina progresivamente su entereza hasta que “ella misma se transforma en lo que él quiere, aunque nunca llega a conformarlo”, detalló la coordinadora de Casa del Encuentro.
Esta retroalimentación es, con frecuencia, sostenida por el ámbito familiar de la afectada debido a compartir los preceptos de la pretendida superioridad masculina o no creer la veracidad de las afecciones, porque el victimario exhibe una cara afable y distinta a la del ámbito doméstico.

LA IMPORTANCIA DE DECIR

Cuando a la búsqueda de ayuda responden puertas cerradas, el silencio se convierte en violencia por omisión. “Lo que no se nombra, no existe”, sentenció Claudia Perugino, abogada y miembra de la Red Par (Periodistas de Argentina en Red-Por un periodismo no sexista). Las palabras pueden volverse aliadas del cambio o artífices del ocultamiento. Ese mismo que hace “una telenovela de los episodios policiales donde las víctimas son mujeres”, como el abordaje mediático de los casos de Nora Dalmasso y María Marta García Belsunce.
Por siglos, las mesas familiares estuvieron presididas por varones que gozaban de la autoridad para definir qué era correcto y qué no. “Nos negaron la palabra, la posibilidad de expresarnos, de opinar sobre el mundo público”, criticó la comunicadora. De allí, la importancia de comenzar a nombrarse, de acompañarse para cambiar el curso de la realidad social. La necesidad de hacer visibles la problemática y de no naturalizar la opresión.

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“POR SER MUJER, JOVEN Y POBRE”


No se trata de estadísticas, sino de las personas que están detrás. El femicidio de Sandra Ayala Gamboa, de 21 años, es uno de los casos que integran la lista de muertes de 2007, pero las pautas de impunidad están marcadas con más fuerza: a la joven peruana la violaron y asesinaron en un edificio de La Plata que dependía del Ministerio de Economía bonaerense, donde actualmente funciona una sede de la Agencia de Recaudación de la provincia. Había ido a una entrevista de trabajo con un conocido. Encontraron su cuerpo seis días después, el 22 de febrero.
“A Sandra la mataron por ser mujer, joven y pobre”, consideró Celina Rodríguez, del FPDS local y una de las militantes que acompañó a la familia en la búsqueda del esclarecimiento. La investigación que lleva adelante la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 2 platense, a cargo del fiscal Tomás Morán, no presenta “ningún avance”, se indignó ante El Cruce la mamá de la chica, Nélida Gamboa Guillén. “Para mí hay muchas pistas, pero para la Justicia no hay nada, son todos testigos”, cuestionó. Los allegados a la muchacha todavía no saben quién permitió su acceso y el de su femicida al área de Archivos de la oficina estatal, por entonces en remodelación.
“De sólo pensar por lo que pasó mi hija, no quiero que otra esté en ese lugar”, señaló Nélida, que cada año encabeza un acto para recordar a Sandra en el sitio del asesinato, en la calle 7, entre 45 y 47. Allí donde un cartel reza “Femicidio = asesinato de mujeres”.

Publicado en: Revista El Cruce

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