25 de octubre de 2009

El invierno en tiempos de cólera

Por Noelia Leiva

No son personajes literarios ni viven en páramos desconocidos. Su resistencia a veces se parece a la esperanza, a veces a la resignación. Frío y enfermedades se multiplican en los asentamientos, donde la satisfacción de derechos no es una constante. Una espera que no es ficción.


En tiempos de cólera no espera sólo el amor, desde el banco de una plaza, como en la novela de pluma colombiana. Las ausencias se hacen presente con mayor fuerza cuando la satisfacción de las necesidades básicas de los sujetos no llega. Frío, pies mojados y enfermedades son constantes en los puntos olvidados, donde las respuestas se aguardan y la realidad se padece. En asentamientos como el “17 de Noviembre”, de Ingeniero Budge, el invierno está lleno de paradojas.
En la distancia que puede recorrer un colectivo local, las miradas de los vecinos pueden mutar. Las diferencias entre centro y periferia, como en el mapa mundial, pueden repetirse en cualquier ciudad. Pese a que los meses pasan luego de que el predio que alberga a alrededor de 15 mil personas recibiera el reconocimiento de la expropiación, las dificultades para la organización –cuando los intereses políticos dividen- hacen que la situación de riesgo social se agrave. Y las bajas temperaturas traen enojo, generan preguntas. “Es una situación paradójica: no tenemos agua corriente pero tenemos el agua en los pies”, señaló Armando Chávez, delegado de la manzana 16 del asentamiento.
Hace una semana, la última lluvia –que, como la promesa del personaje de García Márquez, nunca resulta la última - provocó que las bases de 50 centímetros sobre las que algunas familias habían construido sus casas no fueran suficientes para mantener el piso seco. La inundación hizo que los vecinos se agruparan en las casillas de quienes habían podido armar cimientos más altos, más lejos del piso de tierra. Hacinados, las historias se mezclaban. “Estamos hermanados en la pobreza”, describió el referente.
Así las cosas, la cotidianeidad es la misma que la de cada invierno en cada asentamiento: ni gas, ni agua potable ni tendido de luz. Los integrantes del barrio montaron a principios de año una red propia para extender la energía eléctrica, pero con el frío la demanda es tanta que “no alcanza para encender la candela de una estufa de cuarzo”. La calefacción tampoco puede apelar a la combustión, porque las paredes están hechas de material inflamable, como madera, y puede que se “incendie lo único que tienen”, apuntó Armando.
El “17 de Noviembre” tiene 115 manzanas. Se estima que viven allí 2500 grupos familiares, pero los vecinos no conocen cuántos son los que, como ellos, viven en la espera, como el hombre de ficción que envió 131 cartas para reconstruir la esperanza. “Hay números, pero no los conocemos”, aseguró el delegado, porque no todas las manzanas reciben ayuda de los programas bonaerenses de asistencia. También entre ellos hay diferencias. Y con el frío, duelen más.


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